lunes, 10 de agosto de 2015

domingo, 25 de marzo de 2012

Caracol desnudo


Y el caracol, pacífico
burgués de la vereda,
ignorado y humilde
el paisaje contempla.
-Federico García Lorca

Garantizo que este texto ya lo había escrito, en otro lugar y quizá con la misma fecha. Lo había escrito como quien hace de la literatura un perico que imita los sonidos y locuciones de un hombre, pero en este caso, el perico podría haber sido una mujer, entonces la voz del perico sería a la vez cotidiana y con un desgastante arribo hacia la sensualidad, un viaje jamás concreto. Por lo anterior, quizá el texto debería de tratarse de un perico, un hombre y una mujer; quizá el perico imite las conversaciones o algún bramido, pero este texto no trata de eso, o quizá de alguna forma, como un traslúcido eco que va equidistando las palabras con las ideas, trate de un perico. Pero sé que este texto no termina (como suelen escribir los entusiastas, que jamás buscan en los renglones la respuesta que el escritor mismo le hace al personaje cotidiano), el texto se refleja por otro texto, el otro texto parecía hablar con una voz honesta pero poco confiable: salta de una objetividad minuciosa a una ficción comparable a los procesos de la memoria. La hoja se extiende en dos contornos, su dimensión es un recuerdo que nunca será igual, y de allí, un sin lugarespera, un café; pues había escrito esto como quien hace de las hojas y los renglones palabras borradas para transcribir otras, y así, desbordar la historia y su infidelidad.
Se dice que en algún tiempo, los segundos contaban historias; historias de todo tipo, pues se centraban en un foco infinito de temas, en conjunciones de delirios, de relatos que sólo se describen mediante la comparación de una escalera imposible que termina llevando a un laberinto, y de éste a otro, escalera contenida en un curto de seis paredes donde los locos aúllan y anida el amor que tiene la cerveza por el mundo. Historia que los segundos contaban, entonces los hombres se quedaban sentados a lado de las mujeres, y ambos se dedicaban a la contemplación de lo conciso: el éxtasis fugaz de quedarse sin pensamiento, una ociosidad perenne. Tiempo desmedido, alusión con la que las mujeres se hacían peces y respiraban en los pulmones de los hombres, se tomaban las manos, se asían los sexos, luego las piernas; y se miraban: libres, tontos, geniales. Ese período no es hoy, pero lo hubo; lo sé. Y cada historia era la misma pero recordada de una forma distinta, a veces anticipada, otras no parecía ser historia sino una especia de alegorías y tribulaciones conjuntas en una lenguaje ininteligible, pero al contarla, tenía la misma sensación parecida a una evocación idílica, generada por un espacio de reflejos infinitos en el sueño y la realidad; todo esto, a una velocidad instantánea como el seguro y conmovedor caminar del caracol. De algo estoy seguro, hoy no es ese tiempo; y hoy los segundos se miden sin las historias.
El aullido alcanza al caracol; el caracol lo sostiene: no tiene pulmones pero tiene bolsitas de celofán. El caracol camina, mira alrededor y todo parece encontrarse en el instante: la tarde, el frío, las muchachas, las sonrisas, la cara de los departamentos de la Nápoles. El caracol se para sobre una hoja, parece seguir caminando lento pero está erguido y quieto; diluye los ojos con sus parpados finos, y su pequeño corazón se frota en latidos dispersos. Su concha sigue una espiral que rememora a la muerte: es constante, su concha sigue un patrón lineal que podría parametrizarse en diversos radios exactos; un matemático se pondría contento con su forma, un poeta sabría que más allá de la forma, está la homologación de la naturaleza, una función que admite la poesía de lo cotidiano en lo disperso. Pasa el segundo, y sigue otro hasta llegar la noche.
La noche desviste los pensamientos y el caracol, con su traje más espumoso, se levanta. Copula con otro caracol durante algunas horas; se une al otro, saca su pene y le unta su vagina; pues los caracoles son seres andróginos, uno tiene el turno para fornicar al otro y el otro después será penetrado como él mismo hace; en medio del proceso y estando juntos nace un dios enano que danza, en su prófuga, la muerte. Entre sus bocas no hay palabras, sólo segundos que recorren su estancia en un éxtasis de instantes, eternos; es cuando el caracol está más desnudo, fuera de su concha; y así entra: líquido y gusano frente a la noche. Su concha se expande y se contrae. Y se va cantando, cantando una historia sin que nadie lo escuche, más que el pasto. Luego se detiene y mira al mundo.
La desnudez: canto por el cuerpo y por la siguiente línea: ____________________ o esta: ∫Φ. Pero la desnudez deambula por la cama, frente a la regadera, en el patio o en la cocina. La desnudez es la misma: se nace desnudo, se debería de morir así, sin nadie y sin ningún secreto. La desnudez tiene un lenguaje. Ese lenguaje está sitiado en el instinto y en la demencia, el lenguaje se habla en la metáfora más resuelta, el entorno recorre la silueta; la desnudez se extiende con un gesto de tierra, se extiende por una cara sensual. Se enciende cuando las manos lo deciden y una danza de dedos persigue al vestido, a los botones, a los cierres, a los cuellos bien puestos, a los calcetines de colores, al cinturón que se somete en la cintura, a las bragas (¡Qué palabra!), a un calzoncito tanguero o enorme, a unos guantes o cualquier prenda. La desnudez es el momento más hipócrita, donde te presentas sin ti, pues te asumes con la confianza que más intentas representar, la que huya del miedo; pero a la desnudez no le importa si eres tú o él que se finge. La desnudez es el margen de centrar los ojos y tocar esa desnudez, entre la sombra o en la luz, la desnudez es una esfinge que plantea en todo momento un engaño: parece siempre quieta.
Entonces la historia ya está marcada. En la memoria siempre será otra, dos conceptos se atraviesan: el tuyo y el de ella se enlazan hacia el olvido como un azar de proyecciones e imágenes. A veces ella te miraba mientras veías el espejo, entonces se burlaba, su pregunta era lanzada a tu cuerpo y te mentía con sus ojos, mirándola parecía que el segundo se atrasaba. Pero ella atacaba. Entonces sólo tenías voluntades interpoladas, sustraídas en reír. Ella se mojó los labios con rompope, tú dejabas que la noche avanzará. Su pequeña perra ladraba, y un horizonte de luces parecía convertir la ciudad en velas. En su balcón veías unas patrullas, un oxxo a lo lejos, árboles, y edificios aledaños. Pero ella estaba cerca, la mirabas, inusitada en su casa, desplegaba todo secreto desde su cuello y se pegaba tanto a ti que se hacía un cíclope, para batir con el cíclope le besabas los ojos y aparecía ella de nuevo; luego se ponía más alcohol en los labios y todo, a partir de allí, lucía disfrazado.
El color de la noche era del rasguño de un gato. Para mediar las cosas, si su madre aparecía, le conté mi plan y ella sonrío, conmovida por la rara astucia u osadía de mi seguimiento. Pero su casa seguía oscura, y podíamos oler nuestra sombra. Nuestros cuerpos e hacían enanos, avanzaban desde el último piso para abrir los brazos, apostar, y volar. La sala estaba en diversos silencios, había cuatro luciérnagas invisibles que resumían al universo, y nuestra voz sólo se planteaba levantarse, huir con los labios del otro y seguir engañados, seguir en ese juego imposible de traicionar a la noche con la luna, persiguiendo, acaso, un aullido o un segundo.
De regreso, la calle estaba vacía. La Nápoles tiene cinco puntos cardinales. Pasé y miré lo distinta que estaba la calle: no estaba el puesto de flores, el changarrito que vende ensaladas, la gente, la tienda de telas, o el fantasma que me murmuraba: aléjate, la quieres. Y el vacío de la calle y su inmovilidad se presenta, un juego de sombras atendía pendiente a toda ausencia; pues el mundo exterior parecía tan ajeno como el interno, en ambos todo estaba en otro lugar, y una correspondencia de silencios marcaba en la calle la tranquilidad y el vacío; es decir, lo que no estaba en esa calle se reflejaba en otra. Pero lo que estaba era otra historia: el recuerdo de ir caminando con ella en el tiempo menos apresurado, otro día sin importancia, sin dimensión, pues detrás de esa historia estaba ésta, y en ésta no había tiempo: sólo el olor de lo que comenzaban a hacer las palabras, su sentido por abarcar ese pequeño universo que se convertía en otro mundo. En otro mundo, con sus propias reglas para propiciar el caos; el absurdo entonces se llamaríaamor; y un columpio de situaciones y azares devendría como consecuencia en que el vértigo deshace las palabras, para que al escribirlas, se reconstruyan y alcancen un vuelo de inexactas amplitudes pero de expresiones eróticas y honestas dentro de esa falaz esfera de amor.
La calle no terminaba allí, y como cualquier otro texto, fingía comenzar en otra parte para finalizar antes de ese principio: la realidad es un oxímoron contrapuesto con su reflejo, y vida y muerte no abarcan lo suficiente para contener y desentrañar una vivencia, ese paisaje donde al caminar por la calle, frente a una base de taxis, un caracol te mira, parado sobre una hoja. La oscuridad parece ser un cuadro calculado por el caracol, y en su amplitud, él podría subir por una lámina invisible hacia el universo y llegar a su último punto; pero en lugar de eso, está allí: quieto, exorcizado por el mundo, compartiendo algo que no sabes desentrañar, algo que después devendrá como un aullido, pero el aullido está marcado por un sin lugar, un café y tus dedos borrachos, desnudos. Desnudos en el momento más preciso; pues se mueven lentos, entre el aire, acariciando al viento donde vuelan ánforas poéticas que el caracol absorbe. Y la mirada entre él y tú, avanza por la noche.

martes, 6 de marzo de 2012

La cabeza de los elefantes


No me gustan los elefantes: su piel, su lengua, su trompa. Pero hoy soñé, y soñé que era la lluvia una gota fresca donde caen de una a una gotas de elefantes. Esta tormenta me entusiasmó, y decidí seguir soñando.

Los elefantes viven en el ártico o en los polos, escondidos; es el año de galletas y de mimos malos. Los elefantes miden cuatro dedos, se ponen a veces muy serios a hablar del mal tiempo; otras, comparan el marfil frente a la siguiente analogía: el hueso inscribe el límite de un suspiro. Entonces se quedan meditando, suspiran el por qué de las cosas y van tomando con su trompa pequeños sorbos de arena. Luego sueñan que un cabrón con veintiún años escribe algo imposible de los elefantes. El sueño habla y recorre lo siguiente: los elefantes viven en África y algunos en Asia, son grises; cosa incierta para ellos, pues ellos son de un amarillo cuajado de bilis; entonces despiertan y se quedan meditabundos, introspectivos, luego sienten nauseas y vomitan nuevos mundos. Mundos que se trafican, pues el contrabando de ideas es sólo el principio de las revueltas, de los cambios, de la manera en que el sueño y la realidad convierten en ficción la imagen más tenue con la agilidad de la innovación. Entonces los elefantes se ponen tristes y más meditabundos. Algunos elefantes suben a las estrellas, mezclan en el aire un poema; y en una física imposible, alcanzan la muerte pero no mueren; entonces se ponen tristes, meditabundos; un poco moribundos.

El orden en que los elefantes conviven es el delirio, pues a veces se cortan las orejas para escuchar los lagos. Sus patas son montañas negras donde anidan las imágenes. Luego se levantan, caminan y se crean juicios, voces que hablan en tres tiempos; uno para decir que no hay ritmo, otra para conjugar adjetivos, la última para ponerse llorosos y tristes. Pero a veces se emborrachan, se tragan el humo y miran atentos algunas láminas de Tarot; y como no aparece en ninguna un elefante, no se ponen tristes; se encabronan y consiguen germinar su cuerpo en una gota. Los elefantes tienen tres escasos cabellos que peinan con esmero, se despeinan en los días soleados, se delinean los dientes con cuerdas, se aburren de ellos y se asustan de los caballos. Entonces despiertan encabronados pues creían que eran valientes, se hacen gotas y llueve.

