lunes, 5 de abril de 2010

Bregar decisivo

La controversia se expande entre los días, todos los días y a cada hora que se suelta en la mañana y en los minutos donde se carga el mundo a través de momentos polares que se estrellan con el suelo, todos los días lo pienso y no sé si debo hacer caso devoto del brear que me sacude el loto diario de diurnos momentos: ir a la escuela; más que eso… estudiar Actuaría.

El número y Pitágoras, ambos con una estrecha relación casi concebida con un amor que gira entro ecos de cristales y mareas que navegan tras el universo. Y es esta cuantificación mágica y ritual que su valor trascribe en una meditación estrecha con la inducción universal a través de este número que peregrina en la sombra de la piel de cualquier ente, transformándolo en un arquetípico que se encierra desde la unidad relacionada con cualquier singular multiplicado con su aversión melancólica que tiene por agregarse, la unidad está presente en cualquier valor singular mutado de éste.

Pero a tanto, no sé qué es lo que escribo… tal vez reducciones materiales de mi vaga mente ante la interrogación de matices bajos e inescrupulosas dudas de continuar en el abismo que me deja día tras días, mañana tras mañanas. Y no es que me fastidie compartir mi muerte en los lazos de los números, simplemente no es mi sueño; aunque no sé si sea mi destino destilarme en el albor matinal de despertar y dormir, con la única y divisoria obligación social de ir a orinar y tomar café en la escuela cuando puedo gozar de arcanas satisfacciones liricas en mi casa.

Al parecer las crisis de los modelos históricos ya consumados son lo estatutos de los próximos, engaños cíclicos que corrompen entre la organización de formular verdades en falacias consumadas que están muy lejos de realidades necesarias, y eso, hermanos de su lejana abuela, es inspiración desecha en el agotamiento de construir lo peor con lo mejor. Tal vez, en el fondo el sistema es artístico, una gama de énfasis contra la naturaleza que concibe los ciclos de la destreza estética con un fin, en el que sus revoluciones sean de una potencia exacta que haga sacar los ideales del radio y lleguen como un suave perfume que contemple un bienestar fructífero, ideal que lleva impregnado un elocuente control más allá de nuestra vidas, más allá de la molestia de tomar nuestro propio sufragio.

Un sistema que protagonice desde un tercero la invocación de decisiones según convenga el clímax de los ideales, convirtiendo la muerte en un decisión exacta con todo y nuestros acotos momentos y actos que le anteceden; después de todo, la cárcel perfecta es el orden, última inquisición que quiere un Dios y Mefisto que vive en la fantasía, en el desorden de la objetividad, en el levitar orionauta que me lleva todos los días a pensar qué hago yo en este claustro mental de academias, escribiendo poemas en sus cátedras y viviendo en la solitaria sociedad, supongo que ya me atrapo…