lunes, 30 de marzo de 2009

Fragmento de "Ciudad al Silencio" Por Y0!!! =0

Me rodea la incertidumbre de pertenecer al panorama de hoy, seguro que si alguien tomara una foto, yo no saldría, cosa sin importancia, pero que me lleva a recordar a ella, a Sandra Cuevas, sobre esa plaza de noche. Recordar todos los besos encarnados del pasado, recordar sus suspiros sobre los anhelos escritos ante el cielo, recordar sus palabras, sus palabras vagando en un viento carismático que envuelve los deseos en un tiempo siempre existente, recordar su sonrisa, recordar las luces paradigmas que se esconden mientras Sandra es el centro de México. Se mueve y baila entre el ritmo astronómico del fuego; qué importa si nadie sabe que ella esta ahí, sólo basta con saber que en ese momento ella es el centro.

Sí escucharla, Sandra huyendo en el viento de álamos, como una melodía subiendo los mármoles de Bellas Artes, descubriendo el arte desde los oídos de un poema, cortando los pentagramas de violines entre los pájaros invisibles, sollozando la armonía de cuerda subiendo entre las alas de un velo negro, alcanzando la dicha en los albores del sonido, ¿Qué importa el silencio, si esta guardado entre el murmuro de los suspiros? Sólo ella baila entre el viento, muerde las nubes. Y la Alameda se cubre de lluvia, ¿Cómo no extrañarla?

Después el recuerdo sigue expandiéndose, logra conmover los matices en olor, olor que sangra entre aroma y se asoma a oscilantes calles; el café vibra en la garganta de Sandra, sus labios levantan un erotismo que se plasma en la perfección de una imagen; mientras sus gestos se alzan sobre todos los rincones de la fantasía. Sandra… sólo ella, sólo Sandra.

Su cuerpo rodeado entre mis brazos; como una serpiente que se hipnotiza así misma, me dice que sus egos se levantan y se estrechan a mí, que las horas de la noche cazan entre estrellas luces que hablan de nuestros besos; mientras una luna parda con la ferocidad de felinos canta su imagen frente a nuestras caricias, entre el silencio murmuro:

-Sandra… Sandra, ¡eres todo Sandra!... todo.

Y Sandra responde con la mejor respuesta… con el silencio.

-(…)

Después Sandra me eleva entre sus labios; la catedral, el Palacio Nacional, la bandera, todo es demasiado chico. Fluyo entre sus besos, en un éxtasis eterno y ofusco; no cabe duda, me encantan sus paraísos.

Ver a Sandra, su rostro se refleja entre un camuflaje de carisma, sentir su sonrisa sobre un arcoíris, acariciar sus sueños, manchar sus fantasías, morir en sus suaves mejillas, rozar la silueta de sus senos, desmayar entre sus caderas, vivir entre sus brazos; esos brazos tiernos que arruyan la seducción, cargarla hasta los cielos, llevarla y nunca traerla, caer su cuerpo entre mis labios, masticar sus piernas y crucificar su cuello, rezar en su boca, caer acariciando su vientre, suspirar en su ombligo todo el cariño, susurrar en los rincones de su cuerpo que la amo… ¡que la amo! Sólo a ella, ¡sólo a ella!

¿Qué importa si nadie sabe? Sólo nosotros no corremos de la lluvia, sólo nosotros cabalgamos la luna, sólo nosotros seguimos jugando entre el perfume de nuestros labios, sólo nosotros transitamos la cuidad al silencio, al silencio del amor, al silencio de abrazar por segundos la perfección, al silencio que baja entre nosotros ¿Olvidarla?… ¡Nunca!

Descubrir que sus ojos me ven, sus ojos a una escala onírica mientras quedo abismado entre su mirada; ella sonríe y me doy cuenta de lo esclavo que soy, y lo mejor es que no ansío libertad, Sandra es mi yugo, la cadena de placeres más larga que la vida puede dar.