La lluvia asola el deslinde por el cuerpo, con una vehemencia extraordinaria él la tomó. Llovía afuera, afuera los patos pueden volar, nadar y caminar. Él exclama: ¡qué maravilla!; ella sonríe, pues está desnuda y piensa que él está maravillado por ella, pero los patos pueden volar, nadar y caminar. Ella le habla con los pezones sobre su pecho acerca de la veleidad, y de cómo ésta se suma hasta hallar en la piel el clímax contenido en el lapso intermedio de algo vano, tan vano que se puede hablar de limen, de vacío concreto. Él piensa en la maravilla adscrita en los patos, pues ellos pueden caminar, volar y nadar; pero él sabe que afuera llueve, y llueven elefantes raros, no se maravilla de esto, porque ahora ella es una atención especial, una atención que no es atención, pero inmanente en el cuerpo invisible de aquél y aquella, jamás dichos, jamás separados ahora.

Entonces despierto, releo lo que escribí. Recuerdo algo borroso, pienso en los patos y en los pinches elefantes, y no me gustan los elefantes: su piel, su lengua, su trompa. Pero hoy soñé…

martes, 24 de enero de 2012

El mosquito-Dante

Había oído que los cisnes tienen una lengua para beber la tierra. Pues ella me lo había dicho.

A ella la conocí y jamás lo supe. Caminábamos por algunas calles y las calles abrían la ciudad; una ciudad que contenía perros, estatuas, ancianos, niños, automóviles, arquitectura, cambios, quizá algún espía sexy; quizá el espía sexy la seguía a ella. Quizá yo era como él: acechando, observando debajo de su atención un momento o una situación en que ella brillará, siendo visible, tanto que ello lo notará, lo viera, se interesará pero como él es sexy: su porte, su raro caminar, su insolencia por el mundo la desaliente, invisible para la memoria de ella, pues ha dejado de interesarle. Quizá yo así sea, espía, y lo más importante: ficticio.

La ficción es una prueba de que esos cisnes bebedores de tierra existen. La ficción es una dimensión íntima que se puede comprobar a través de un interlocutor; la experiencia de la ficción es emotiva, tanto se desprende de la razón y del cuerpo: ríe pues lo comprende, llora pues es tremendo, horroriza. Algo de ficción sería decir: los pájaros son sirenas que cantan exhaustas la noche. Ficción es decir un objeto absurdo a partir de un concreto, la ficción es una estructura deseable, intencional y adscrita a la reflexión de la imagen: la suya, que ha creado. Pues se puede decir que los enanos montaban mariposas, mientras borrachos, disipaban la tarde en un ajedrez al que ellos eran las piezas.

Ella dijo que los cisnes tienen una lengua para beber la tierra. Después la besé y allí comenzó la máxima ficción, pues ella era un cisne y en un intento desee que yo fuese real.

La ficción desmiembra la lógica, en su intermedio la usa de contexto y le da sabor al diálogo. Ficción es tener un mapa de un laberinto pero estar dentro de ese mapa. Su horizonte: ser emotivo, conseguir una expresión, compartir un juego. Hacer reencarnar y reaccionar la fuga de la realidad en la misma realidad; sonreír y saber que la ficción tuvo dos pasos: la imagen de su inexistencia y el juicio del oyente para componer un tercero: la existencia de un producto a través de su irrealidad, es decir, la ficción crea, y lo creado existe. Por otra parte, la sonrisa lo comprueba al sabor de la reacción del oyente, pues te dice, te murmura: loco, estás loco. Loco lindo; pues la ficción ha provocado algo real que es una emoción. Pero el sentimiento es ficción del sentir, pero el amor es producto de una alusión, y esto lo hace real.

Después un cisne me murmura algo raro. Yo le respondo que entre nosotros hay amor. Y parece que yo solo hablo ficción.

Había oído que los cisnes tienen una lengua para beber la tierra. Ella me dijo que lo nuestro terminó; pero no, lo nuestro fue ficción. Ella fue un cisne y hoy es real. Yo sólo soy un espía que bebe la tierra.

Había oído que los cisnes tienen una lengua para beberla tierra. Pero la tierra es aire en ficción.

domingo, 21 de agosto de 2011

Oxímoron

Si alguien llegase a describir a una mujer con la imagen de un oxímoron, su furia combinada con retratos que delimiten a la mujer no como un fin; sino un principio que jamás ha empezado. Su locura ya está comprobada por la fantasía, por exhumar el corazón del pecho para regalarle gotas y latidos, sus ojos ya están compuestos y desbordan el caos en su mirada para poder conseguir el doble mundo existente, el secreto delirando por ser deshermetizado y compuesto del erotismo, de saber que la mujer ha cruzado los sentidos y se dirige con una rapidez que sólo alcanzan a delinear descripciones paralelas para tejer el completo deseo que se tiene por ella, el inicio insatisfecho del amor, el artista ya sabe que el caos completo está guardado en esa mujer; jamás musa o diosa, sólo y enteramente Mujer.

Beatriz era alta, frágil, muy ligeramente inclinada;
había en un andar -si el oxímoron es tolerable-
una como graciosa torpeza, un principio de éxtasis.

Jorge Luis Borges

miércoles, 10 de agosto de 2011

Plus Ultra

El delirio se afrenta a ese espejo, el espejo es el sueño de conseguir una sonrisa, la sonrisa se pega al claustro del cielo. Ese cielo al que conocemos con los ojos abiertos, al que conjugamos al jugar con las nubes a través de los años. Este estío ha pasado ya veintiún veces como para desdoblar manecillas y colgarlas en la boca; los mismos calores que aturden de gélidos, el frío incontable que se detiene a respirar fuego. La misma cama, el mismo techo; a veces un raro dolor en el corazón y una emanación del alma cuando esto sucede, se inhala fuego y duele, se aturde con el frío y se detiene; todo ese raro dolor de sentir al corazón, de respirar y el dolor vuelve. Todo parece un soplido, un suspiro, un silencio que la noche retiene y su eco se repite por las mañanas; en las mañanas el agua fría rescata y tiende a expandirse como una niebla con sentidos de perderse. Con la noche en las retinas, los semáforos de la calle se desorbitan hacia el caos de las miradas que los cierran. El silencio se va matizando entre los dientes al pronunciar nombres, las encías comen besos y los labios delimitan las curvas del alma hasta la piel.

El espejo se empuja contra las fauces del delirio; las horas pasan como cada año, es imposible medirlas que alcanzamos a contarlas. Esas horas pasan, murmuran de cerca, se infiltran y comienzan a dictar sobre las pupilas una danza, casi lúdica, onírica que despierta un reflejo. He visto tantas veces el reflejo que parezco una ilusión para él. De noche me convierto en luciérnaga o en fantasma, paso a devorar cuellos para destilar besos, conozco el aroma de labios transparentes y de silicones tímidos. Aún veo pasar sombras sobre las últimas regiones de luz donde la oscuridad es en mayoría completa, esas figuras mezcladas con ensambles imposibles; conozco los ruidos que hay debajo de mi cama, conozco que por allí hay una ventana para saltar al cielo y caer desnudo, sin boca o piedra para dibujarse una. Conozco que hay más allá y duele revolcarlo en la Nada, exprimirlo en el caos y sustentar que es imposible un estado cognoscitivo fuera del alma; sé que en ese imposible Allá, se combinan los colores con raros magnetismos, las profecías se marcan como pautas al pasado, el tiempo es un café usando el último grano de fantasía, y el corazón se agita por esas volteretas hacía sí mismo, para llevarse perdido al destino.

La lluvia avanza hasta secar las páginas; páginas que repiten el ánimo de la pasión, el escurrir del deseo germinado por las miradas, el cuerpo tirado y compuesto de bisagras para poder abrir los brazos, la lengua cosida para poder olfatear las tijeras que puedan delinear cada resina de sangre. Es tu cuerpo y estas palabras viscerales, naturales y estúpidamente depuradas; es tu alma que gime desde el abismo de tus ojos, es tu piel pegada a tu sexo, tu abdomen dormido y blando, tu corazón haciendo funciones biliosas para sustentar la saliva de sangre, son tus colmillos que persiguen desprender piel al cielo, a la mujer del los silencios, al temple de los siglos con los que se la retina se llena por la garganta femenina, es atisbar el engaño femenino; superarlo o dejarse batir con su cariño, es levantar los ojos sobre y sobrepasar entre los senos al silencio, es no saber ni un carajo de lo qué es amor pero pronunciarlo a cada labio ajeno, es llenar de palabras un cuerpo que te habla y te persigue con sus venas, es llenar las manos de miradas y acariciar así a esa mujer; es sólo tentarse por morir, por haber nacido y mirarse en el morir.

Las páginas se van quemando con lágrimas, el fuego del cielo cayó un día de hace veintiún años en mis ojos; desde entonces me dedico a mirarlas, a intentar prometerles que debajo del alma hay un hueco para poder condenarnos a no prometernos más, a poder jugar sin miedo con el riesgo de los corazones temblando.

Es allí donde nací, en el último lugar de las risas, donde las flores comienzas su camino a convertirse en hielo, al último lugar derretido por las mangas donde Dios clavo a sus hijos, a la blasfemia y al terror, al tremendo soslayar de la perdición, al cinismo y a provocar hastío; al hedonismo que se niega de ególatra, al juego; todo juego por el deseo de ver los ojos de Ella, temblar y pronunciarle amor, pronunciar que tengo veintiún años y por este rincón que se va delimitando hasta la locura, me tiene frente, con las alas dispuestas a brear debajo del suelo y alcanzar el mar.

El delirio se afrenta a ese espejo
el espejo se empuja contra las fauces del delirio;
la lluvia avanza hasta secar las páginas,
las páginas se van quemando con lágrimas.
Es allí donde nací,
entre los últimos lugares
que la noche canta,
donde los bosques
temen cultivar su tierra,
el alma pronuncia
en el cuerpo de las sirenas
el eco con el que
calla y habla
el amor.

El mismo tiempo tiembla al callar con esta fecha, diez de agosto por la noche, a las veintiuno y treinta, la hora que el segundo no se atreve a ir más allá, a explorar la desnudez con las manos puestas como besos, los besos acarician como manos, los deseos atentos esperan por cogerse a la noche; y todo para nacer porque está permitido morir. Morir hasta matar la muerte y descansar en el descaro de la eternidad.

lunes, 20 de junio de 2011

Tras los ojos del silencio

Esa última devoción de vencerse, de caer, de columpiarse entre el vacío que crece entre los ojos, entre la piedra rota, la caliza, la que tiene plumas de fuego y escribe tu nombre en el viento; puedes pronunciar tu nombre a mitad de la noche, entre el rito de la luna cuando yace más en los ojos. Te llamas como el aliento, cuando su aliento te comprueba, no titubea, y te dice que existes.

Creo en ese monte, último y cavado hacia la profundidad de la mística, en ese buque de velas cantando hacia el mar, brear del poeta, en el cielo y en el suelo, en los pies mojados que sacuden las alas, miradas cerciorando el paso por el infierno. Creo encontrar tu mirada, lasciva, sacudiendo todo el cuerpo, encontrando pasillos entre mi alma, le gime y dice que existo, que el sueño es más real entre menos lo recuerdas, que mis ojos miden ausencias de latidos (siempre, sus últimos latidos cuando te dicen te quiero, esos latidos, magnitud de soledad entre el amor y el existir), que la cama es el lugar de llamas, de penetrar la ausencia con la voz seca, con esa conciencia inerte que redondea pensamientos. Creo en las metáforas, en su sinestesia y su flujo por tus labios, cuando los cierras y pronuncias mi nombre; mi nombre sólo es el sonido de algún máximo instrumento, que habla entre silencios y me lo dices tú. Creo en el oleaje del desierto, en mares secos cuando las sirenas y cangrejos han nacido dentro de las espinas del sol, rayo que punza, esquina que borda nuestra piel con incienso, el humo, nuestra alma.

Creo en Dios, más el Diablo me dice un secreto: Yo también creo en Él, nadie como yo; el juego son dados hechos de ojos, picos del vapor de los astros, yo creo en Él y en su vencimiento. Después creo en el Diablo, ese cabrón sí existe, he sentido su aliento, su rumor, sus palabras cuando me dice murmullos de fuego, así escribo las llamas; a veces se para a sonreír y platicamos un poco, jugamos a ver la noche pero todo pasa en un segundo, el cabrón hace trampa, lo siento, es un trineo con ruedas de realidades que giran sobre el corazón, ese amuleto de cuarzo que palpita de colores del cielo. Yo creo en el Diablo, a veces me da miedo, creo que soy yo jugando a besar a dios, apostar con las manos atadas por el vuelo, su engaño me dice que es verdad, pero me quedo en silencio, sentado, dejando que se vaya, que se canse al verme chingado, al verme creyendo que hay esperanza.

