domingo, 17 de octubre de 2010

Ataúd al azul

Llegan los años por abatir el ataúd, ataúd que se mezcla y cae sobre el colchón, ataúd al que llamas cama y al que te dice secretos y conoce tus sueños, tus deseos que quedan clavados sobre la almohada que noche a matinal te los recuerda; día a día, pesa y no lo dejas (no se puede abandonar), y allí está, tan paciente; le crecen raíces desde su tímida elevación que vienen a tener su génesis en la fantasía, en el caos, en un eco distorsionado, en un castigo rutinario del que no se puede acabar de saber cuándo comenzó a ser un verdugo, cuándo comenzó a cavar tras tus orejas esa cripta que se va llenando de tu cuerpo poco a poco, se va ajustando a tu silueta, a tu desencadenante cuerpo; y tus pasiones nada sientes. Nada sentirán, ¿quién, por todas las infinitas mentes, tendrá en cuenta que has pasado allí?; pensativo, furtivo, con el corazón helado mientras lo escuchas latir (sus latidos te murmuran una canción que entrerima con la muerte), allí, en el lecho que te cobija, al que amas, al que noche lo buscas para estar solo; porque allí es dónde te confiesas y lloras, lloras por no tener lágrimas y más por no tener a quién dárselas; ese es el abatimiento del ataúd: gritar con la única esperanza que las cuerdas vocales exploten y te sangre la garganta; y de ese brote mire los tristes llanos de la cotidianidad; estaré solo hoy y siempre.

Es lo pesado, lo que no acaba. El sarcófago, por más adornado que esté de palabras y de elegías siempre es pedazo de ahora: de madera que alimenta gusanos; los arrastra sobre tus ojos, sobre los que tuvieron sueños y vieron la esperanza de estos a través de ellos; de los perdidos y locos, pero ahora estás solo, solo, solo. Ni ganas de llorar tienes. Así es todo, puedes continuarlo y de algo servirá; pero no puedes, lo intentas y miras, pero no puedes. Acabo el día y la noche y tú aún pensado sobre ti mismo, de cómo te vas pudriendo tan lentamente que ni el olor hondo que penetra por tus músculos los absorbes; ni la luna canta ni las estrellas vuelan, sólo los sueños quedan solos, abandonados en la tempestad del ser que transita un sendero frágil, al que nunca se encuentran con la alegría de la comprensión. Todo se diluye, desaparece en el momento que amas.

Aquí se arma esta última grave promesa, la que busca y queda sola en los tejidos del universo; observa su inmensidad, suspira, se tira al vacío de la noche. Abre los ojos de nuevo, y la noche le prende llamas a su aurora; sólo así se puede de deslumbrar, esa luz que nos susurra a los ojos: que sí hay, que sí existe.

Y escribes, y te sorprende: es malo. El texto no te convence. Sonríes, no todo ha acabado… si es tan rebuscado e inorgánico es porque no va dedicado a alguien; lo escribiste a través de la nada. Por eso hay esperanza, por que cuando escribes no lo piensas, sólo lo sientes y por allí va la inspiración natural de tus egos, los que intentan allanar unos besos para transcribirlos entre versos; esos, que queden eternos en la silueta de laberinto y sueños; porque los otros textos no son tan secos, tan descriptivos, tan objetivos, sin alegorías y sin penas, por eso sonríes; estás vivo. Quizá si te recuestas tras la noche en ese ataúd, pero lo haces lo más cómodo posible, para que no te espante los sueños, para que no postergues y no dudes. Escribes, sí; ¿qué importa si a muchos no les gusta…? Si estás solo, sólo son por ti para quién subas y quemes un coliseo; y en un reflejo, veas esa mirada, esos ojos; quizás ariscos para otros, pero de colores infinitos para los tuyos. He allí que abunda y se quiebra el ataúd; para compartir su silueta a través de sentimientos.

Tras esta noche, sólo quiero; entre mis reflejos y mis sueños, verte a ti: sin que hables (adoro tu voz, pero entiende que el silencio tiembla más en el corazón), tu mirada puesta y fría con tu corazón latiendo; sólo sentirte con una imagen, una mas que reine toda esta noche.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Las otras lllamas

No sé cuándo, pero hasta hoy vengo cargando un imán que no repele la mala causa, la atrae y se pega a ella con ondas ajenas a existir en cualquier otra circunstancia, pero que en mi caso aparecen diariamente, camufladas por la suerte a palpar entre actos la sustancia desecha que mira la fortuna en extremos no tan dóciles para llevar una vida congruente.

Eso es, mi vida es una serie de sucesos no reales que frecuentan aparecer al germen de mis decisiones, esporádicas y ficticias que claman por ser otras cuando son aquéllas. No sé la causa de éstas, pero mi piel tiembla, ríe tras pasar la mañana, y gotas de agua fría flotan sobre su textura llamando las brasas de otro cuerpo, otro cuerpo que no es aquél o éste sino su piel castaña en singular, la que flota y merodea al apagarse la noche sobre la luna y las maldiciones cotidianas, el cuerpo es aquel, lejos del que tengo, él que me pertenece sólo cuando está solo.

Así las últimas cenizas bregan en un fuego aparte, solemne, que podría extinguir un corazón a un suspiro que lleve al viento a provocar un tornado extinto desde hace años por el sentimiento bandido y compuesto de otros matices, reinantes de contradecir los cielos e ingerir ósculos por dragones, dragones en el aliento voraz que se extiende en su aliento de besos, aura de labios mojados, grietas húmedas que susurran en su niebla la felicidad y sus ariscas formas que rodean mi mente.

Clemente a otras, afrodisiaco a ellas, pero sólo rendido a pensar por otra a la que ahora siento. Es así como emana de alguien la inspiración, con ganas de chingar y contradecir sus sentimientos por intentar extenuarlos en sofocaciones del alma.

