lunes, 10 de agosto de 2009

Ad vitam aeternam


Cerca de veintiún horas a cumplir años y lejos de los suaves pensamientos, con el vértigo que se va enrollando entre mis manos de pensar en el tiempo, clasificándolo entre pórtales que habitan en la temible conciencia de mi suelo, de mi vida, de la franca inquisición con la puerta sostenida al aire mientras volando algún día se abra entre el eterno suspenso de haber recordado algo entre el juego. Siendo franco con la noche, levitándola hasta realidades que se van reflejando entre sueños que protestan las fantasías de las que prendí mi vida; donde aparece ese niño probando su imaginación, convirtiendo todo imposible en actos que se pasean en su mente, sosteniendo la libertad desde el pupitre cuando cerraba sus ojos, deslumbrado por la cortina negra a la que se sometían las estrellas mientras la velocidad de la gravedad lo transportaba hasta la magia que deslumbra a los inmortales, mientras… él sigue plasmado en la imagen y jurándole, con una sonrisa, que lo logrará.

Recordar el sueño, rezar por la fe que va sangrando desde el fondo de la pasión, pasando por el dolor para mitificar la oración, probando los recuerdos para hacer más intrépida la devoción; porque el anhelo soy yo, devorando la metamorfosis para engañar al destino, sobrevolando las alas para quedar atrapado entre las garras, deslizándome entre la locura para decolorar al espejo sobre las letras, colocando poemas sobre sus senos, acariciando las estrofas para apostar por el ego, éste; él que se consuela con pensar que el final sólo será el comienzo.

Días sobre noches, pasos a segundo sobre el universo, sosteniendo la vida desde el alma, conjurando los secretos, legalizando la mortalidad sobre la eternidad; escuchó la fecha desde hace horas; acudiendo puntual entre los astros y la perfección de engatusar la esclavitud, y su condena es larga desde mi mente; pregunta con los siglos sostenidos sobre sus pestañas, acude a mi vida como un sarcasmo cotidiano, pero no hay respuesta y lo mejor es que nunca la habrá, que todos los que cegaron sus labios al pronunciar sus alegatos han quedado marchitos entre sus páginas, muertos entre el silencio que llega con la inmortalidad.

El fin de la primera persona parece que se aleja mientras más profunda llega a ser la breve ontología del nacimiento, profanando la demencia con la locura y arrojándose hacia el vientre que obra con amar. Y no es que extrañe algo del pasado, no es el ombligo que abro en el cielo; sólo me aturde Su ironía. El cementerio es extenso, reclusos sobre cuerpos aún en movimiento, acosando la justicia sobre sus mismas heridas, agudizando las lágrimas de sus venas; todo es transparente tal como su existencia.

Y ahora, a una semana de entrar fuera de mi paraíso, sin desmayar el rigor en un gimnasio, sin quedar a la luna mientras sigo escribiendo, acorralando entre el sueño de haber pasado sobre diecinueve años, con las caricias que van acarreando la inspiración sobre la ciudad, con unos breves pensamientos que de desglosan entre sonrisas, con la orilla de un sentimientos que me hipnotiza a seguir; puedo decir que hoy he vivido como prefiero, que la vida no me es corta, lo es el pensamiento que pretende ser mi relojero, la masa que elige ser social de sus muertos; no me importa, el momento es perfecto, las campanas brillan sobre la hora y el presente se sostiene.

Apostar por la fecha, seguir pegado al azar, reír y gozar; nada llena más que seguir jodiendo al mundo. Mis suspiros velan entre mis sentimientos, con el aturdido emblema que se perfora entre artificios de conjugación: jugar, soñar, amar, odiar, lidiar, imaginar, pronunciar, apostar, levitar, manejar, levantar, burlar, pensar, tocar, recordar, olvidar, tomar, perdonar, resucitar, mitificar, blasfemar, joder, besar, ser, construir, sentir, prostituir, escribir, morir, vivir.

La fecha se va pegando a mis labios: diez de agosto, diecinueve años. Y después de todo, no me importa que esté pegado a la mortalidad, hace tiempo que perdí al miedo, y siempre, mientras lo logré, hasta la muerte de vivirla.

Hasta la muerte de vivirla…