Yo creo en Dios y en el Diablo, pero luego creo en mí. En poner los labios a flotar y darte un beso, es ser un felino ensalivando la eternidad al dejar caer en ti palabras, titubeos entre el corazón que se revuelve, se hace alma y se columpia entre tu falda, en dejar puesta la noche sobre la rara brújula de tu cuerpo, en ir por él, sin caminos, buscarlo y acercarme más para que te escondas, ahuyentes el cuerpo y entregues más el alma, para fumar ese humo que vuela de tus pies cuando te bañas, quedarme en tus ojos sangrando como la fe dando espumarajos en el vacíos. Te diré que eres bonita, que las letras son sólo renglones que convierte la fantasía en relojes que miden el genio, que la noche se hace más chica cuando vemos más tiempo la luna, que la luna tiene sombras por la cual se cubre el fuego, que el fuego nació de nuestros cuerpos, yerbas que algún día crecieron en el erotismo de prenderse cera por los ojos, desbordar al corazón por el deseo, el deseo que te hace morir más lento, entre reptiles que nacieron del vientre como el aire que cantan los peces; que eres bonita, simplemente bonita y eso a mí me encanta.

Yo sé que tú crees en mí. Como cuando hay silencio, crees en mí.

sábado, 7 de mayo de 2011

Descorchando bragas

Llegan los mismo pinches días, los mierdas y los cabrones en los que te pudres; es como si tu mierda se quedará atorada y va cagando otras mierditas pero más olorosas. Luego llegas a casa; te preguntas qué chingada madre vas hacer si sigues este ritmo que lingüistas de mierda que se creen intelectuales y críticos de culos te llaman snoob sin que tengas más de tres varos en la bolsa. Quizá lo que intentaban decirte es que eres un pendejo de mierda que caga mierdas por su propia mierda; pero incluso estando cagando nadie piensa en su mierda que han dejado, ni le ponen ojos y boquita y le dan un beso. La mierda estorba, es soberbia, nos ve desde abajo pero no se resigna a que quedarse allí y nos persigue en cada uno de los momentos de mierda.

Así llegan los pinches días, estando sentado en la misma habitación cuando deberías estar descorchando bragas y desnudando mujeres para pasarle los ojos por los oído y bajar al hueco por dónde quizá, hace unas horas, se asomaba un buen pedazo de mierda a sonreírle y decirle: ¡Qué pedo mi reina! y a través de ese encanto, sabría ella que es una cargadita primero antes de ser la Diosa que ahora es: desnuda y con el escote más sensual que en el instante te pudiste agarrar.
Pero no, en cambio estás aquí sentado. Frente a un escritorio hecho mierda, que apesta más que la mierda porque tú estás sentado; preguntando por qué carajo no te pones a estudiar y finges que ir a pedas y tomarte fotos te hace bien y cabronadamente feliz; porque no finges que te gusta la T.V y buscar actorcitos para chuparles los dedos, fingir que eres un chingón, fingir que eres moral y no le ves las nalgas a las viejas y a las abuelitas, fingir que no finges, fingir que eres feliz y es un anhelo natural del ser joder a otros weyes y no pensar que está mal, fingir que eres líder y te cagas los calzones por los pedos de los firjoles, fingir que no comiste frijoles porque no es cool, fingir que no eres un chaca que no habla mal, fingir que tienes una ortografía bien chingona que ni el pinche Dios en el que llamas cuando te va a llevar la chingada te la mama en tu ortografía, fingir que el té te hace bien y por eso lo chupas mientras mueves el atole con el dedo, fingir que tu wey es buen pedo, guapo y es interesante porque no había otro en ese momento que tus piernas buscaban temblar con algo dentro, fingir que olvidas, fingir que existes, fingir que sueñas y eres locohon, fingir que eres social, fingir que a ti no te apesta el culo cuando cagas mierda, fingir que hace diez minutos cuando tapaste el baño con tu mierda no eres tú el que cagabas, fingir que tú no cagas, fingir que tú no comes, fingir que hablar de mierda es de mal gusto, fingir que eres culto por haber leído Harry el metedor de varitas en rajitas VIII, fingir que no eres mierda cuando cagas a otro wey, fingir que eres, que eres tú.

Así vienen los días: a deteriorar las noches. Quizá finja que se puede existir sin fingir.

domingo, 17 de octubre de 2010

Ataúd al azul

Llegan los años por abatir el ataúd, ataúd que se mezcla y cae sobre el colchón, ataúd al que llamas cama y al que te dice secretos y conoce tus sueños, tus deseos que quedan clavados sobre la almohada que noche a matinal te los recuerda; día a día, pesa y no lo dejas (no se puede abandonar), y allí está, tan paciente; le crecen raíces desde su tímida elevación que vienen a tener su génesis en la fantasía, en el caos, en un eco distorsionado, en un castigo rutinario del que no se puede acabar de saber cuándo comenzó a ser un verdugo, cuándo comenzó a cavar tras tus orejas esa cripta que se va llenando de tu cuerpo poco a poco, se va ajustando a tu silueta, a tu desencadenante cuerpo; y tus pasiones nada sientes. Nada sentirán, ¿quién, por todas las infinitas mentes, tendrá en cuenta que has pasado allí?; pensativo, furtivo, con el corazón helado mientras lo escuchas latir (sus latidos te murmuran una canción que entrerima con la muerte), allí, en el lecho que te cobija, al que amas, al que noche lo buscas para estar solo; porque allí es dónde te confiesas y lloras, lloras por no tener lágrimas y más por no tener a quién dárselas; ese es el abatimiento del ataúd: gritar con la única esperanza que las cuerdas vocales exploten y te sangre la garganta; y de ese brote mire los tristes llanos de la cotidianidad; estaré solo hoy y siempre.

Es lo pesado, lo que no acaba. El sarcófago, por más adornado que esté de palabras y de elegías siempre es pedazo de ahora: de madera que alimenta gusanos; los arrastra sobre tus ojos, sobre los que tuvieron sueños y vieron la esperanza de estos a través de ellos; de los perdidos y locos, pero ahora estás solo, solo, solo. Ni ganas de llorar tienes. Así es todo, puedes continuarlo y de algo servirá; pero no puedes, lo intentas y miras, pero no puedes. Acabo el día y la noche y tú aún pensado sobre ti mismo, de cómo te vas pudriendo tan lentamente que ni el olor hondo que penetra por tus músculos los absorbes; ni la luna canta ni las estrellas vuelan, sólo los sueños quedan solos, abandonados en la tempestad del ser que transita un sendero frágil, al que nunca se encuentran con la alegría de la comprensión. Todo se diluye, desaparece en el momento que amas.

Aquí se arma esta última grave promesa, la que busca y queda sola en los tejidos del universo; observa su inmensidad, suspira, se tira al vacío de la noche. Abre los ojos de nuevo, y la noche le prende llamas a su aurora; sólo así se puede de deslumbrar, esa luz que nos susurra a los ojos: que sí hay, que sí existe.

Y escribes, y te sorprende: es malo. El texto no te convence. Sonríes, no todo ha acabado… si es tan rebuscado e inorgánico es porque no va dedicado a alguien; lo escribiste a través de la nada. Por eso hay esperanza, por que cuando escribes no lo piensas, sólo lo sientes y por allí va la inspiración natural de tus egos, los que intentan allanar unos besos para transcribirlos entre versos; esos, que queden eternos en la silueta de laberinto y sueños; porque los otros textos no son tan secos, tan descriptivos, tan objetivos, sin alegorías y sin penas, por eso sonríes; estás vivo. Quizá si te recuestas tras la noche en ese ataúd, pero lo haces lo más cómodo posible, para que no te espante los sueños, para que no postergues y no dudes. Escribes, sí; ¿qué importa si a muchos no les gusta…? Si estás solo, sólo son por ti para quién subas y quemes un coliseo; y en un reflejo, veas esa mirada, esos ojos; quizás ariscos para otros, pero de colores infinitos para los tuyos. He allí que abunda y se quiebra el ataúd; para compartir su silueta a través de sentimientos.

Tras esta noche, sólo quiero; entre mis reflejos y mis sueños, verte a ti: sin que hables (adoro tu voz, pero entiende que el silencio tiembla más en el corazón), tu mirada puesta y fría con tu corazón latiendo; sólo sentirte con una imagen, una mas que reine toda esta noche.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Las otras lllamas

No sé cuándo, pero hasta hoy vengo cargando un imán que no repele la mala causa, la atrae y se pega a ella con ondas ajenas a existir en cualquier otra circunstancia, pero que en mi caso aparecen diariamente, camufladas por la suerte a palpar entre actos la sustancia desecha que mira la fortuna en extremos no tan dóciles para llevar una vida congruente.

Eso es, mi vida es una serie de sucesos no reales que frecuentan aparecer al germen de mis decisiones, esporádicas y ficticias que claman por ser otras cuando son aquéllas. No sé la causa de éstas, pero mi piel tiembla, ríe tras pasar la mañana, y gotas de agua fría flotan sobre su textura llamando las brasas de otro cuerpo, otro cuerpo que no es aquél o éste sino su piel castaña en singular, la que flota y merodea al apagarse la noche sobre la luna y las maldiciones cotidianas, el cuerpo es aquel, lejos del que tengo, él que me pertenece sólo cuando está solo.

Así las últimas cenizas bregan en un fuego aparte, solemne, que podría extinguir un corazón a un suspiro que lleve al viento a provocar un tornado extinto desde hace años por el sentimiento bandido y compuesto de otros matices, reinantes de contradecir los cielos e ingerir ósculos por dragones, dragones en el aliento voraz que se extiende en su aliento de besos, aura de labios mojados, grietas húmedas que susurran en su niebla la felicidad y sus ariscas formas que rodean mi mente.

Clemente a otras, afrodisiaco a ellas, pero sólo rendido a pensar por otra a la que ahora siento. Es así como emana de alguien la inspiración, con ganas de chingar y contradecir sus sentimientos por intentar extenuarlos en sofocaciones del alma.

Las bocinas truenan, se dan mordiscos raquíticos, se erogan en portales que levan por tirar del sonido un grito, escucho y me miro, horror puesto y agitado, allí, dónde perdí mis pasos por oler el culo de tus huellas. Tu cuerpo de sal empuja de tus labios las llamas, hielo artificial del mar que me hunde, me hunde y asfixia, me defiendo, pero mis besos no llegan, los detienes, los lastimas, los transformas para dárselos a otros, les dices que son originales, tuyos, pero lo sabes y te divierte, tu boca llena de gusanos invisibles que le dan cosquillas a tu risa, tus gusanos que les vomitas a otros cuando sonríes , y en su espumarajo te envuelves, te divierte, te fascina complacerte atrayendo lo peor unido a tu temor, eso es para ti el amor.

Las otras llamas que prenden la muerte, la muerte colgando de un suspiro que se lanza desde el infierno para intentar alcanzar el cielo, ¿es tan malo eso? Parece que sí, mis últimas chispas calcinaron las estrellas, desistieron en una minuciosa mirada preñada de confusión por caer en ti, por caer en tus gusanos y besos, por alternar tus deseos y sumarle egos, por tirar noches; noches sin consuelo que beben y se machucan de tu cuerpo, alas sin espejos que se le han caído los sueños. Las otras llamas que se deslizan en el silencio, arden, arden solas y se sofocan de su fuego, lágrimas de hielo que queman el infierno. Son las mías, las que lloras, cuando desecha tienes los ojos en las otras llamas, llamas a otras llamas.

Tengo hambre y sólo me he comido tus sueños, por eso la tengo, por haber mordisqueado tu cuello, por eso me enferme de mi pancita, por haber tragado mierda.

martes, 10 de agosto de 2010

Confer


Escribir por escribir. Vivir por vivir. Morir por morir. Escribir viviendo a morir. Vivir muriendo a escribir. Morir escribiendo a vivir.