Las bocinas truenan, se dan mordiscos raquíticos, se erogan en portales que levan por tirar del sonido un grito, escucho y me miro, horror puesto y agitado, allí, dónde perdí mis pasos por oler el culo de tus huellas. Tu cuerpo de sal empuja de tus labios las llamas, hielo artificial del mar que me hunde, me hunde y asfixia, me defiendo, pero mis besos no llegan, los detienes, los lastimas, los transformas para dárselos a otros, les dices que son originales, tuyos, pero lo sabes y te divierte, tu boca llena de gusanos invisibles que le dan cosquillas a tu risa, tus gusanos que les vomitas a otros cuando sonríes , y en su espumarajo te envuelves, te divierte, te fascina complacerte atrayendo lo peor unido a tu temor, eso es para ti el amor.

Las otras llamas que prenden la muerte, la muerte colgando de un suspiro que se lanza desde el infierno para intentar alcanzar el cielo, ¿es tan malo eso? Parece que sí, mis últimas chispas calcinaron las estrellas, desistieron en una minuciosa mirada preñada de confusión por caer en ti, por caer en tus gusanos y besos, por alternar tus deseos y sumarle egos, por tirar noches; noches sin consuelo que beben y se machucan de tu cuerpo, alas sin espejos que se le han caído los sueños. Las otras llamas que se deslizan en el silencio, arden, arden solas y se sofocan de su fuego, lágrimas de hielo que queman el infierno. Son las mías, las que lloras, cuando desecha tienes los ojos en las otras llamas, llamas a otras llamas.

Tengo hambre y sólo me he comido tus sueños, por eso la tengo, por haber mordisqueado tu cuello, por eso me enferme de mi pancita, por haber tragado mierda.

martes, 10 de agosto de 2010

Confer


Escribir por escribir. Vivir por vivir. Morir por morir. Escribir viviendo a morir. Vivir muriendo a escribir. Morir escribiendo a vivir.

Del estío al estío, la fecha siempre llega. Un puntal agudo que vive desde las primeras horas de la noche hasta que otra nueva luna asesine el estruendo. Un día, un día, es sólo un día, normal y pálido; especial y magnético. Es el día que viste de eternidad con un suspiro de mi cielo. Es mar, es suelo, es aire y tierra. Es yo, es otro. Es allá, es ahora. Es una fecha, y es vano. Es todo recuerdo, y todo olvido. Es el silencio contando una historia, leyenda de un misántropo con auras de paladear el infinito, de probar algo grande y vivir ese momento. Es hoy, diez de agosto.

Nací, moriré. La última palabra me gusta más que la primera, pero la primera me da menos miedo que la segunda; y la nada se alimenta de este abismo. Limen de hoy, limen que sólo recordaran menos de los que me estiman al día de hoy. Hoy nací desde hace veinte suaves giros que mantienen el universo flotando, hace veinte sueños que vivo alucinando conmigo mismo, con mis egos y acariciando el de otros.

Las mañanas se desnudan, las noches se murmuran. El día brilla más cuando comienza la noche, la noche luce los lienzos más profundos cuando comienza a llegar el día. Y se desvanece el tiempo en la belleza que se desliza en lo más vano y absurdo, en delimitar espacio para que naveguen los segundos a las 21:30pm, la última mirada del año, el refugio que se escapa de las manos.

Veinte años con el único dueño que carecen. Y el estruendo se engancha. Ya han pasado veinte años como pasó el primero, como también pasaron cinco, luego diez se convirtieron en doce, profundamente se aceleraron los días y me fui hasta los quince, pronuncié hermosas estrellas al inhalarlas a los dieciséis, las exhale a los diecisiete cómo manías desechas y apagadas a partir de los dieciocho para incorporar miedo de represarías a los diecinueve. Todo parece tan lejano, hasta las mismas cosas que me prometí no olvidar y ahora no las encuentro. Un letargo que pasa sobre la conciencia, de ahí duele ser más añejo; de pasar el infierno despierto con los ojos ciegos y al final fingir que no observaste. Si han pasado ya veinte años, ¿qué tan rápido llegarán los veinticinco con pinta de treinta, los cuarenta con risa de cincuenta, los sesenta con ironía de que te llamen anciano si aún no sabes cómo es que han pasado sesenta años y sólo has visto menos de cinco años que te recuerden lo vano de otros diez, que a su vez éstos te rescaten memorias de hace 20, y los otros veinticinco sólo te prometen t te gritan al oído que ya tienes sesenta años.

Ese el problema que me llama y me susurra cuentos en las noches, que me besa entre las piernas como una golfa piromaníaca que se enciende los senos. Lo duro es tener veinte, golpear las pestañas del mar, observar el cielo, pasar unos giros sobre el suelo, bailar en el infierno, soplarle las velitas al amor, y en menos tiempo que esto, quisiera ya tener los sesenta años que dije porque ya tendría ochenta y la muerte contándome chistes y echando un masaje que se siente como si apenas tuviera la sensación de mis ósculos de los trece años, del amor de los dieciséis, de todas las cosas criminales y caóticas de los diecisiete. Todas las profundidades en algo nuevo.

Cumplo veinte sin refugio, no importa la edad. El tiempo fluye y no lo culpo, la vida mueve el péndulo de los segundos que me faltan con gran afán. Eso es lo duro. Duele más vivir que morir, ir y tal vez desaparecer del sueño de vivir; no vivir más cuando el tiempo se nos hace menos, eso es lo cabrón y ojete de la sabiduría. Tener que dejar el puto infierno…

Al final el infierno convence con sus atracciones, es más deliberado y hedónico; más divertido. Si Dante lo hubiera visitado sin mas que resistirlo, hubiera sido encantado con el sin número de Beatrices colmadas ahí dentro, desnudas de mente y vestido; listas para jugar con su amigo “El Coqueto” xD , sólo que en ese momento se lo sube la redención a la eternidad y se chupa el pecado todas las noches, oferta no tan mala pero de duro crédito; porque sí, es eterno y ahí procura seducir el infierno. Pero Alighieri decidió el amor, ahí está lo intenso, lo intrínseco, lo ontológico, la última locura de creer para ver si te lleva la chingada, es decir, el paraíso.

