jueves, 24 de junio de 2010

Al manto del sentimiento

Merodeando las gestiones metalingüísticas que divulgan, entre grandes rasgos como profundos, el llamado que prohíbe marchar al retorno, con pasaporte de rendirse, por exprimir un esfuerzo más que estructure de las ruinas y caos; que a ondas se contraen sólo para extenderse a una magnitud poco deseable por su naturaleza de giros y espirales que revocan hacia la destrucción, una nueva disciplina que me mantenga a los cotidianos lapsos que inquieren un labor que me arroje lejos del vacío.

Vacío que levanta cuestiones emergidas de viscerales decisiones. Proviniendo del más hondo ritmo que abunda al corazón en respiros, mi pecho se agota al transcribir mañanas por noches, tardes por tardes; las semanas que han pasado son el hedonismo al que el exceso puede ser recluta y sentir la noche más vacía entre un juicio bañado de conceptos, que viven y se azotan en las miradas que sólo los cadáveres nos regalan.

Voy galopando hacia el camino más corto del infierno, un sendero que no permite bajar los tirones que el vértigo proporciona, dónde entré sin querer y ahora sólo me mantengo por la gravedad de su órbita al no poder bajarme de las nubes que miran de lejos el paraíso.

Siempre me ha cortejado la idea de inquirir y rebasar las negaciones sólo para sistematizar en una secta de recuerdos que manipulen el haber negado un axioma tan fundamentado, que al peligro y al hecho, de radicalizarse en un estrecho que protagonice al antagonismo de la verdad; no pretendo demostrar su veracidad, mas su estado fiduciario al que está pegado, se esmera por contradecir la verdad por algo más empírico: la realidad.

Al silencio que los reflejos imitan, la realidad consume las contracciones que los suspiros sueltan al voltear la confusión por ensoñación, entrando, por primera vez, al final; una gesta de intrínsecos plurales del murmuro que pregonan con arrebatarse al primer signo que presente una posible revuelta donde ruge el instinto, de arrojar corazón y escudo, por nada.

Es el aura de la inexistencia una sincronía de mantenerse al anonimato de existir. Existir por esculpir la niebla que esquiva la mirada de nutras pupilas volteando desde otro rostro, la nada se mitifica ha proporciones que ramifican un gradiente por llenarlo de nuestros propios y ajenos ojos. Ya que se ha perdido la verdad por incursionar en la realidad, una locura, que al amar, sólo presenta clavar la singularidad bajo dos egos que culminan, tras dos cavernas, el hueco que sostiene habitar al sentimiento.

Las sensaciones crecen, se envuelven tras mágicos encomios que presentan un borde que esmera rotar a inquisiciones repletas de fatal fantasía que descompongan lapsos por eternidad, ocasiones por un socorro limitado de aseverar que al entrar al laberinto, el manto que narra los pasos que entran a perderse, son los mismos que recorren la última salvación que se encuentra desde un residente del infierno: creer a la nada del amor.

domingo, 20 de junio de 2010

Libertad acelerando

Haciendo cuenta, mi vida no ha recorrido un aburrimiento, si bien antes se podía establecer un aullido que mastica la comezón de un grito, un grito que revoluciona a más veces de lo que un círculo se espantaría. Un nivel cromado de pavimento, lluvia y con tan escazas reglas que al contarlas sólo queda una: No matarse.

Es divertido escuchar Riders on the Storm, recordar que más que una canción es la salida de un recuerdo que puede brillar con ínfulas de deslumbrar. Tenía cerca de diecisiete años, un poco más de dieciséis sin llegar a los diecisiete, tenía poco menos de dos años que por primera vez tomará una palanca y acelerar a no más de un paso, donde una abuelita se iría mofando: 20km/Hr. Pero el exceso es un tributo que raramente tiene alas; sé que soy un gitano de vagas ilusiones, pero las alas de las que hablo son seis cilindros, un auto antiguo con vista de kilometraje no tanto como él, tres pedales, un volante, el pavimento, Dios y Mefisto en el retrovisor, en cada lado, compitiendo por quién era el afortunado ganador de llevarse a un adolescente dispuesto a volar sus ruedas hasta el autódromo, ya que El Rodríguez está a menos de 300mts. tan cerca y sin poder abordarlo.