Del estío al estío, la fecha siempre llega. Un puntal agudo que vive desde las primeras horas de la noche hasta que otra nueva luna asesine el estruendo. Un día, un día, es sólo un día, normal y pálido; especial y magnético. Es el día que viste de eternidad con un suspiro de mi cielo. Es mar, es suelo, es aire y tierra. Es yo, es otro. Es allá, es ahora. Es una fecha, y es vano. Es todo recuerdo, y todo olvido. Es el silencio contando una historia, leyenda de un misántropo con auras de paladear el infinito, de probar algo grande y vivir ese momento. Es hoy, diez de agosto.

Nací, moriré. La última palabra me gusta más que la primera, pero la primera me da menos miedo que la segunda; y la nada se alimenta de este abismo. Limen de hoy, limen que sólo recordaran menos de los que me estiman al día de hoy. Hoy nací desde hace veinte suaves giros que mantienen el universo flotando, hace veinte sueños que vivo alucinando conmigo mismo, con mis egos y acariciando el de otros.

Las mañanas se desnudan, las noches se murmuran. El día brilla más cuando comienza la noche, la noche luce los lienzos más profundos cuando comienza a llegar el día. Y se desvanece el tiempo en la belleza que se desliza en lo más vano y absurdo, en delimitar espacio para que naveguen los segundos a las 21:30pm, la última mirada del año, el refugio que se escapa de las manos.

Veinte años con el único dueño que carecen. Y el estruendo se engancha. Ya han pasado veinte años como pasó el primero, como también pasaron cinco, luego diez se convirtieron en doce, profundamente se aceleraron los días y me fui hasta los quince, pronuncié hermosas estrellas al inhalarlas a los dieciséis, las exhale a los diecisiete cómo manías desechas y apagadas a partir de los dieciocho para incorporar miedo de represarías a los diecinueve. Todo parece tan lejano, hasta las mismas cosas que me prometí no olvidar y ahora no las encuentro. Un letargo que pasa sobre la conciencia, de ahí duele ser más añejo; de pasar el infierno despierto con los ojos ciegos y al final fingir que no observaste. Si han pasado ya veinte años, ¿qué tan rápido llegarán los veinticinco con pinta de treinta, los cuarenta con risa de cincuenta, los sesenta con ironía de que te llamen anciano si aún no sabes cómo es que han pasado sesenta años y sólo has visto menos de cinco años que te recuerden lo vano de otros diez, que a su vez éstos te rescaten memorias de hace 20, y los otros veinticinco sólo te prometen t te gritan al oído que ya tienes sesenta años.

Ese el problema que me llama y me susurra cuentos en las noches, que me besa entre las piernas como una golfa piromaníaca que se enciende los senos. Lo duro es tener veinte, golpear las pestañas del mar, observar el cielo, pasar unos giros sobre el suelo, bailar en el infierno, soplarle las velitas al amor, y en menos tiempo que esto, quisiera ya tener los sesenta años que dije porque ya tendría ochenta y la muerte contándome chistes y echando un masaje que se siente como si apenas tuviera la sensación de mis ósculos de los trece años, del amor de los dieciséis, de todas las cosas criminales y caóticas de los diecisiete. Todas las profundidades en algo nuevo.

Cumplo veinte sin refugio, no importa la edad. El tiempo fluye y no lo culpo, la vida mueve el péndulo de los segundos que me faltan con gran afán. Eso es lo duro. Duele más vivir que morir, ir y tal vez desaparecer del sueño de vivir; no vivir más cuando el tiempo se nos hace menos, eso es lo cabrón y ojete de la sabiduría. Tener que dejar el puto infierno…

Al final el infierno convence con sus atracciones, es más deliberado y hedónico; más divertido. Si Dante lo hubiera visitado sin mas que resistirlo, hubiera sido encantado con el sin número de Beatrices colmadas ahí dentro, desnudas de mente y vestido; listas para jugar con su amigo “El Coqueto” xD , sólo que en ese momento se lo sube la redención a la eternidad y se chupa el pecado todas las noches, oferta no tan mala pero de duro crédito; porque sí, es eterno y ahí procura seducir el infierno. Pero Alighieri decidió el amor, ahí está lo intenso, lo intrínseco, lo ontológico, la última locura de creer para ver si te lleva la chingada, es decir, el paraíso.

Ir al infierno para que después te lleve la chingada es la única salvación, solo que mí fe está bien puesta en el pedestal más puro y doloroso: Amor. Es difícil mirar el semblante con el que llega Mefisto a mi cuarto y no pensar esto: Éste cabrón sí está más jodido que yo. ¿Pero quién puede insultar al modelo más perfecto y, con carne de literatura, mejor descrito como el símbolo viril más bello? Es lo duro de el miedo, pensar que ya estas jodido. Jodido porqué te claven por tus sentimientos escondidos y temperamentales a seguir los ideales, a tener miedo de lo que crees sí es malo por ser distinto y engancharse a ello.

Pero ese es un pensamiento sólo verdadero, en mi realidad no hay tanto espasmo mas que por un tratado inexpugnable que es el paso de los años sin el gozo de ellos. Carpe Diem parece una maldición a la que ya no me puedo pegar y cumplirla. Mi ornamenta la perdí por un no sé por qué, mi armadura ya no brilla y desde hace rato pienso en hundirme en aguas pantanosas para ver si puedo renacer.

Nunca pensé cruzar el abismo que ahora paso, el umbral que pedalea y se sujeta a la gravedad del origen y fin, pienso que el Leteo me salva, pero no aguanto mis pensamientos. Si en verdad la quisiera de vuelta ya la hubiera dejado de amar, pero al final no me convence la idea; me gusta conocerla en el recuerdo que tengo de ella. Aún así, llegué cabalgando por un empuje de adrenalina, por un vértigo incontenible que traigo entre el pecho y palpita cada segundo bajo percusiones que admiro por su belleza. EL corazón en un Leo, es realmente lo único que se puede llevar puesto al tener que huir.

Mi refugio es un prisma con símbolos de difícil aprensión para un extraño: Son letras, son sueños, son egos, son años, son suspiros, son susurros, son sentimientos, son pensamientos, son sensaciones, son mares, son cielos, son infiernos, son dioses, son demonios, son piratas, son creadores, son bandidos, son ídolos, son héroes, son satisfacciones, son amaneceres, son lunas, son autos, son poemas, son noches, son gatos, son felinos, son peces, son Nicolás, son reyes magos, son maricas jodidos, son kilómetros, son carreras, son velocidad, son murmuro, son silencio, son flores, son insectos, son hot cakes, son mujeres, son libros, son relámpagos, sensaciones, son música, son amigo, son Rebeco, son padres, son escuela de mierda con pinta de prisión, son café, son onironauta, son besos, son navegar, son estrellas, son universos, son estelas, son costas, son ciudad, son ejercicio, son perfección, son obsesiones, son ilusiones, son enfermedades, son alucinaciones, son triunfos, son lágrimas, son reflexiones, son espejos, son ver, son pasear, son calle, son billar, son gimnasio, son autódromo, son un valle, son suelo, son paraíso, son ella, son nadie, son todo, son tiempo, son espacio, son matemáticas, son literatura, son páginas, son tumbas, son imaginación, son inspiración, son dragones, son leones, son canciones, son Beethoven, son agua, son tierra, son aire, son fuego, son destino, son odio, son melancolía, son desolación, son depresión, son fatalismo, son nostalgia, son recuerdos, son olvido, son alegría, son felicidad, son corazón, son palpitar, son anhelo, son deseo, son astrología, son tarot, son videojuegos, son vida, son muerte, son amor.

Al presagio de vivir, sólo queda vivir. Las llamas se extienden hasta escribir, y sólo los años pasan para no morir. Veinte años, ayer y mañana, ahora. Veinte suspiros arcanos, veinte sueños al vivir, escribir y morir que los relámpagos bajan en la fertilidad del sueño.

lunes, 9 de agosto de 2010

Póstumo desvanecer

Desistir por postergar, inundar por nadar. Suelo y cielo renacen y redoblan el tiempo, persiguen una distancia constante que sea agita y se expande; día de pronunciar contradicciones diáfanas por un vacío al abismo de un limen enjaulado en límites de intervalos del umbral.

He aquí, mi aura que baja y se desespera. Estoy enfermo y la fiebre me lleva a alucinar tribulaciones incoherentes que riman con las estrellas, las mismas estelas que se rompen en el silencio cuando se bregan tras un reflejo bermejo, pronunciando asteroides y palabras sobre las retinas de incluir todo en nada: Amor.

La sábana se extiende, me cubre en un infierno que me ahoga, es eterno el momento y pasa tan rápido que es difícil decir que es lento; porque así me voy quemando bajo este minucioso universo cubierto de inquirentes oniraciones clasificadas sólo para la teología… cubierto siempre con cenizas que atacan yugulares, que bajan sobre mi garganta y me hacen estornudar como un grado melancólico de elipses y turbulentas obsesiones.

He descantado el portal de la magia para vencer en la mística. Premonitorio al hedonismo, hay un Buda comiendo hamburguesas en McDonald’s, y un Mahoma echando suelo entre prostíbulos del vaticano; de mis ojos nace una sonrisa, se observa por el cielo como un relámpago de desdicha al que le caiga. Orfandad y un gesto gaseoso tras pasar una hora en cada minuto que no puedo dormir. Comienzo a blasfemar, comienzo a profetizar… Ven aquí, dulce aire puro de melancólicas pupilas, quiero que me beses con tu boca de injurias profanas y herejes.

Me gusta el mar, me gusta el cielo, me gusta atravesarlos diario bajo sedantes que aún no se descubren por el ingenio de toxinas nubladas. Me gusta trepar tu castillo de arena para que se caiga y me mee sobre él. Me gusta observar y me gusta hacer cosas que se prohíben al pasar.

Y en una costa de turbulentas olas, viene un velero nadando con anclas clavadas hasta el núcleo de tus sesos, de colores viene, con sus velas volando en el cielo. Sólo déjame naufragar en tu cuerpo, en tus sentimientos que se susurran todos los ídolos marcados como Dioses.

Legiones que vibran, vibran en gitano. De ver estrellas tengo ojos en el paraíso, un ritual menos que se descompone con las siluetas que bailan en la ceguera, un estruendo que sólo escuchan los tímpanos marciales que provienen del centro del infierno; porque aún queda levantar la última legión en esta guerra: la de los vencidos. La nuestra, la que tenemos que ver diario y nos pegamos a ella, la que tiene marcada un orgullo por haber sido desterrado y clavados por nuestros sentimientos. Y es aquí, territorio dónde todo axioma nuestro es un real equívoco, es aquí el pulir la sangre con cada versículo, con cada testículo que aún tenga huevos. LA hora se acerca, la hora se pierde en nuestras miradas como una silueta pálida, melancólica y orgiástica. Ven ahora a mi destierro, ven a ver cómo tiemblo por agarrar una lanza y arrojarla al cielo, ver como se derrite y emergen estelas que caigan sobre tus ojos. Porqué la última guerra es por amor, lo sabes…

En el incienso se acobijan los amuletos, se carga de manías las voces de las próximas sinfonías, aquéllas que vibran entre nuestras fantasías, esas que otros piensan como crímenes y nosotros soñamos en evaporaciones liquidas porque sólo están hechas de nuestros corazones. De ideales vivimos en la última legión, la que está en el infierno, en la que clamo por mis sueños.

viernes, 9 de julio de 2010

Velo de poesía

La poesía es un momento tan mágico que el cielo y suelo se acobijan a su velo, más cuando crece y se desorbita desde el infierno.

Comencé a perseguir mis sentimientos cerca de los diecisiete años, saliendo de junio y ya en casi un pleno estío. No sabía que el hastío es la mejor figura de la angustia, hastío donde se subraya cualquier condición que presente una figura hacia un rincón que se anhele, desde la primera persona, por vivir tras la apuesta sólo para ganarla desde la tercera persona sin mover más que los sueños y las estrellas.

El infierno sueña con afrodisiacos, que no muy comúnmente, tienen un gusto por compartirnos brebajes e infusiones que duren un infinito más de los que ya se han agotado. El exceso ovaciona a la estética como un resguardo que arroja clemencia tras un sótano invaluable: el desespero. Remontando, casi dos años atrás, el lugar menos propicio paro inculcar la fantasía como una alegoría que pretende alcanzar, en un vuelo, la mejor altura para poder caer entre el ego de amar, es en un salón de clase; donde el recuerdo y la nostalgia de ser un escudero cuyas epopeyas medievales se le agotaron fuera del alcance del tiempo y espacio, cercioran que el paraíso ha dado pasos atrás por haber participado en la mejor batalla con visión de promoción a caballero, esto es, perfumarse a ideales por el amor, arriesgar lo que no tienes que arriesgar para que el otro comparta su soledad, esto es lo que me llevó, en una mañana, a incursionar los ojos pálidos en palabras aún más frías que el fuego mantiene en su centro, como un hielo de proporciones intangibles.