Ir al infierno para que después te lleve la chingada es la única salvación, solo que mí fe está bien puesta en el pedestal más puro y doloroso: Amor. Es difícil mirar el semblante con el que llega Mefisto a mi cuarto y no pensar esto: Éste cabrón sí está más jodido que yo. ¿Pero quién puede insultar al modelo más perfecto y, con carne de literatura, mejor descrito como el símbolo viril más bello? Es lo duro de el miedo, pensar que ya estas jodido. Jodido porqué te claven por tus sentimientos escondidos y temperamentales a seguir los ideales, a tener miedo de lo que crees sí es malo por ser distinto y engancharse a ello.

Pero ese es un pensamiento sólo verdadero, en mi realidad no hay tanto espasmo mas que por un tratado inexpugnable que es el paso de los años sin el gozo de ellos. Carpe Diem parece una maldición a la que ya no me puedo pegar y cumplirla. Mi ornamenta la perdí por un no sé por qué, mi armadura ya no brilla y desde hace rato pienso en hundirme en aguas pantanosas para ver si puedo renacer.

Nunca pensé cruzar el abismo que ahora paso, el umbral que pedalea y se sujeta a la gravedad del origen y fin, pienso que el Leteo me salva, pero no aguanto mis pensamientos. Si en verdad la quisiera de vuelta ya la hubiera dejado de amar, pero al final no me convence la idea; me gusta conocerla en el recuerdo que tengo de ella. Aún así, llegué cabalgando por un empuje de adrenalina, por un vértigo incontenible que traigo entre el pecho y palpita cada segundo bajo percusiones que admiro por su belleza. EL corazón en un Leo, es realmente lo único que se puede llevar puesto al tener que huir.

Mi refugio es un prisma con símbolos de difícil aprensión para un extraño: Son letras, son sueños, son egos, son años, son suspiros, son susurros, son sentimientos, son pensamientos, son sensaciones, son mares, son cielos, son infiernos, son dioses, son demonios, son piratas, son creadores, son bandidos, son ídolos, son héroes, son satisfacciones, son amaneceres, son lunas, son autos, son poemas, son noches, son gatos, son felinos, son peces, son Nicolás, son reyes magos, son maricas jodidos, son kilómetros, son carreras, son velocidad, son murmuro, son silencio, son flores, son insectos, son hot cakes, son mujeres, son libros, son relámpagos, sensaciones, son música, son amigo, son Rebeco, son padres, son escuela de mierda con pinta de prisión, son café, son onironauta, son besos, son navegar, son estrellas, son universos, son estelas, son costas, son ciudad, son ejercicio, son perfección, son obsesiones, son ilusiones, son enfermedades, son alucinaciones, son triunfos, son lágrimas, son reflexiones, son espejos, son ver, son pasear, son calle, son billar, son gimnasio, son autódromo, son un valle, son suelo, son paraíso, son ella, son nadie, son todo, son tiempo, son espacio, son matemáticas, son literatura, son páginas, son tumbas, son imaginación, son inspiración, son dragones, son leones, son canciones, son Beethoven, son agua, son tierra, son aire, son fuego, son destino, son odio, son melancolía, son desolación, son depresión, son fatalismo, son nostalgia, son recuerdos, son olvido, son alegría, son felicidad, son corazón, son palpitar, son anhelo, son deseo, son astrología, son tarot, son videojuegos, son vida, son muerte, son amor.

Al presagio de vivir, sólo queda vivir. Las llamas se extienden hasta escribir, y sólo los años pasan para no morir. Veinte años, ayer y mañana, ahora. Veinte suspiros arcanos, veinte sueños al vivir, escribir y morir que los relámpagos bajan en la fertilidad del sueño.

lunes, 9 de agosto de 2010

Póstumo desvanecer

Desistir por postergar, inundar por nadar. Suelo y cielo renacen y redoblan el tiempo, persiguen una distancia constante que sea agita y se expande; día de pronunciar contradicciones diáfanas por un vacío al abismo de un limen enjaulado en límites de intervalos del umbral.

He aquí, mi aura que baja y se desespera. Estoy enfermo y la fiebre me lleva a alucinar tribulaciones incoherentes que riman con las estrellas, las mismas estelas que se rompen en el silencio cuando se bregan tras un reflejo bermejo, pronunciando asteroides y palabras sobre las retinas de incluir todo en nada: Amor.

La sábana se extiende, me cubre en un infierno que me ahoga, es eterno el momento y pasa tan rápido que es difícil decir que es lento; porque así me voy quemando bajo este minucioso universo cubierto de inquirentes oniraciones clasificadas sólo para la teología… cubierto siempre con cenizas que atacan yugulares, que bajan sobre mi garganta y me hacen estornudar como un grado melancólico de elipses y turbulentas obsesiones.

He descantado el portal de la magia para vencer en la mística. Premonitorio al hedonismo, hay un Buda comiendo hamburguesas en McDonald’s, y un Mahoma echando suelo entre prostíbulos del vaticano; de mis ojos nace una sonrisa, se observa por el cielo como un relámpago de desdicha al que le caiga. Orfandad y un gesto gaseoso tras pasar una hora en cada minuto que no puedo dormir. Comienzo a blasfemar, comienzo a profetizar… Ven aquí, dulce aire puro de melancólicas pupilas, quiero que me beses con tu boca de injurias profanas y herejes.

Me gusta el mar, me gusta el cielo, me gusta atravesarlos diario bajo sedantes que aún no se descubren por el ingenio de toxinas nubladas. Me gusta trepar tu castillo de arena para que se caiga y me mee sobre él. Me gusta observar y me gusta hacer cosas que se prohíben al pasar.

Y en una costa de turbulentas olas, viene un velero nadando con anclas clavadas hasta el núcleo de tus sesos, de colores viene, con sus velas volando en el cielo. Sólo déjame naufragar en tu cuerpo, en tus sentimientos que se susurran todos los ídolos marcados como Dioses.