El circuito es la línea que depara el suelo con la atmosfera, un humo que se extiende sobre la niebla. El piloto está ilusionado con poder arrancar algo se Ayrton Senna, quién para entonces, yo sabía que en lluvia es indomablemente un cabrón.

La adrenalina es el único casco que cubría mi vida. Recuerdo que tome al auto bajo cualquier pretexto, tenía diez minutos para que Azrael me viera cómo llegaba más rápido que él a la cripta para pronunciar mi nombre bajo un ángel piadoso con aura de mujer. Tome eje tres sur para llegar a la recta de Canal de Churubusco. Antes de salir me cubrí con una canción, no podía matarme sin antes un ritmo que llevará mi alma al carajo, fue Riders on the Storm. Cuando salí, miré el viento como azotaba las ramas; más bien acariciándolas, sentí después unas gotas que cayeron sobre mi rostro y el cielo nublado parecía un buen presagio para ir a calentar rueda.

Me subí al Z24 de mi madre, lo prendí y espere con ansía un miedo que desbordará sólo para ir a vencerlo, aunque de paso me llevó Mefisto a su cuarto, que comparte con Dios, para ver el espectáculo. Salí y tome la primera recta, calenté el auto mientras llegué hasta un límite de 140km/Hr. Tome una curva para incorporarme a la parte más entusiasta de la segunda recta, dos kilómetros quinientos de pavimento mojado, que para entonces el viento había traído una lluvia, obligando a todos, a no ir a más de 60km/Hr. Para hacer un emblema claro, estaba lloviendo cabrón.

Tome la primera parte de la recta. De primera a segunda hasta 55km/Hr, de segunda a tercera hasta los 80km/Hr, de tercera a cuarta hasta los 115km/Hr, de cuarta a quinta a los 140km/Hr. Sé que no hay algo claro en esto, no estaba viendo a qué velocidad hacia el cambio, aceleraba con la lluvia pegada a los ojos, escuchando cómo se estremecen 5500 revoluciones.

Carezco de criterio, ahora me doy cuenta. Pero ante todo, bajo un cántaro como lluvia que golpea el parabrisas, apenas se ve en los espejos cómo es que 170km/Hr. levantan olas de gotas al pasar por llantas mientras maulló hacia mi muerte.

La concentración no existe en ese momento, más que eso, la concentración se quedo atrás cuando has decidido viajar con la lluvia a un nivel que pocos experimentan para contarlo. Si la evasión existe, en ese momento tiene pinta de pasajero vestido de un nombre de musa. Sí por un sentimiento corría, ¿pero quién puede tener noción cuando va entre diluvios pasando a emociones?

Si en todo caso, la muerte se aferra a la vida igual que la Tierra a la gravedad del sol “No me botes cabrón, estoy girando bien intenso por ti, o mínimo ven a tirarte al vacío conmigo” No sé hasta dónde la gravedad sujeta al suicida, pero rebasar el límite mantiene a un corazón rugiendo a un ritmo que sólo un nombre lo podría alcanzar: amor.

Sé a qué pendiente gira el amor, a 170km/Hr. en un suelo mojado levantando llamas de olas, calentando el suelo para acostarse en el y pronunciar un nombre que quede grabado en vibraciones para que resuene a cada ente que pase por ese espacio: ¡La amo, qué pedo!

Girar como las llantas es mantenerse estático, la dinámica tiene reglas para romperse con juegos estúpidamente compuestos por una mente que gasta casi un cuarto de gasolina en menos de 5 km. El juego es apostar, entender que no comprenderás el por qué. El porqué la evasión va estructurando una mansión tras el acelerador, dónde la concentración no existe; es la adrenalina la que va sujetando el volante, el misterio de saber qué limen se atraviesa cuando el criterio va volando a 170 dioses/diablos. Quería chocar con su corazón para fundirlo con el mío. La lluvia siguió antes de frenar, la lluvia duro después de frenar.