Las mañanas sueñan con descansar, desaparecer del sitio, ese… donde no hay más orientación que perderse. Así que todo parece tener génesis en el sentir y el ser, una Fortuna invaluable que a precio del destino cruza la mirada con La Voluntad, le sonríe y pasa como una atmosfera cuya circunferencia arroja una estela, que los relámpagos miran, hasta caer el sonido de sus próximas sombras: al silencio.

Es ahí dónde encuentro la ciudad, la que me cuestiona, ¿si antes de perderse con ella yo podré mirar, en sus reflejos, las estrellas? Y lo recuerdo, lo sé. Levantar el desespero como una cuna de desolación girando a estruendos, lleva al único camino que no se separa, no se pierde; pero sí que nos lleva al paraíso o al infierno: amar.

Así que en el aula con aras de jaula, el destierro parece el único territorio domable y rebelde, misterioso y lleno de un color que podría avivar los cadáveres al ver el dolor.

Actuaría rima con un centenar de palabras dónde yo sólo usaría una: agonía. La agonía no está en recorrer un flujo que desaparece al pasar diariamente por sus senderos, lo contrarío, está en que constantemente te clava por los ojos la mirada de saber perdido lo último que apostarías, que al final, lo hiciste, sólo para llevar un pasajero como asta de un vicio propio que se sumerge a gloria por la satisfacción del otro. El pasajero, esto es cierto, no tiene la obligación de ir a dónde tu no quieres ni a dónde quieres. Pero ahí queda el detalle del día que comenzó a escribir la noche desde el amanecer, la mirada puesta al vacío mientras la soledad te alimenta de una seducción que no suelta la melancolía; escribir es no estar por decirlo desde otro lugar, perder el tiempo; olvidarse de que existe un presente que alimentar, un pasado que olvidar y un futuro que soñar. No existe, es allanar la nada con la mejor estrategia que surge: perder todo, y tal vez es dónde surja la poesía.

Un grito es demostrar lo que sientes por la alegría de verlo vencido. Y fue el grito donde la llame al contorno más desgastado del alma, la pureza que merodea el ardor de la tristeza, jugando con su vela y deslumbrándose de la profundidad que acelera por encarcelar el aura hacia una sensación que ningún día podría agotar. El día seguirá brillando mientras más se pega el cielo al suelo, las miradas que arrojan las nubes son las tormentas en las que nadan los océanos. Y comienzan las primeras letras a estamparse contra el infierno, escalando al destino por atormentar el martirio. Flagelarse por el sentimiento, porque al final la balanza ya no está encadenada a dos condenas, sino a una rueda que rota a un ciclo inadmisible de dejar: ella… sólo ella.

Pecar parece demostrar que la sociedad se equivoca. Se equivoca al pensar que estás delirando con la procedencia de considerar un refugio tolerable para llorar satisfecho, y el enjambre te envuelve para soltar las reglas: amalé, aunque sea muerto. Tras el laberinto, es difícil no temblar con ciertas palabras; con su elección, ya que la consternación es la ponderación de inquirir si el auge de la resonancia se atiende mejor con esta u otra palabra, si la rima consiste en emanar la melodía o la estructura. Así que

Porque al final lees la carta, te preguntas y te maldices, te olvidas y la recuerdas, te recriminas y la justificas: ¿Por qué no lo dijo? ¿Por qué no lo escribió? ¿Por qué? ¿Acaso le habría pesado decirme que me ama? ¿Qué le temía a que me amará? ¿Qué le temía, al miedo de que la odiara? ¿Acaso las estrellas no le decían que yo la amaba? ¿Acaso fui tan yo, para que ni lo pensara?

Regresas al suelo, el viento te susurra sus deseos, auge de elementos que sostienen el cielo. Y en un ancho segundo, que ha durado cerca de tres estíos, un murmuro rema las sensaciones del silencio, si he conseguido todo lo que anhelaban mis sueños ¿porqué ella no navegó conmigo? ¿Por qué las estaciones divulgaron la alegría hacia el destierro de nuestras emociones? I el clima baja, te llena los ojos hasta colmarlos de vacío, en tu cuerpo se difama el tiempo, y son tus alas, las que llevan por tus egos, mis lapsos que me restringen volver a buscarte.

Vida es transformar la poesía, cantar en sus renglones las manías que se encuentran en la misma cuna que mece la fantasía de una alevosía intratable como inexpugnable, infringir un exorcismo sería ofrecer un paralelismo, que al final es lo mismo como un ensayo inelegible del destino, esto es matar lo que te mata, no se puede; el vicio es tan inquebrantable que su fragilidad provoca cuidar a obsesiones este marco que provoca inspiración, ¿abandonar la sensación? Nunca.

Porque sabes dónde te cruje la mierda, dónde te duele más cuando te recuerdan… y te justifica, ella. Manchado del perdón de la compasión por la confusión, la mirada que late tras imágenes te llevan a mirar de nuevo la realidad. Duele saberlo, duele mirarlo, saber que te haces pendejo al pensar que aún no lo sabes. Mirar tras el espejo la nueva infusión de letanías clavadas con una dosis mortal de pecados, quieres seguir pero se acabo la pista, quieres sonreír pero ya nada es dicha, quieres sentir pero ya todo es poesía.

Lo que haces, lo haces por ti… sólo que al final todo deja una huella de ella. Un posesivo que jamás debía parecerlo, un truco que sabía administrar mis egos bajo ocasiones suculentas para dirigir palabras, erudiciones, regalos imborrables de espontáneos versos, estrellas colgadas bajo una bocina desde donde se escucha la voz que te puede cambiar de clan cuando ella quiera: del cielo al infierno con pasaporte a sus besos. Y la voz te llama, carajo… te llama, con mil cosas la hubiera callado pero para qué hacerlo, si su voz no cabe en la noche, en el silencio. Y amaneces pensando en el ritual, en la voz, en el cielo que merodea, en él ves que apenas puedes distraerte al estar con ella. La voz ahora es un conjunto de infinitos cardinales de otros infinitos, es ella. Y estás jodidamente loco, pero no puedes demostrar hasta que ella lo sienta. Junto a ella, el cielo es normal, el suelo no está bajo los pies, todo es normal; y es ahí la maravilla, lo cotidiano es el destino. Y no lo pensaba soltar.

Aquí, donde no es había una vez es: dónde ahora es. Aquí, donde no es muy puta madre lejano es: muy, muy putisimamente cercano. El corazón salta, se reprime, se ahoga, se mata, se resucita, palpita, merodea, vive, canta, me duele a veces cuando todo respiros profundos, circula de llamas la sangre, ruge la poesía a su manera, me dice que ya no hay más, que nos jodimos pero seguimos aquí… ¡aquí!, y no putisimamente lejano… aquí. Donde sólo nacen la descripción del infierno más reluciente y naturista que hay, donde los caídos por el sentimiento la describen. Donde la tradición marca seguir, el llanto en llamas, el cerebro seco, las velas soplando fuego en la literatura, porque es dura, quema, sus estelas son maravillosas pero si que son deslumbrantes. Bajo el corazón desde sus latidos, el limen no alcanza el umbral, se derrocha entre la inmensidad a la superficie de la nada, un abismo con litorales a la vista, pero catastrófico en mi exceso de jugar con los egos y sueños.

Y se decrece en tus sueños, bajo la órbita de colgarse a la gravedad que tira con la luna. Y los astros merodean, las figuras y láminas pierden postura. La locura desborda, mito de danzas y conjeturas de caricias. La luna se asoma, cerca de tu egos, comienza la lluvia, y yo sólo regojo tus lágrimas, aunque se mezclen con el océano, yo las recojo, extasiado de desolación, y navegando mareas sin condición. Y entre las noches, cerrando el universo, yo la veo… No todas las noches le veo, pero en las que sí…la extraño. Esa es mi plegaría, la última que lleva al infierno.

Con punta al amor comienza la agudeza del dolor, un pronóstico con tinte de diagnóstico; al final alguien siempre llevará más ventaja que el otro, con las estrellas perdidas y el vacío alumbrando, se vive al cortejo del hedonismo como venga.

Y al principio está el pasado, repitiendo sus cartas al repartir sus entrañas. De devociones se cargan los ideales, pero al susurrar un sismo de trivialidades pesadas bajo el buque de la mañana, los juicios son trastocados, las ideas insatisfechas, los imperativos dejándose tomar por admiración interrogativas… y el amor susurra… carajo que sí susurra un himno extraño, sólido y de otoño. Retumba la poesía en los oídos de nuestras diosas: ellas, por las que morimos y después l escribimos, haciéndolas más mortales en la castidad de su divinidad eterna y frágil. Y el velo se llena, junto con mística y poesía, cubren nuestros ojos para ir a morir con el alma puesta en su sollozo, el mismo que canta y llega sobre sus labios como notas de silencio.

Y al final: Te preguntas y la maldices, te olvidas y te recuerda, te recriminas y te justifica: nunca te amó…

Porque necesito que mi poesía ruga, ruga en el infierno, en el cielo, en el suelo, en donde ella vea que sí… que sí la amo. ¿Y dónde más que el silencio?

jueves, 24 de junio de 2010

Al manto del sentimiento

Merodeando las gestiones metalingüísticas que divulgan, entre grandes rasgos como profundos, el llamado que prohíbe marchar al retorno, con pasaporte de rendirse, por exprimir un esfuerzo más que estructure de las ruinas y caos; que a ondas se contraen sólo para extenderse a una magnitud poco deseable por su naturaleza de giros y espirales que revocan hacia la destrucción, una nueva disciplina que me mantenga a los cotidianos lapsos que inquieren un labor que me arroje lejos del vacío.

Vacío que levanta cuestiones emergidas de viscerales decisiones. Proviniendo del más hondo ritmo que abunda al corazón en respiros, mi pecho se agota al transcribir mañanas por noches, tardes por tardes; las semanas que han pasado son el hedonismo al que el exceso puede ser recluta y sentir la noche más vacía entre un juicio bañado de conceptos, que viven y se azotan en las miradas que sólo los cadáveres nos regalan.

Voy galopando hacia el camino más corto del infierno, un sendero que no permite bajar los tirones que el vértigo proporciona, dónde entré sin querer y ahora sólo me mantengo por la gravedad de su órbita al no poder bajarme de las nubes que miran de lejos el paraíso.

Siempre me ha cortejado la idea de inquirir y rebasar las negaciones sólo para sistematizar en una secta de recuerdos que manipulen el haber negado un axioma tan fundamentado, que al peligro y al hecho, de radicalizarse en un estrecho que protagonice al antagonismo de la verdad; no pretendo demostrar su veracidad, mas su estado fiduciario al que está pegado, se esmera por contradecir la verdad por algo más empírico: la realidad.

Al silencio que los reflejos imitan, la realidad consume las contracciones que los suspiros sueltan al voltear la confusión por ensoñación, entrando, por primera vez, al final; una gesta de intrínsecos plurales del murmuro que pregonan con arrebatarse al primer signo que presente una posible revuelta donde ruge el instinto, de arrojar corazón y escudo, por nada.

Es el aura de la inexistencia una sincronía de mantenerse al anonimato de existir. Existir por esculpir la niebla que esquiva la mirada de nutras pupilas volteando desde otro rostro, la nada se mitifica ha proporciones que ramifican un gradiente por llenarlo de nuestros propios y ajenos ojos. Ya que se ha perdido la verdad por incursionar en la realidad, una locura, que al amar, sólo presenta clavar la singularidad bajo dos egos que culminan, tras dos cavernas, el hueco que sostiene habitar al sentimiento.