Legiones que vibran, vibran en gitano. De ver estrellas tengo ojos en el paraíso, un ritual menos que se descompone con las siluetas que bailan en la ceguera, un estruendo que sólo escuchan los tímpanos marciales que provienen del centro del infierno; porque aún queda levantar la última legión en esta guerra: la de los vencidos. La nuestra, la que tenemos que ver diario y nos pegamos a ella, la que tiene marcada un orgullo por haber sido desterrado y clavados por nuestros sentimientos. Y es aquí, territorio dónde todo axioma nuestro es un real equívoco, es aquí el pulir la sangre con cada versículo, con cada testículo que aún tenga huevos. LA hora se acerca, la hora se pierde en nuestras miradas como una silueta pálida, melancólica y orgiástica. Ven ahora a mi destierro, ven a ver cómo tiemblo por agarrar una lanza y arrojarla al cielo, ver como se derrite y emergen estelas que caigan sobre tus ojos. Porqué la última guerra es por amor, lo sabes…

En el incienso se acobijan los amuletos, se carga de manías las voces de las próximas sinfonías, aquéllas que vibran entre nuestras fantasías, esas que otros piensan como crímenes y nosotros soñamos en evaporaciones liquidas porque sólo están hechas de nuestros corazones. De ideales vivimos en la última legión, la que está en el infierno, en la que clamo por mis sueños.

viernes, 9 de julio de 2010

Velo de poesía

La poesía es un momento tan mágico que el cielo y suelo se acobijan a su velo, más cuando crece y se desorbita desde el infierno.

Comencé a perseguir mis sentimientos cerca de los diecisiete años, saliendo de junio y ya en casi un pleno estío. No sabía que el hastío es la mejor figura de la angustia, hastío donde se subraya cualquier condición que presente una figura hacia un rincón que se anhele, desde la primera persona, por vivir tras la apuesta sólo para ganarla desde la tercera persona sin mover más que los sueños y las estrellas.

El infierno sueña con afrodisiacos, que no muy comúnmente, tienen un gusto por compartirnos brebajes e infusiones que duren un infinito más de los que ya se han agotado. El exceso ovaciona a la estética como un resguardo que arroja clemencia tras un sótano invaluable: el desespero. Remontando, casi dos años atrás, el lugar menos propicio paro inculcar la fantasía como una alegoría que pretende alcanzar, en un vuelo, la mejor altura para poder caer entre el ego de amar, es en un salón de clase; donde el recuerdo y la nostalgia de ser un escudero cuyas epopeyas medievales se le agotaron fuera del alcance del tiempo y espacio, cercioran que el paraíso ha dado pasos atrás por haber participado en la mejor batalla con visión de promoción a caballero, esto es, perfumarse a ideales por el amor, arriesgar lo que no tienes que arriesgar para que el otro comparta su soledad, esto es lo que me llevó, en una mañana, a incursionar los ojos pálidos en palabras aún más frías que el fuego mantiene en su centro, como un hielo de proporciones intangibles.

Las mañanas sueñan con descansar, desaparecer del sitio, ese… donde no hay más orientación que perderse. Así que todo parece tener génesis en el sentir y el ser, una Fortuna invaluable que a precio del destino cruza la mirada con La Voluntad, le sonríe y pasa como una atmosfera cuya circunferencia arroja una estela, que los relámpagos miran, hasta caer el sonido de sus próximas sombras: al silencio.

Es ahí dónde encuentro la ciudad, la que me cuestiona, ¿si antes de perderse con ella yo podré mirar, en sus reflejos, las estrellas? Y lo recuerdo, lo sé. Levantar el desespero como una cuna de desolación girando a estruendos, lleva al único camino que no se separa, no se pierde; pero sí que nos lleva al paraíso o al infierno: amar.

Así que en el aula con aras de jaula, el destierro parece el único territorio domable y rebelde, misterioso y lleno de un color que podría avivar los cadáveres al ver el dolor.

Actuaría rima con un centenar de palabras dónde yo sólo usaría una: agonía. La agonía no está en recorrer un flujo que desaparece al pasar diariamente por sus senderos, lo contrarío, está en que constantemente te clava por los ojos la mirada de saber perdido lo último que apostarías, que al final, lo hiciste, sólo para llevar un pasajero como asta de un vicio propio que se sumerge a gloria por la satisfacción del otro. El pasajero, esto es cierto, no tiene la obligación de ir a dónde tu no quieres ni a dónde quieres. Pero ahí queda el detalle del día que comenzó a escribir la noche desde el amanecer, la mirada puesta al vacío mientras la soledad te alimenta de una seducción que no suelta la melancolía; escribir es no estar por decirlo desde otro lugar, perder el tiempo; olvidarse de que existe un presente que alimentar, un pasado que olvidar y un futuro que soñar. No existe, es allanar la nada con la mejor estrategia que surge: perder todo, y tal vez es dónde surja la poesía.

Un grito es demostrar lo que sientes por la alegría de verlo vencido. Y fue el grito donde la llame al contorno más desgastado del alma, la pureza que merodea el ardor de la tristeza, jugando con su vela y deslumbrándose de la profundidad que acelera por encarcelar el aura hacia una sensación que ningún día podría agotar. El día seguirá brillando mientras más se pega el cielo al suelo, las miradas que arrojan las nubes son las tormentas en las que nadan los océanos. Y comienzan las primeras letras a estamparse contra el infierno, escalando al destino por atormentar el martirio. Flagelarse por el sentimiento, porque al final la balanza ya no está encadenada a dos condenas, sino a una rueda que rota a un ciclo inadmisible de dejar: ella… sólo ella.

Pecar parece demostrar que la sociedad se equivoca. Se equivoca al pensar que estás delirando con la procedencia de considerar un refugio tolerable para llorar satisfecho, y el enjambre te envuelve para soltar las reglas: amalé, aunque sea muerto. Tras el laberinto, es difícil no temblar con ciertas palabras; con su elección, ya que la consternación es la ponderación de inquirir si el auge de la resonancia se atiende mejor con esta u otra palabra, si la rima consiste en emanar la melodía o la estructura. Así que

Porque al final lees la carta, te preguntas y te maldices, te olvidas y la recuerdas, te recriminas y la justificas: ¿Por qué no lo dijo? ¿Por qué no lo escribió? ¿Por qué? ¿Acaso le habría pesado decirme que me ama? ¿Qué le temía a que me amará? ¿Qué le temía, al miedo de que la odiara? ¿Acaso las estrellas no le decían que yo la amaba? ¿Acaso fui tan yo, para que ni lo pensara?