Ese semáforo es emblemático: alto, decía. Pero yo no quise parar, si me iba a estrellar no importa con qué muro me iba a detener… me entregue a amar. ¿Quién necesita criterio cuando esté se quedo en la curva para alcanzar la recta que tiene camino de paraíso e infierno?

Sí, no siempre fui el que ahora soy. Pero creo que rebase al asesino que venía en su bochito, aún así se me subió, no alcanzo el ritmo el cabrón. Bajo el privilegio de la soledad, a mi experiencia me sentí muy acompañado, actuando solo bajo la oportunidad, que viaja, pegada al suelo. Es increíble que las palabras viajen, algunas veces más rápido.

Estoy seguro, bajo el crimen que la consciencia me dice que esto puede ser un insulto; Monsiváis sabía joder la lluvia a un ritmo cardíaco, mientras era jinete de palabras agudas, acelerando cabrón.

viernes, 18 de junio de 2010

Limen de orfandades

Las obsesiones son fraternales hasta el momento de voltear a verlas, mirarlas con la única satisfacción de haber acontecido en algo, que bizarramente no sería raro. Y formar parte de esta colección de difamaciones, que estrangulan las satisfacciones, es un claustro que vagamente no se olvida. Me chingué tres materias. Que pendejada.

Si tuviera que volver atrás, optaría por ir delante de dos días de ahora. No me arrepiento, mi vida juega con mi muerte cada vez que el reloj avanza, decisión tras opción de un ciclo, mediando reflexiones a cruz de noches para pervertir el pensamiento con operaciones idealistas de haber alcanzado más cuando ya pasado el día está.

Hasta donde recuerdo, no era tan perfeccionista. No buscaba evocar mas acaso un límite que infringiera un sonrisa afrodisiaca cómo puede ser hacer reír, a mitad de curiosidad, a ella. Nunca supe su nombre, lo único bueno fue el segundo en saber que había caído tras el misterio de la confianza por la seducción, todo esto, sin pensarl en todo esto. Después ella desaparece del gym y se ausentan mis ilusiones; esa es la última vez que alguien me ha gustado de una forma sin criterio.

Pero viendo todo, desde mi ceguera. He cambiado, sí; apenas y a penas me reacciono cuando me levanto por la mañana, hastiado de flojera; misma razón que me encarcela, acurrucado tras laureles que no durarán más allá de abrir la puerta y liberarse de ellos, de jugar mediocremente viedojuegos hasta el punto de voltear al cielo y sorprenderse que ya la luz se ha ido, de pactar con la noche un nuevo misterio para que inspire las palabras y sofoque de menos el vacío; pero el dolor no lo deja, ver de noche el dolor como una pirueta más del cielo. Cielo donde yo soy un gitano que astros desconocidos que giran y siguen la elipse de estar tras el borde, frente, dentro, en cualquier posición dónde ya todo se lo llevó el carajo.

El divertido jactarse del infierno cuando aún se está muy lejos, pero el paraíso duele por no tener la talla de alas mas que para volar en picada hacia ese parque de inhumaciones que reina la dicha de la angustia por el sentimiento. La orfandad llena siempre mi mente, clamando las horas; pensando que antes, de menos, podía rezar plegarias honestas y ahora me vanagloriaría con disfrutar de menos, un momento pleno, bajo una mística que la vida pueda dar de sus muchas relaciones que tiene la felicidad.

Felicidad que dura palabra, más que confundir la alegría alejándose más del éxtasis, entrando en la profundidad de perder los sentidos por olvidar la personalidad mental que acarreaba mi personita. Me caía bien, yo me caía bien, pero voltear en una tarde con vista de madrugada oceánica, navegando con velas caídas y timones rotos, los estribos parecen odiar al almirante, que con trabajo, no ha invitado a algún tiburón amigable para descansar sus restos bajos sus colmillos; me caía bien… Carajo, sé a qué punto comienza a maullar el gemido de perder, cuando el vacío te quiere odiar, ese es el jodido punto dónde está la chingada. Ante todo, cabe en una canción, Como lo hice yo.