Las sensaciones crecen, se envuelven tras mágicos encomios que presentan un borde que esmera rotar a inquisiciones repletas de fatal fantasía que descompongan lapsos por eternidad, ocasiones por un socorro limitado de aseverar que al entrar al laberinto, el manto que narra los pasos que entran a perderse, son los mismos que recorren la última salvación que se encuentra desde un residente del infierno: creer a la nada del amor.

domingo, 20 de junio de 2010

Libertad acelerando

Haciendo cuenta, mi vida no ha recorrido un aburrimiento, si bien antes se podía establecer un aullido que mastica la comezón de un grito, un grito que revoluciona a más veces de lo que un círculo se espantaría. Un nivel cromado de pavimento, lluvia y con tan escazas reglas que al contarlas sólo queda una: No matarse.

Es divertido escuchar Riders on the Storm, recordar que más que una canción es la salida de un recuerdo que puede brillar con ínfulas de deslumbrar. Tenía cerca de diecisiete años, un poco más de dieciséis sin llegar a los diecisiete, tenía poco menos de dos años que por primera vez tomará una palanca y acelerar a no más de un paso, donde una abuelita se iría mofando: 20km/Hr. Pero el exceso es un tributo que raramente tiene alas; sé que soy un gitano de vagas ilusiones, pero las alas de las que hablo son seis cilindros, un auto antiguo con vista de kilometraje no tanto como él, tres pedales, un volante, el pavimento, Dios y Mefisto en el retrovisor, en cada lado, compitiendo por quién era el afortunado ganador de llevarse a un adolescente dispuesto a volar sus ruedas hasta el autódromo, ya que El Rodríguez está a menos de 300mts. tan cerca y sin poder abordarlo.

El circuito es la línea que depara el suelo con la atmosfera, un humo que se extiende sobre la niebla. El piloto está ilusionado con poder arrancar algo se Ayrton Senna, quién para entonces, yo sabía que en lluvia es indomablemente un cabrón.

La adrenalina es el único casco que cubría mi vida. Recuerdo que tome al auto bajo cualquier pretexto, tenía diez minutos para que Azrael me viera cómo llegaba más rápido que él a la cripta para pronunciar mi nombre bajo un ángel piadoso con aura de mujer. Tome eje tres sur para llegar a la recta de Canal de Churubusco. Antes de salir me cubrí con una canción, no podía matarme sin antes un ritmo que llevará mi alma al carajo, fue Riders on the Storm. Cuando salí, miré el viento como azotaba las ramas; más bien acariciándolas, sentí después unas gotas que cayeron sobre mi rostro y el cielo nublado parecía un buen presagio para ir a calentar rueda.

Me subí al Z24 de mi madre, lo prendí y espere con ansía un miedo que desbordará sólo para ir a vencerlo, aunque de paso me llevó Mefisto a su cuarto, que comparte con Dios, para ver el espectáculo. Salí y tome la primera recta, calenté el auto mientras llegué hasta un límite de 140km/Hr. Tome una curva para incorporarme a la parte más entusiasta de la segunda recta, dos kilómetros quinientos de pavimento mojado, que para entonces el viento había traído una lluvia, obligando a todos, a no ir a más de 60km/Hr. Para hacer un emblema claro, estaba lloviendo cabrón.

Tome la primera parte de la recta. De primera a segunda hasta 55km/Hr, de segunda a tercera hasta los 80km/Hr, de tercera a cuarta hasta los 115km/Hr, de cuarta a quinta a los 140km/Hr. Sé que no hay algo claro en esto, no estaba viendo a qué velocidad hacia el cambio, aceleraba con la lluvia pegada a los ojos, escuchando cómo se estremecen 5500 revoluciones.

Carezco de criterio, ahora me doy cuenta. Pero ante todo, bajo un cántaro como lluvia que golpea el parabrisas, apenas se ve en los espejos cómo es que 170km/Hr. levantan olas de gotas al pasar por llantas mientras maulló hacia mi muerte.

La concentración no existe en ese momento, más que eso, la concentración se quedo atrás cuando has decidido viajar con la lluvia a un nivel que pocos experimentan para contarlo. Si la evasión existe, en ese momento tiene pinta de pasajero vestido de un nombre de musa. Sí por un sentimiento corría, ¿pero quién puede tener noción cuando va entre diluvios pasando a emociones?

Si en todo caso, la muerte se aferra a la vida igual que la Tierra a la gravedad del sol “No me botes cabrón, estoy girando bien intenso por ti, o mínimo ven a tirarte al vacío conmigo” No sé hasta dónde la gravedad sujeta al suicida, pero rebasar el límite mantiene a un corazón rugiendo a un ritmo que sólo un nombre lo podría alcanzar: amor.

Sé a qué pendiente gira el amor, a 170km/Hr. en un suelo mojado levantando llamas de olas, calentando el suelo para acostarse en el y pronunciar un nombre que quede grabado en vibraciones para que resuene a cada ente que pase por ese espacio: ¡La amo, qué pedo!

Girar como las llantas es mantenerse estático, la dinámica tiene reglas para romperse con juegos estúpidamente compuestos por una mente que gasta casi un cuarto de gasolina en menos de 5 km. El juego es apostar, entender que no comprenderás el por qué. El porqué la evasión va estructurando una mansión tras el acelerador, dónde la concentración no existe; es la adrenalina la que va sujetando el volante, el misterio de saber qué limen se atraviesa cuando el criterio va volando a 170 dioses/diablos. Quería chocar con su corazón para fundirlo con el mío. La lluvia siguió antes de frenar, la lluvia duro después de frenar.

Ese semáforo es emblemático: alto, decía. Pero yo no quise parar, si me iba a estrellar no importa con qué muro me iba a detener… me entregue a amar. ¿Quién necesita criterio cuando esté se quedo en la curva para alcanzar la recta que tiene camino de paraíso e infierno?

Sí, no siempre fui el que ahora soy. Pero creo que rebase al asesino que venía en su bochito, aún así se me subió, no alcanzo el ritmo el cabrón. Bajo el privilegio de la soledad, a mi experiencia me sentí muy acompañado, actuando solo bajo la oportunidad, que viaja, pegada al suelo. Es increíble que las palabras viajen, algunas veces más rápido.

Estoy seguro, bajo el crimen que la consciencia me dice que esto puede ser un insulto; Monsiváis sabía joder la lluvia a un ritmo cardíaco, mientras era jinete de palabras agudas, acelerando cabrón.

viernes, 18 de junio de 2010

Limen de orfandades

Las obsesiones son fraternales hasta el momento de voltear a verlas, mirarlas con la única satisfacción de haber acontecido en algo, que bizarramente no sería raro. Y formar parte de esta colección de difamaciones, que estrangulan las satisfacciones, es un claustro que vagamente no se olvida. Me chingué tres materias. Que pendejada.

Si tuviera que volver atrás, optaría por ir delante de dos días de ahora. No me arrepiento, mi vida juega con mi muerte cada vez que el reloj avanza, decisión tras opción de un ciclo, mediando reflexiones a cruz de noches para pervertir el pensamiento con operaciones idealistas de haber alcanzado más cuando ya pasado el día está.

Hasta donde recuerdo, no era tan perfeccionista. No buscaba evocar mas acaso un límite que infringiera un sonrisa afrodisiaca cómo puede ser hacer reír, a mitad de curiosidad, a ella. Nunca supe su nombre, lo único bueno fue el segundo en saber que había caído tras el misterio de la confianza por la seducción, todo esto, sin pensarl en todo esto. Después ella desaparece del gym y se ausentan mis ilusiones; esa es la última vez que alguien me ha gustado de una forma sin criterio.

Pero viendo todo, desde mi ceguera. He cambiado, sí; apenas y a penas me reacciono cuando me levanto por la mañana, hastiado de flojera; misma razón que me encarcela, acurrucado tras laureles que no durarán más allá de abrir la puerta y liberarse de ellos, de jugar mediocremente viedojuegos hasta el punto de voltear al cielo y sorprenderse que ya la luz se ha ido, de pactar con la noche un nuevo misterio para que inspire las palabras y sofoque de menos el vacío; pero el dolor no lo deja, ver de noche el dolor como una pirueta más del cielo. Cielo donde yo soy un gitano que astros desconocidos que giran y siguen la elipse de estar tras el borde, frente, dentro, en cualquier posición dónde ya todo se lo llevó el carajo.

El divertido jactarse del infierno cuando aún se está muy lejos, pero el paraíso duele por no tener la talla de alas mas que para volar en picada hacia ese parque de inhumaciones que reina la dicha de la angustia por el sentimiento. La orfandad llena siempre mi mente, clamando las horas; pensando que antes, de menos, podía rezar plegarias honestas y ahora me vanagloriaría con disfrutar de menos, un momento pleno, bajo una mística que la vida pueda dar de sus muchas relaciones que tiene la felicidad.

Felicidad que dura palabra, más que confundir la alegría alejándose más del éxtasis, entrando en la profundidad de perder los sentidos por olvidar la personalidad mental que acarreaba mi personita. Me caía bien, yo me caía bien, pero voltear en una tarde con vista de madrugada oceánica, navegando con velas caídas y timones rotos, los estribos parecen odiar al almirante, que con trabajo, no ha invitado a algún tiburón amigable para descansar sus restos bajos sus colmillos; me caía bien… Carajo, sé a qué punto comienza a maullar el gemido de perder, cuando el vacío te quiere odiar, ese es el jodido punto dónde está la chingada. Ante todo, cabe en una canción, Como lo hice yo.

lunes, 5 de abril de 2010

Bregar decisivo

La controversia se expande entre los días, todos los días y a cada hora que se suelta en la mañana y en los minutos donde se carga el mundo a través de momentos polares que se estrellan con el suelo, todos los días lo pienso y no sé si debo hacer caso devoto del brear que me sacude el loto diario de diurnos momentos: ir a la escuela; más que eso… estudiar Actuaría.

El número y Pitágoras, ambos con una estrecha relación casi concebida con un amor que gira entro ecos de cristales y mareas que navegan tras el universo. Y es esta cuantificación mágica y ritual que su valor trascribe en una meditación estrecha con la inducción universal a través de este número que peregrina en la sombra de la piel de cualquier ente, transformándolo en un arquetípico que se encierra desde la unidad relacionada con cualquier singular multiplicado con su aversión melancólica que tiene por agregarse, la unidad está presente en cualquier valor singular mutado de éste.

Pero a tanto, no sé qué es lo que escribo… tal vez reducciones materiales de mi vaga mente ante la interrogación de matices bajos e inescrupulosas dudas de continuar en el abismo que me deja día tras días, mañana tras mañanas. Y no es que me fastidie compartir mi muerte en los lazos de los números, simplemente no es mi sueño; aunque no sé si sea mi destino destilarme en el albor matinal de despertar y dormir, con la única y divisoria obligación social de ir a orinar y tomar café en la escuela cuando puedo gozar de arcanas satisfacciones liricas en mi casa.

Al parecer las crisis de los modelos históricos ya consumados son lo estatutos de los próximos, engaños cíclicos que corrompen entre la organización de formular verdades en falacias consumadas que están muy lejos de realidades necesarias, y eso, hermanos de su lejana abuela, es inspiración desecha en el agotamiento de construir lo peor con lo mejor. Tal vez, en el fondo el sistema es artístico, una gama de énfasis contra la naturaleza que concibe los ciclos de la destreza estética con un fin, en el que sus revoluciones sean de una potencia exacta que haga sacar los ideales del radio y lleguen como un suave perfume que contemple un bienestar fructífero, ideal que lleva impregnado un elocuente control más allá de nuestra vidas, más allá de la molestia de tomar nuestro propio sufragio.

Un sistema que protagonice desde un tercero la invocación de decisiones según convenga el clímax de los ideales, convirtiendo la muerte en un decisión exacta con todo y nuestros acotos momentos y actos que le anteceden; después de todo, la cárcel perfecta es el orden, última inquisición que quiere un Dios y Mefisto que vive en la fantasía, en el desorden de la objetividad, en el levitar orionauta que me lleva todos los días a pensar qué hago yo en este claustro mental de academias, escribiendo poemas en sus cátedras y viviendo en la solitaria sociedad, supongo que ya me atrapo…

domingo, 10 de enero de 2010

Breve consuelo

Escuchas latir al corazón entre el arco de los segundos, óptimos para lanzarte entre la imaginación hacia un nuevo y satisfactorio mural de cromáticas dimensiones. Recorres la acuarela dibujando el amor, subiendo y trazando cualquier ilusión; la noche se cierra al enjambre de tu inquisición; inquisición que tortura y a la vez te lleva, de frente y por los labios, caricias del dolor. El portal se estrecha hacia la ocasión: -¡Crúzalo, a inspiración!