Regresas al suelo, el viento te susurra sus deseos, auge de elementos que sostienen el cielo. Y en un ancho segundo, que ha durado cerca de tres estíos, un murmuro rema las sensaciones del silencio, si he conseguido todo lo que anhelaban mis sueños ¿porqué ella no navegó conmigo? ¿Por qué las estaciones divulgaron la alegría hacia el destierro de nuestras emociones? I el clima baja, te llena los ojos hasta colmarlos de vacío, en tu cuerpo se difama el tiempo, y son tus alas, las que llevan por tus egos, mis lapsos que me restringen volver a buscarte.

Vida es transformar la poesía, cantar en sus renglones las manías que se encuentran en la misma cuna que mece la fantasía de una alevosía intratable como inexpugnable, infringir un exorcismo sería ofrecer un paralelismo, que al final es lo mismo como un ensayo inelegible del destino, esto es matar lo que te mata, no se puede; el vicio es tan inquebrantable que su fragilidad provoca cuidar a obsesiones este marco que provoca inspiración, ¿abandonar la sensación? Nunca.

Porque sabes dónde te cruje la mierda, dónde te duele más cuando te recuerdan… y te justifica, ella. Manchado del perdón de la compasión por la confusión, la mirada que late tras imágenes te llevan a mirar de nuevo la realidad. Duele saberlo, duele mirarlo, saber que te haces pendejo al pensar que aún no lo sabes. Mirar tras el espejo la nueva infusión de letanías clavadas con una dosis mortal de pecados, quieres seguir pero se acabo la pista, quieres sonreír pero ya nada es dicha, quieres sentir pero ya todo es poesía.

Lo que haces, lo haces por ti… sólo que al final todo deja una huella de ella. Un posesivo que jamás debía parecerlo, un truco que sabía administrar mis egos bajo ocasiones suculentas para dirigir palabras, erudiciones, regalos imborrables de espontáneos versos, estrellas colgadas bajo una bocina desde donde se escucha la voz que te puede cambiar de clan cuando ella quiera: del cielo al infierno con pasaporte a sus besos. Y la voz te llama, carajo… te llama, con mil cosas la hubiera callado pero para qué hacerlo, si su voz no cabe en la noche, en el silencio. Y amaneces pensando en el ritual, en la voz, en el cielo que merodea, en él ves que apenas puedes distraerte al estar con ella. La voz ahora es un conjunto de infinitos cardinales de otros infinitos, es ella. Y estás jodidamente loco, pero no puedes demostrar hasta que ella lo sienta. Junto a ella, el cielo es normal, el suelo no está bajo los pies, todo es normal; y es ahí la maravilla, lo cotidiano es el destino. Y no lo pensaba soltar.

Aquí, donde no es había una vez es: dónde ahora es. Aquí, donde no es muy puta madre lejano es: muy, muy putisimamente cercano. El corazón salta, se reprime, se ahoga, se mata, se resucita, palpita, merodea, vive, canta, me duele a veces cuando todo respiros profundos, circula de llamas la sangre, ruge la poesía a su manera, me dice que ya no hay más, que nos jodimos pero seguimos aquí… ¡aquí!, y no putisimamente lejano… aquí. Donde sólo nacen la descripción del infierno más reluciente y naturista que hay, donde los caídos por el sentimiento la describen. Donde la tradición marca seguir, el llanto en llamas, el cerebro seco, las velas soplando fuego en la literatura, porque es dura, quema, sus estelas son maravillosas pero si que son deslumbrantes. Bajo el corazón desde sus latidos, el limen no alcanza el umbral, se derrocha entre la inmensidad a la superficie de la nada, un abismo con litorales a la vista, pero catastrófico en mi exceso de jugar con los egos y sueños.

Y se decrece en tus sueños, bajo la órbita de colgarse a la gravedad que tira con la luna. Y los astros merodean, las figuras y láminas pierden postura. La locura desborda, mito de danzas y conjeturas de caricias. La luna se asoma, cerca de tu egos, comienza la lluvia, y yo sólo regojo tus lágrimas, aunque se mezclen con el océano, yo las recojo, extasiado de desolación, y navegando mareas sin condición. Y entre las noches, cerrando el universo, yo la veo… No todas las noches le veo, pero en las que sí…la extraño. Esa es mi plegaría, la última que lleva al infierno.

Con punta al amor comienza la agudeza del dolor, un pronóstico con tinte de diagnóstico; al final alguien siempre llevará más ventaja que el otro, con las estrellas perdidas y el vacío alumbrando, se vive al cortejo del hedonismo como venga.

Y al principio está el pasado, repitiendo sus cartas al repartir sus entrañas. De devociones se cargan los ideales, pero al susurrar un sismo de trivialidades pesadas bajo el buque de la mañana, los juicios son trastocados, las ideas insatisfechas, los imperativos dejándose tomar por admiración interrogativas… y el amor susurra… carajo que sí susurra un himno extraño, sólido y de otoño. Retumba la poesía en los oídos de nuestras diosas: ellas, por las que morimos y después l escribimos, haciéndolas más mortales en la castidad de su divinidad eterna y frágil. Y el velo se llena, junto con mística y poesía, cubren nuestros ojos para ir a morir con el alma puesta en su sollozo, el mismo que canta y llega sobre sus labios como notas de silencio.

Y al final: Te preguntas y la maldices, te olvidas y te recuerda, te recriminas y te justifica: nunca te amó…

Porque necesito que mi poesía ruga, ruga en el infierno, en el cielo, en el suelo, en donde ella vea que sí… que sí la amo. ¿Y dónde más que el silencio?

jueves, 24 de junio de 2010

Al manto del sentimiento

Merodeando las gestiones metalingüísticas que divulgan, entre grandes rasgos como profundos, el llamado que prohíbe marchar al retorno, con pasaporte de rendirse, por exprimir un esfuerzo más que estructure de las ruinas y caos; que a ondas se contraen sólo para extenderse a una magnitud poco deseable por su naturaleza de giros y espirales que revocan hacia la destrucción, una nueva disciplina que me mantenga a los cotidianos lapsos que inquieren un labor que me arroje lejos del vacío.

Vacío que levanta cuestiones emergidas de viscerales decisiones. Proviniendo del más hondo ritmo que abunda al corazón en respiros, mi pecho se agota al transcribir mañanas por noches, tardes por tardes; las semanas que han pasado son el hedonismo al que el exceso puede ser recluta y sentir la noche más vacía entre un juicio bañado de conceptos, que viven y se azotan en las miradas que sólo los cadáveres nos regalan.

Voy galopando hacia el camino más corto del infierno, un sendero que no permite bajar los tirones que el vértigo proporciona, dónde entré sin querer y ahora sólo me mantengo por la gravedad de su órbita al no poder bajarme de las nubes que miran de lejos el paraíso.

Siempre me ha cortejado la idea de inquirir y rebasar las negaciones sólo para sistematizar en una secta de recuerdos que manipulen el haber negado un axioma tan fundamentado, que al peligro y al hecho, de radicalizarse en un estrecho que protagonice al antagonismo de la verdad; no pretendo demostrar su veracidad, mas su estado fiduciario al que está pegado, se esmera por contradecir la verdad por algo más empírico: la realidad.

Al silencio que los reflejos imitan, la realidad consume las contracciones que los suspiros sueltan al voltear la confusión por ensoñación, entrando, por primera vez, al final; una gesta de intrínsecos plurales del murmuro que pregonan con arrebatarse al primer signo que presente una posible revuelta donde ruge el instinto, de arrojar corazón y escudo, por nada.

Es el aura de la inexistencia una sincronía de mantenerse al anonimato de existir. Existir por esculpir la niebla que esquiva la mirada de nutras pupilas volteando desde otro rostro, la nada se mitifica ha proporciones que ramifican un gradiente por llenarlo de nuestros propios y ajenos ojos. Ya que se ha perdido la verdad por incursionar en la realidad, una locura, que al amar, sólo presenta clavar la singularidad bajo dos egos que culminan, tras dos cavernas, el hueco que sostiene habitar al sentimiento.

Las sensaciones crecen, se envuelven tras mágicos encomios que presentan un borde que esmera rotar a inquisiciones repletas de fatal fantasía que descompongan lapsos por eternidad, ocasiones por un socorro limitado de aseverar que al entrar al laberinto, el manto que narra los pasos que entran a perderse, son los mismos que recorren la última salvación que se encuentra desde un residente del infierno: creer a la nada del amor.

domingo, 20 de junio de 2010

Libertad acelerando

Haciendo cuenta, mi vida no ha recorrido un aburrimiento, si bien antes se podía establecer un aullido que mastica la comezón de un grito, un grito que revoluciona a más veces de lo que un círculo se espantaría. Un nivel cromado de pavimento, lluvia y con tan escazas reglas que al contarlas sólo queda una: No matarse.

Es divertido escuchar Riders on the Storm, recordar que más que una canción es la salida de un recuerdo que puede brillar con ínfulas de deslumbrar. Tenía cerca de diecisiete años, un poco más de dieciséis sin llegar a los diecisiete, tenía poco menos de dos años que por primera vez tomará una palanca y acelerar a no más de un paso, donde una abuelita se iría mofando: 20km/Hr. Pero el exceso es un tributo que raramente tiene alas; sé que soy un gitano de vagas ilusiones, pero las alas de las que hablo son seis cilindros, un auto antiguo con vista de kilometraje no tanto como él, tres pedales, un volante, el pavimento, Dios y Mefisto en el retrovisor, en cada lado, compitiendo por quién era el afortunado ganador de llevarse a un adolescente dispuesto a volar sus ruedas hasta el autódromo, ya que El Rodríguez está a menos de 300mts. tan cerca y sin poder abordarlo.

El circuito es la línea que depara el suelo con la atmosfera, un humo que se extiende sobre la niebla. El piloto está ilusionado con poder arrancar algo se Ayrton Senna, quién para entonces, yo sabía que en lluvia es indomablemente un cabrón.

La adrenalina es el único casco que cubría mi vida. Recuerdo que tome al auto bajo cualquier pretexto, tenía diez minutos para que Azrael me viera cómo llegaba más rápido que él a la cripta para pronunciar mi nombre bajo un ángel piadoso con aura de mujer. Tome eje tres sur para llegar a la recta de Canal de Churubusco. Antes de salir me cubrí con una canción, no podía matarme sin antes un ritmo que llevará mi alma al carajo, fue Riders on the Storm. Cuando salí, miré el viento como azotaba las ramas; más bien acariciándolas, sentí después unas gotas que cayeron sobre mi rostro y el cielo nublado parecía un buen presagio para ir a calentar rueda.

Me subí al Z24 de mi madre, lo prendí y espere con ansía un miedo que desbordará sólo para ir a vencerlo, aunque de paso me llevó Mefisto a su cuarto, que comparte con Dios, para ver el espectáculo. Salí y tome la primera recta, calenté el auto mientras llegué hasta un límite de 140km/Hr. Tome una curva para incorporarme a la parte más entusiasta de la segunda recta, dos kilómetros quinientos de pavimento mojado, que para entonces el viento había traído una lluvia, obligando a todos, a no ir a más de 60km/Hr. Para hacer un emblema claro, estaba lloviendo cabrón.

Tome la primera parte de la recta. De primera a segunda hasta 55km/Hr, de segunda a tercera hasta los 80km/Hr, de tercera a cuarta hasta los 115km/Hr, de cuarta a quinta a los 140km/Hr. Sé que no hay algo claro en esto, no estaba viendo a qué velocidad hacia el cambio, aceleraba con la lluvia pegada a los ojos, escuchando cómo se estremecen 5500 revoluciones.

Carezco de criterio, ahora me doy cuenta. Pero ante todo, bajo un cántaro como lluvia que golpea el parabrisas, apenas se ve en los espejos cómo es que 170km/Hr. levantan olas de gotas al pasar por llantas mientras maulló hacia mi muerte.