Ahora, la hora de la luna mercurial en tu habitación. Ahora, la hora de pensar dentro de la locura el grito que aúlla el alcohol: “-¡Estréchame lejos amor! He venido a tu balcón sólo para pedirte perdón; huye, huye. No dejes que comience a recordarte cuando volemos al corazón”. Y es que no es el alcohol, es tu voz la que grita en desolación.

Desolación. Breve consuelo de nuestra imaginación, prendido al sentimiento y a la sensación de su cuerpo al estrecharte con sus ojos, al perderte a la estrellas lejanas, al pasar labios y cosquillas de mímicos deseos que se despliegan desde sus senos. –“¡Y es que ahora la recuerdo!; bebiendo con hambre, devorando con sed. La recuerdo al olvido de sus mejillas, de sus pupilas, de su vida… puede que la haya conocido en mi recuerdo. Desolación”.

La libertada aumenta, sólo para conocer sus caderas. Cierras los ojos y levitas: –Cuidado, estás con Dios. Te sonríe a una cadena y te sopla al aliento de perdón-. –“Lo siento Dios, no he vivido, aún merezco tu perdón”.

-Jugaste a ser Hefesto y Apolo al mismo tiempo. Sorpresa mi hermano, eres mortal y con alas sin poder volar. Piérdete lejos, escóndete cerca; donde todos te vean al crepúsculo de tu sonrisa que simboliza el matinal de tus lágrimas. Juega con la luna, únete al viento, sécate con la luna, destroza la naturaleza. Eso, eso. Sé artista, arte de mis milenios danzando en silencio; locura de tu derrota, alza de mis espejos. Jugaste a pedir Mefisto, rezando por silbar con Dios. Vacío esperando, maldito entre tu destino; todos pueden leerte y pocos comprenderte. Ella puede verte pero nunca amarte.

Volteas a reflejo, pierdes con tu firma el tiempo. Qué importa, cuando tú voltees, ella ya se habrá ido lejos, lejos y dentro tu corazón. Y sacas las garras, en su gancho y filo encuentras la razón de abrirte las pupilas con los ojos húmedos; porqué no quieres perder su última figura y quieres estar al péndulo de su eternidad, las sacas. El cuadro es perfecto que rebasa cualquier paisaje, el último dónde la veas, el último dónde ella lo sepa. Rebanando a piedad del sosiego; siendo un héroe sin saberlo, tomas tus ojos mientras las acuarelas siguen sangrando. Tus ojos tirados, tus ojos olvidados. Ciego la ves. Ciego la quieres. Ciego la amas.

Escuchas latir el corazón, porque ella bosteza con tu recuerdo, y el arco se extiende hasta ser recto. -El cuadro está perfecto, puedes pasar a su olvido; puedes pasar a la historia con tirarte sin salida al vació que se asoma.

“Ilustre mural, pagano de colores, estás listo en su retrato; sólo he dibujado un punto, sólo veo un punto, creo que mi vacío le va gustar hasta escuchar mis canciones de soledad. Creo que soy ciego y no pudo verte, pero ella esta ahí, en un bello corcel que cabalga su jinete. Y yo aquí, convirtiendo el punto en letras, en panoramas de alegorías; en crudas fantasías. En poesía. Exclamando sin sentido; como un breve consuelo, eso es. Un breve consuelo: Suerte.”

domingo, 4 de octubre de 2009

A silencio del refugio---

A la luna llena de la lírica noche, entre líneas que sostienen mi cadáver y entre las criptas nebulosas que escurren de mi ojos; va una pequeña lágrima escurriendo desde la sangre, pasando desde mis recuerdos hasta el presente, ahuyentando cuando llama a mis fantasmas; mi vida sostenida de un sueño, sólo en el naufragio de mis ilusiones por el tiempo recurrente fuera de opciones. Hoy no me importa si soy bueno o malo, si de mí se pronuncia mi nombre como una tutela de engaños, de fugaces mentiras como peldaños; no interesa nada, sé que he sido lo que el destino sigiloso condenaba, aquí estoy arrullando la soledad para que me abandone, sin importar las letras que desbordan de caudales que socorren mi sentimiento; éste que es romántico de mala suerte, lleno de espinas a donde se habla con la boca herida, al que entre ciudad y mármol guarda la hora de despedida; ¿qué día es hoy Dios? Vida de albores sumergidos al viejo sueño de mi fantasía, sigo hundido al tiempo en que cerraba estrepitosamente mis ojos para ver el cielo… ¿Qué ha pasado hoy con ese mágico infierno?

Sonrió cuando lloro, lloro cuando río. Penas entre alegorías, sólo quiero quitar hoy el miedo. Ayer fue el día en el que se desplomaron mis sueños, no los quise poner todos en la dicha que acabo siendo triste agonía, sentimientos a desborde tomaron mi vida, padecer hasta nunca el nuevo día, noches menos eternas que fugaces estrellas entre lágrimas deprendidas del alba al alma, ¿qué es hoy la partida? Voy sosteniendo este infeliz tiempo, que sólo ha titubeado del recuerdo, de míticas orillas de lo que fui por lo que ahora me escondo. Pienso entre salvajes laberintos, si amar ha sido tan crudo como para no morir, ella supo mis sentimientos; y sin culpar a nadie de toda desgracia, los tiró desde su recámara al vacío que hoy me encierra sonreír cuando debo llorar, llorar cuando debo sonreír: pauta de mis sentimientos, prefacio de la locura; en mi cuarto se pasean lúdicas imágenes de libres sueños, profanando mi vida, negándome una a cada vez. Y este triste padecimiento, va acompañado de menguantes alegrías, de pedazos a cada noche que desprenden mi naturaleza; sé que valía todo desgaste, pero ahora no sé a dónde me acerco, si a las llamas de la salvación o si a al placer de la perdición.

Me interno a un rincón, marchito como la ciudad, escondido al miedo de que el último respiro olvide la esperanza, sé que nací entre ráfagas felinas sosteniendo mi constelación, y que he mareado al destino al navegar desde mi condición; pero fin crudo y opuesto hasta esta hora, que fuera de mis sentimientos, mi razón no dicta para que vivir a lo menos otra semana más; jugué a llamarme misántropo sin fundamento… y ahora aquí pagando las palabras inscritas desde la locución.

Caída a misántropo, desde el horizonte al alba, con los dedos partidos de señalarme como el salvador desde el mal. ¿Qué ha sido hoy si no soy yo? ¿Qué fértil espíritu con devoción a diversión ha tomado mi garganta cuando el miedo se expresa a los pocos segundos de ser yo? El mundo dura poco y más la vida, hoy pago entre ruina las escamas del amor. Y sí, es amor. Pero prendido a un enojo a veces puede parecer rencor; pero es la simple respuesta a mi dolor la que me hace decir que es amor; que frágil soy cuando titubea la ilusión.

Al silencio del refugio, llamando mi pasado para perder mi futuro, confiscando años para lucirlos, opaco desde la risa brillo cuando las lágrimas sonríen, adyacente desde la letra al poema, nada fuera de un anhelo de recorrer la vida cuando pienso en qué es ella misma. Felino que respira del sol cuando de noche parece ser, incoherente con pasear de renglón a renglón sin encontrar menos decepción. Al silencio del refugio, que hoy es vida, mi realidad, mi novela, mi cuento, mi fabula, mi mito, mi laberinto, mi poema. A silencio del refugio, que hoy comienza.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Silencio y sonidos

Ya es tarde para recrear las constelaciones, abrazar los ojos de dios y predicar al silencio. Resulta que nadie gana un concurso de cuento; y que ahora batallo escribiendo poemas a exageraciones subalternas de posibilidad artística; tres poemas diarios infartan las funciones vacías que dilapidan la mañana, les cortan las cejas a las matrices para desayunarlas al crepúsculo de la noche, y una extraña tortura sale a renacer el siguiente predicado: No he jugado Warhawk, ya me chingue por mucho tiempo; necesito matar al chango. Pero nada de esto es menos importante que soltar los días que fueron el paraíso en las lúdicas vacaciones a fracciones del deísmo de la hueva y el ocio de pilares diversiones. Sigo entre la interrogante: ¿qué hago en actuaría? ¿Acaso la fantasía; aburrida entre mis días, decidió ir al yugo de la vida diaria, para azotar entre agonías una alegoría congruente a una respuesta que madrugue la filosofía de mi vida entre esta vía? No lo sé, de veces me pregunto que haría siendo yo sólo un actuario, y he concluido cosas que recriminan la atrocidad: Ser unánimemente feliz, casarme entre tradiciones muertas y vivas al consuelo de semejante rito, tener los hijos de los que soy yo y ser ellos la justicia de mis desmadres con mis padres (que fatal destino divino), levantar el ánimo diario y madrugar en la hora a la cual debía estar durmiendo, desayunar cordialmente entre sonrisas a próximas copulaciones mientras calculo que proporción deben ser el tamaño de ésta y mis sentimientos para imitarlos y saltar a fornicar a la próxima presa (eso no suena tan mal =D), fingir entre los intermediarios elocuentes con cara de equilibrio económico a través de pilares supersticiosos de primas congruentes a la realidad vendada de legitimidad, seguir la rutina diaria hasta convertirla en el artificio elocuente que dicte la tradición de mi urna inhumada entre las eyaculaciones que sufre dios al marcar los segundos y apretar los botones que conviertan los números en mutaciones ideológicas y pictóricas antes de renunciar a la locura. De pies a dedos, y con palabra en mano: no lo creo.

Desde hace tres semanas que voy por un sueño, pero esto me ha convertido en un paranoico perezoso, en agudo blog de AbrXas =D, he dejado de escribir los poemas que he escrito desde el cinco de septiembre, esto por el libre pensamiento de que algún hijo de más golfa madre que nada me robe mis poemas; ¡así es!, existe en mi esta idea sistemática y crucial (espero que no sea así, ya que si es de este modo; espero que ese personaje pútrido de la menstruación de su abuela se revuelque cuando me lo encuentre en el infierno y este dispuesto a batir mis letras a punta de madrazos), pero esta fruslería a marcado la desaparición de quince poemas más (Aparte… qué, ni tengo lectores, sólo fantasmas que bendigo por leerme), espero su más irónica sonrisa, y en poco tiempo comenzare a publicar los poemas dignos de alaridos.

El premio será lo suficiente para mantenerme dos años, vivir en el paraíso y tomar todo el pecado que nunca ha existido, pero dejando las monedas para otro saco, mi móvil no es ese baúl lleno de sonrisas (pero si viene con él, ¿qué hacer?) mi prioridad es escribir, leerme, saber lo que soy más allá de mis labios, críticos al suspenso de mi nombre, saber que soy un escritor al margen de los clásico ídolos y dioses de letras, ese es el pergamino de mis letras.

Por otra parte y pocos saben, en este breve diario de sólo hoy, que me intenté ligar a una chica que trabajaba por las hamburguesas de mi pueblo; era linda, sus ojos eran la sustancia anecdótica de la biblia, y su sonrisa podía perforar los sueños más estremecedores, se llama Mirii; o de menos, creí y entendí eso después de preguntarle su nombre tres veces, ¡pero sorpresa! No todo salió bien, apareció un sujeto menos predecible a la fatalidad, la última vez la vi llorando y me quede esperando una hora para poder ir y consolarla, pero ¡Oh sorpresa de nuevo! Su mamá fue por ella, y yo salí a navegar mares y cruzar tiburones a las aletas de cielo por una semana y la perdí. Resulta que regrese a buscarla y no ha estado, que triste ha sido, pero tengo una rara sensación de que todo será mejor de lo que ya es. Inspiró varias páginas de la novela en curso, y me gustaron mucho las hamburguesas que servía ahí. ¡¡Ah, también inspiró dos poemas!! =D

Pero así está la vida de mi cuerpo, pasando a su debido tiempo. Por otra parte, me cagan los insectos con cuerpo de humanos y que prosiguen y persiguen la confusión de un engaño de si mismos; jodidos bastardos de pocos padres y crucificados en si mismos, se joden de si mismos, pero bueno, basta de blasfemar y adjudicar dosis de críticas a aquéllos imbéciles.

Silencio y sonidos cuando regreso inyectado de café, aferrado a mi cama sin soltar la opulenta tortura de los juicios, de qué hacer con mi vida, de vivirla más antes que los segundos rompan el tiempo en mi cuerpo.