La concentración no existe en ese momento, más que eso, la concentración se quedo atrás cuando has decidido viajar con la lluvia a un nivel que pocos experimentan para contarlo. Si la evasión existe, en ese momento tiene pinta de pasajero vestido de un nombre de musa. Sí por un sentimiento corría, ¿pero quién puede tener noción cuando va entre diluvios pasando a emociones?

Si en todo caso, la muerte se aferra a la vida igual que la Tierra a la gravedad del sol “No me botes cabrón, estoy girando bien intenso por ti, o mínimo ven a tirarte al vacío conmigo” No sé hasta dónde la gravedad sujeta al suicida, pero rebasar el límite mantiene a un corazón rugiendo a un ritmo que sólo un nombre lo podría alcanzar: amor.

Sé a qué pendiente gira el amor, a 170km/Hr. en un suelo mojado levantando llamas de olas, calentando el suelo para acostarse en el y pronunciar un nombre que quede grabado en vibraciones para que resuene a cada ente que pase por ese espacio: ¡La amo, qué pedo!

Girar como las llantas es mantenerse estático, la dinámica tiene reglas para romperse con juegos estúpidamente compuestos por una mente que gasta casi un cuarto de gasolina en menos de 5 km. El juego es apostar, entender que no comprenderás el por qué. El porqué la evasión va estructurando una mansión tras el acelerador, dónde la concentración no existe; es la adrenalina la que va sujetando el volante, el misterio de saber qué limen se atraviesa cuando el criterio va volando a 170 dioses/diablos. Quería chocar con su corazón para fundirlo con el mío. La lluvia siguió antes de frenar, la lluvia duro después de frenar.

Ese semáforo es emblemático: alto, decía. Pero yo no quise parar, si me iba a estrellar no importa con qué muro me iba a detener… me entregue a amar. ¿Quién necesita criterio cuando esté se quedo en la curva para alcanzar la recta que tiene camino de paraíso e infierno?

Sí, no siempre fui el que ahora soy. Pero creo que rebase al asesino que venía en su bochito, aún así se me subió, no alcanzo el ritmo el cabrón. Bajo el privilegio de la soledad, a mi experiencia me sentí muy acompañado, actuando solo bajo la oportunidad, que viaja, pegada al suelo. Es increíble que las palabras viajen, algunas veces más rápido.

Estoy seguro, bajo el crimen que la consciencia me dice que esto puede ser un insulto; Monsiváis sabía joder la lluvia a un ritmo cardíaco, mientras era jinete de palabras agudas, acelerando cabrón.

viernes, 18 de junio de 2010

Limen de orfandades

Las obsesiones son fraternales hasta el momento de voltear a verlas, mirarlas con la única satisfacción de haber acontecido en algo, que bizarramente no sería raro. Y formar parte de esta colección de difamaciones, que estrangulan las satisfacciones, es un claustro que vagamente no se olvida. Me chingué tres materias. Que pendejada.

Si tuviera que volver atrás, optaría por ir delante de dos días de ahora. No me arrepiento, mi vida juega con mi muerte cada vez que el reloj avanza, decisión tras opción de un ciclo, mediando reflexiones a cruz de noches para pervertir el pensamiento con operaciones idealistas de haber alcanzado más cuando ya pasado el día está.

Hasta donde recuerdo, no era tan perfeccionista. No buscaba evocar mas acaso un límite que infringiera un sonrisa afrodisiaca cómo puede ser hacer reír, a mitad de curiosidad, a ella. Nunca supe su nombre, lo único bueno fue el segundo en saber que había caído tras el misterio de la confianza por la seducción, todo esto, sin pensarl en todo esto. Después ella desaparece del gym y se ausentan mis ilusiones; esa es la última vez que alguien me ha gustado de una forma sin criterio.

Pero viendo todo, desde mi ceguera. He cambiado, sí; apenas y a penas me reacciono cuando me levanto por la mañana, hastiado de flojera; misma razón que me encarcela, acurrucado tras laureles que no durarán más allá de abrir la puerta y liberarse de ellos, de jugar mediocremente viedojuegos hasta el punto de voltear al cielo y sorprenderse que ya la luz se ha ido, de pactar con la noche un nuevo misterio para que inspire las palabras y sofoque de menos el vacío; pero el dolor no lo deja, ver de noche el dolor como una pirueta más del cielo. Cielo donde yo soy un gitano que astros desconocidos que giran y siguen la elipse de estar tras el borde, frente, dentro, en cualquier posición dónde ya todo se lo llevó el carajo.

El divertido jactarse del infierno cuando aún se está muy lejos, pero el paraíso duele por no tener la talla de alas mas que para volar en picada hacia ese parque de inhumaciones que reina la dicha de la angustia por el sentimiento. La orfandad llena siempre mi mente, clamando las horas; pensando que antes, de menos, podía rezar plegarias honestas y ahora me vanagloriaría con disfrutar de menos, un momento pleno, bajo una mística que la vida pueda dar de sus muchas relaciones que tiene la felicidad.

Felicidad que dura palabra, más que confundir la alegría alejándose más del éxtasis, entrando en la profundidad de perder los sentidos por olvidar la personalidad mental que acarreaba mi personita. Me caía bien, yo me caía bien, pero voltear en una tarde con vista de madrugada oceánica, navegando con velas caídas y timones rotos, los estribos parecen odiar al almirante, que con trabajo, no ha invitado a algún tiburón amigable para descansar sus restos bajos sus colmillos; me caía bien… Carajo, sé a qué punto comienza a maullar el gemido de perder, cuando el vacío te quiere odiar, ese es el jodido punto dónde está la chingada. Ante todo, cabe en una canción, Como lo hice yo.

lunes, 5 de abril de 2010

Bregar decisivo

La controversia se expande entre los días, todos los días y a cada hora que se suelta en la mañana y en los minutos donde se carga el mundo a través de momentos polares que se estrellan con el suelo, todos los días lo pienso y no sé si debo hacer caso devoto del brear que me sacude el loto diario de diurnos momentos: ir a la escuela; más que eso… estudiar Actuaría.

El número y Pitágoras, ambos con una estrecha relación casi concebida con un amor que gira entro ecos de cristales y mareas que navegan tras el universo. Y es esta cuantificación mágica y ritual que su valor trascribe en una meditación estrecha con la inducción universal a través de este número que peregrina en la sombra de la piel de cualquier ente, transformándolo en un arquetípico que se encierra desde la unidad relacionada con cualquier singular multiplicado con su aversión melancólica que tiene por agregarse, la unidad está presente en cualquier valor singular mutado de éste.

Pero a tanto, no sé qué es lo que escribo… tal vez reducciones materiales de mi vaga mente ante la interrogación de matices bajos e inescrupulosas dudas de continuar en el abismo que me deja día tras días, mañana tras mañanas. Y no es que me fastidie compartir mi muerte en los lazos de los números, simplemente no es mi sueño; aunque no sé si sea mi destino destilarme en el albor matinal de despertar y dormir, con la única y divisoria obligación social de ir a orinar y tomar café en la escuela cuando puedo gozar de arcanas satisfacciones liricas en mi casa.

Al parecer las crisis de los modelos históricos ya consumados son lo estatutos de los próximos, engaños cíclicos que corrompen entre la organización de formular verdades en falacias consumadas que están muy lejos de realidades necesarias, y eso, hermanos de su lejana abuela, es inspiración desecha en el agotamiento de construir lo peor con lo mejor. Tal vez, en el fondo el sistema es artístico, una gama de énfasis contra la naturaleza que concibe los ciclos de la destreza estética con un fin, en el que sus revoluciones sean de una potencia exacta que haga sacar los ideales del radio y lleguen como un suave perfume que contemple un bienestar fructífero, ideal que lleva impregnado un elocuente control más allá de nuestra vidas, más allá de la molestia de tomar nuestro propio sufragio.

Un sistema que protagonice desde un tercero la invocación de decisiones según convenga el clímax de los ideales, convirtiendo la muerte en un decisión exacta con todo y nuestros acotos momentos y actos que le anteceden; después de todo, la cárcel perfecta es el orden, última inquisición que quiere un Dios y Mefisto que vive en la fantasía, en el desorden de la objetividad, en el levitar orionauta que me lleva todos los días a pensar qué hago yo en este claustro mental de academias, escribiendo poemas en sus cátedras y viviendo en la solitaria sociedad, supongo que ya me atrapo…

domingo, 10 de enero de 2010

Breve consuelo

Escuchas latir al corazón entre el arco de los segundos, óptimos para lanzarte entre la imaginación hacia un nuevo y satisfactorio mural de cromáticas dimensiones. Recorres la acuarela dibujando el amor, subiendo y trazando cualquier ilusión; la noche se cierra al enjambre de tu inquisición; inquisición que tortura y a la vez te lleva, de frente y por los labios, caricias del dolor. El portal se estrecha hacia la ocasión: -¡Crúzalo, a inspiración!

Ahora, la hora de la luna mercurial en tu habitación. Ahora, la hora de pensar dentro de la locura el grito que aúlla el alcohol: “-¡Estréchame lejos amor! He venido a tu balcón sólo para pedirte perdón; huye, huye. No dejes que comience a recordarte cuando volemos al corazón”. Y es que no es el alcohol, es tu voz la que grita en desolación.

Desolación. Breve consuelo de nuestra imaginación, prendido al sentimiento y a la sensación de su cuerpo al estrecharte con sus ojos, al perderte a la estrellas lejanas, al pasar labios y cosquillas de mímicos deseos que se despliegan desde sus senos. –“¡Y es que ahora la recuerdo!; bebiendo con hambre, devorando con sed. La recuerdo al olvido de sus mejillas, de sus pupilas, de su vida… puede que la haya conocido en mi recuerdo. Desolación”.

La libertada aumenta, sólo para conocer sus caderas. Cierras los ojos y levitas: –Cuidado, estás con Dios. Te sonríe a una cadena y te sopla al aliento de perdón-. –“Lo siento Dios, no he vivido, aún merezco tu perdón”.

-Jugaste a ser Hefesto y Apolo al mismo tiempo. Sorpresa mi hermano, eres mortal y con alas sin poder volar. Piérdete lejos, escóndete cerca; donde todos te vean al crepúsculo de tu sonrisa que simboliza el matinal de tus lágrimas. Juega con la luna, únete al viento, sécate con la luna, destroza la naturaleza. Eso, eso. Sé artista, arte de mis milenios danzando en silencio; locura de tu derrota, alza de mis espejos. Jugaste a pedir Mefisto, rezando por silbar con Dios. Vacío esperando, maldito entre tu destino; todos pueden leerte y pocos comprenderte. Ella puede verte pero nunca amarte.

Volteas a reflejo, pierdes con tu firma el tiempo. Qué importa, cuando tú voltees, ella ya se habrá ido lejos, lejos y dentro tu corazón. Y sacas las garras, en su gancho y filo encuentras la razón de abrirte las pupilas con los ojos húmedos; porqué no quieres perder su última figura y quieres estar al péndulo de su eternidad, las sacas. El cuadro es perfecto que rebasa cualquier paisaje, el último dónde la veas, el último dónde ella lo sepa. Rebanando a piedad del sosiego; siendo un héroe sin saberlo, tomas tus ojos mientras las acuarelas siguen sangrando. Tus ojos tirados, tus ojos olvidados. Ciego la ves. Ciego la quieres. Ciego la amas.

Escuchas latir el corazón, porque ella bosteza con tu recuerdo, y el arco se extiende hasta ser recto. -El cuadro está perfecto, puedes pasar a su olvido; puedes pasar a la historia con tirarte sin salida al vació que se asoma.

“Ilustre mural, pagano de colores, estás listo en su retrato; sólo he dibujado un punto, sólo veo un punto, creo que mi vacío le va gustar hasta escuchar mis canciones de soledad. Creo que soy ciego y no pudo verte, pero ella esta ahí, en un bello corcel que cabalga su jinete. Y yo aquí, convirtiendo el punto en letras, en panoramas de alegorías; en crudas fantasías. En poesía. Exclamando sin sentido; como un breve consuelo, eso es. Un breve consuelo: Suerte.”