Vivo por las letras, a letras vivo, nada fuera de la inspiración sobresaltada por mujeres de dulce vida, poesía inequívoca a la eternidad. Y es majestuoso recordar el proverbio de un laberinto, de Francisco Castañeda: “Para alcanzar la inmortalidad es necesario morir”

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Fragmento de: La vida despertando po la muerte:_:_:

La escena había quedado perfecta: la lluvia, la tarde, la hora, la esquina, el carbón destrozándote la garganta por el olor de hamburguesas, el hambre que se había convertido en un corazón palpitando sobre tu lengua, tu inseguridad cubierta de una sonrisa cuando la viste, la ventana desde donde asomaste con pétalos la vida, el idear un pretexto para quedarte ahí más segundos. Todo convertido a tus obsesiones con vista a tus ilusiones, que de un instante se perdieron al contraste de críticas conversiones. Recuerdas la imagen, sí te importa, pero ni modo de pensar en los sonidos de sus caricias y el crujir de sus besos cuando ella se sentó con él, y tú, sólo mirabas por la ventana una salida que podía perforar todo latitud de tristeza sin derramar una lágrima o mostrar los esquizofrénicos momentos que huían de tu pecho, sólo seguiste sentado y comiendo la hamburguesa.

Cuando saliste pensaste en no volver, que la lluvia que caía te llevaría lejos, que lo olvidarías mientras conduces de regreso, que otra te llenaría los ojos hasta volver a romperlos. Pero a la vuelta te das cuentas que estás incrustado a la curiosidad, a los acertijos que lanza el espejismo de verla sonreír con los ojos pardos que ciegan al cielo, al misterio que te entierra a seguir pensando en ella. La lluvia sigue cayendo y sus gotas pretenden ser las lágrimas que no lloras, tienes que volver; ahora, siempre y cuando sea, no soportas dejar de intentarlo hasta llevarla a la orilla de la luna para decirle cuánto te gusta.

Mañana, dentro de dos días, en una semana; no importa mientras ella no se extinga, la obsesión te va transportando sobre el tiempo y te vas columpiando suavemente a su mirada que se extiende a regiones de recordarla mientras sigues repasando qué día irás antes de que las venas se sequen cuando ella te las corte. Pensando en qué dirás, en qué espina te detendrás para ubicarte dentro de su piel y colgarte de su gravedad para oscilar dentro de sus pensamientos a cada día y noche; siguiéndola y amparándola con el vértigo que cae desde tus brazos, cazando y cayendo a su amor.

La lucha mortal con el instante y el eterno salto a las curvas de adrenalina, el sabor de sudor que te penetra hasta el dolor, tu vida girando a la libertad mientras más la recuerdas. Mano a mano, vas entre días; sosteniendo las palabras desde tu lengua para fulminar rituales, emblemas, ciudades vedadas, silencios livianos que pesan en la memoria. Porque no has vivido el pasado de tus días, frente a un presente que se va conjugando entre lágrimas que van sonriendo desde la soledad; aquella que se envolvió a tu pies mientras caías al murmuro de tus propios sentimientos desbordados por ella.

Dedicando piel al tiempo, sobornando y legalizando el espejo, conjurando frente a un Dios que promete ser real, confiscando tu alma para llorarla al perderla; todos lo días de noches, a cada suspiro: A nuestra alma. Los sonidos de tu boca se escurren entre tus dientes, tratando de perforar del manicomio la esperanza, sacarla a que arda entre mortales, procurarla de tormento para invocar sobre tus noches la crítica hora en que se pasean tus pensamientos.

Hoy, mañana y siempre, comprando risas a alegría, con la opción de girar al cielo hacia las nubes, respirar y olvidar que ha pasado más tiempo que un futuro tardío, nebuloso y pausado entre tu garganta que expira al respirar hacia los negros puntos entre tus ojos que anulan la opción de libertad, nada se vuelve hacia ti, sólo períodos incoherentes a la raíz de tu obsesión. Historias pérdidas al azul del cielo, cuadros profético s y ensalmados al oído del vacío, del que has caído desde su gravedad para ahogarte, para salvarte.

Magnitudes ensanchadas de saliva, a la crítica de tus propias fabulas y con un resorte que te permite rebasar cualquiera de las alas ya vedadas, amarrado sin escape a la realidad cubriendo al destino en una cristalización amarga que dura en una ilusión lírica, nada es menos importante que nadie, confundido entre las monedas que vendieron tu nacimiento y ciego a los cariños, que pasajeros vas encontrando y llenando al libertinaje, porque está es tu vida; la sensación mítica de segundos y clasificaciones mortales, chico entre los grandes y antiquísimo entre los clásicos, has revivido de la tumba, excavado el último hueso para armarlo, huyendo de las criptas para refugiarte entre el olvido de tu epíteto, locura al pasado sepelio, muerto a sensaciones y portal de ilusiones, al fin de todo: escribes.

lunes, 10 de agosto de 2009

Ad vitam aeternam


Cerca de veintiún horas a cumplir años y lejos de los suaves pensamientos, con el vértigo que se va enrollando entre mis manos de pensar en el tiempo, clasificándolo entre pórtales que habitan en la temible conciencia de mi suelo, de mi vida, de la franca inquisición con la puerta sostenida al aire mientras volando algún día se abra entre el eterno suspenso de haber recordado algo entre el juego. Siendo franco con la noche, levitándola hasta realidades que se van reflejando entre sueños que protestan las fantasías de las que prendí mi vida; donde aparece ese niño probando su imaginación, convirtiendo todo imposible en actos que se pasean en su mente, sosteniendo la libertad desde el pupitre cuando cerraba sus ojos, deslumbrado por la cortina negra a la que se sometían las estrellas mientras la velocidad de la gravedad lo transportaba hasta la magia que deslumbra a los inmortales, mientras… él sigue plasmado en la imagen y jurándole, con una sonrisa, que lo logrará.

Recordar el sueño, rezar por la fe que va sangrando desde el fondo de la pasión, pasando por el dolor para mitificar la oración, probando los recuerdos para hacer más intrépida la devoción; porque el anhelo soy yo, devorando la metamorfosis para engañar al destino, sobrevolando las alas para quedar atrapado entre las garras, deslizándome entre la locura para decolorar al espejo sobre las letras, colocando poemas sobre sus senos, acariciando las estrofas para apostar por el ego, éste; él que se consuela con pensar que el final sólo será el comienzo.

Días sobre noches, pasos a segundo sobre el universo, sosteniendo la vida desde el alma, conjurando los secretos, legalizando la mortalidad sobre la eternidad; escuchó la fecha desde hace horas; acudiendo puntual entre los astros y la perfección de engatusar la esclavitud, y su condena es larga desde mi mente; pregunta con los siglos sostenidos sobre sus pestañas, acude a mi vida como un sarcasmo cotidiano, pero no hay respuesta y lo mejor es que nunca la habrá, que todos los que cegaron sus labios al pronunciar sus alegatos han quedado marchitos entre sus páginas, muertos entre el silencio que llega con la inmortalidad.

El fin de la primera persona parece que se aleja mientras más profunda llega a ser la breve ontología del nacimiento, profanando la demencia con la locura y arrojándose hacia el vientre que obra con amar. Y no es que extrañe algo del pasado, no es el ombligo que abro en el cielo; sólo me aturde Su ironía. El cementerio es extenso, reclusos sobre cuerpos aún en movimiento, acosando la justicia sobre sus mismas heridas, agudizando las lágrimas de sus venas; todo es transparente tal como su existencia.

Y ahora, a una semana de entrar fuera de mi paraíso, sin desmayar el rigor en un gimnasio, sin quedar a la luna mientras sigo escribiendo, acorralando entre el sueño de haber pasado sobre diecinueve años, con las caricias que van acarreando la inspiración sobre la ciudad, con unos breves pensamientos que de desglosan entre sonrisas, con la orilla de un sentimientos que me hipnotiza a seguir; puedo decir que hoy he vivido como prefiero, que la vida no me es corta, lo es el pensamiento que pretende ser mi relojero, la masa que elige ser social de sus muertos; no me importa, el momento es perfecto, las campanas brillan sobre la hora y el presente se sostiene.

Apostar por la fecha, seguir pegado al azar, reír y gozar; nada llena más que seguir jodiendo al mundo. Mis suspiros velan entre mis sentimientos, con el aturdido emblema que se perfora entre artificios de conjugación: jugar, soñar, amar, odiar, lidiar, imaginar, pronunciar, apostar, levitar, manejar, levantar, burlar, pensar, tocar, recordar, olvidar, tomar, perdonar, resucitar, mitificar, blasfemar, joder, besar, ser, construir, sentir, prostituir, escribir, morir, vivir.

La fecha se va pegando a mis labios: diez de agosto, diecinueve años. Y después de todo, no me importa que esté pegado a la mortalidad, hace tiempo que perdí al miedo, y siempre, mientras lo logré, hasta la muerte de vivirla.

Hasta la muerte de vivirla…

jueves, 9 de julio de 2009

FrAgMento de: La vida despertando por la muerte

Confundiendo la gracia entre el atrevimiento de crearla, cercando las nubes entre mosaicos, iluminando las capsulas de iris ante el movimiento crepuscular de unos ojos hipnóticos hasta el desierto, llamando toda sensación para que se asfixie por momentos de la realidad, clamando a esa realidad mientras se plasma bailando sobre cualquier borde de perfección; no importa que los errores cometan el hermetismo de reducir tu vida a cenizas, porque ahí está ella. No importa la distancia, calculas entre sus ojos la mirada que plasme sus labios; derritiéndote cuando su rostro se cubre de luz entre la longitud de la oscuridad, temes que cualquier tema sea necesariamente innecesario; porque no sabes que hacer entre el fuego de su posible control, y lo último que te puede salvar es suicidarte, al aventarte sobre un intrépido segundo que te corone sobre las estelas que la dilapidan de un sentimiento que para ti, resume todos los antecedentes filosóficos en armónicos panoramas de fácil comprensión y una exquisita sensación; porque tratas filtrarte sobre sus pensamientos, asomarte entre sus sueños, entretener sus diversiones al misterio de desaparecerte. No hay más que verla, sonreír sobre el suelo para observarla entre las caderas de la luna; porqué ella no es mortal, no debe serlo. Pero sigues motivando sus sonrisas sobre esta mañana, que se revuelca entre la confusión de arrojar todo al carajo, para poder rescatarlo desde las alas que ahora te llegan sonriendo desde la esquina en la que se encuentra.

No importa cuánto has mentido, no tienes que rescatarla; sólo tienes que enrollar tu vida al sentido de la suya, porqué el sueño es de menos azar de lo que crees. No importa saltar entre los torbellinos que ataquen, porque te llevarán directo sobre el silencio de exhumarla entre los ramos enterrados que oscilan sobre sus ojos, aquellas ilusiones que mastica su vida que su sonrisa te muestra. Nada lamenta el momento; porque ahora es único. El universo revuelto por la eternidad que pasa sobre lo segundos, sigue transcurriendo entre la forma de allanar tus sentimientos; sólo es cosa de simplificar las cosas, de transitar de mil formas el aroma de su sonrisa, flotando hacia su cuerpo y enterrándote sobre las promesas de sus sensaciones, no habrá más que ir al borde de tus locuciones para encerrarla al interés fatal de la curiosidad, porqué navegar al comienzo de mitificarla, es cristalizar la inspiración que los lleva al borde de una posible locura mutua.

Porque la extensión de sus ojos de vidrio traspasa toda protección, cruza sobre tu amor escondido, que sólo ella sabe; mientras saborea los laberintos que traspasan tu piel al ver como se esconden sus manos para saludarte desde su lugar. Dejas que tus pupilas se enganchen sobre su cuerpo, y ahora lo piensas; no llegarás a ella a contarle sobre el ínfimo suburbio que se revuelve entre la locura que te lleva hasta las rosas invisibles que espinan lo tanto que te gusta, no estallarás cuando su voz roce hasta el eco de tu cuerpo y sus palabras de burbujas se peguen sobre tus mejillas para estallar hasta el borde de tus labios; porque ante todo, vas cavando los momentos y relajando sus sensaciones, jugando con la locura que te hace pronunciar su nombre bajo la almohada, sólo para que ella lo escuche y sonría desde su alcoba.