(Aún en costrucción) -- Entrada limitada (hahahaha)--

domingo, 22 de marzo de 2009

Reducciones residuales

Basta con acontecer en el dichoso paraíso de los errores para someterse en los tormentos más cuantificadores de la dicha, que como tal, se sobrescribe en los funestos y soslayantes amaneceres de cada nueva cara que nos ofrece la ornamenta de cada nuevo deísmo. Ya sea reproducir en distintas maniotas de legislados gustos del ego mítico, o bien atenuarse en una misión tan selectiva, como los vivales aposentos que se remuerden en la épica; el obedecer de peregrinas tribulaciones lleva al inquisitivo de la sensibilidad. Y sumando que bajo esa luz de sensibilidad, el escondite para recibir la mayor luz posible, es y siempre será la sombra perdurable de la literatura.

No hablo de asomar las letras en prosa funesta y escrita por la mierda de los instintos mortales, y tampoco de lírica simplificada a los albores que padece su autor, en determinado espacio a razón de su circunstancia; si no del verdadero signo literario que cada escritor padece, en su raíz que le empeña cierta atribución, para la voz crítica de una corriente empeñada por el tiempo. Una confiscación de elección que formaliza al escritor bajo ciertos determinantes, que como juegos ante el destino, el protocolo de la oración esta orientada a los fantasmas acumulados en el disfraz que subraya su vida.

Ser escritor no es un oficio, es una extensión artística que guarda los conceptuales que arroja los arquetípicos ideales del primario. Un nuevo paraíso en la entrada del infierno, para lograr reciclar la esperanza en una nueva materia que se contiene en la dedicación de una concentración extrema, hacia la susodicha reinante de los añorados tiempos jamás sucedidos. Y entre un azar de complexiones que dictan verbos, hacia la emancipación de los males que contiene el bien para poder resguardar aquel fanatismo, que complaciente en la estructura de lo especificado, toma forma en un sueño; que en su misma anti-naturalidad se desarrolla en los renglones furtivos, que fugaces, recorren el avío extranjero del rubro espeluznante de gozar un miedo excepcional: la lucha y el genocidio de uno mismo.

La anuencia equitativa de la naturaleza, es contribuir en la sobrevivencia en bases de la superstición; un clamo de primeras a voraces de cada nuevo día. Pero esto no es mi deseo de fortuna, mi deseo es total y analógicamente distinto, es un resurrecto fluido del espacio, un finito implante de realidad en la sobra de fantasías, un posesivo canal de sentimientos entre una mar de descuento, un rincón especialmente guardado entre una demografía absorbente, un vacío contenido en perfectas líneas de nada, un triturador de voces contrapuestas, un radical cuento de posesiones lejanas, un espejo con dos reflejos, un final con un nuevo comienzo… una novela.

Una novela es lo que me recurre a contribuir más días para comenzar los pasados; un eco transpuesto sobre una cámara insólita y resguardada, cuyo semblante, se arroja en nuevas hojas vacías ya llenas.

Es difícil tener una clara visión del tema, pero ante mi cuidado esta todo. Más que no gozar de una palabra y describir el enlace, me desenvuelvo en la nebulosa de un objeto, y así garantizar su existencia. El tema soy yo, bajo las paredes de esta ciudad. Donde por suerte, camino sobre esas calles vacías tan llenas de gente, y bajo sus umbrales, desenvuelvo todo la fantasía que vive la realidad.

Pero en fin, el comenzar de ella será el final de otro. Una carta.

lunes, 16 de marzo de 2009

Hoguera de voces

Al resumir la trascendencia que incurre por los sucesos mímicos del disfraz teatral, es el dogmatismo de la personalidad que recurre al salvamento crítico de los fracasos; una orilla resumida en el instinto de nuestra captación formal de las estrechas falacias de sucesos. Y tal como la fantasía acompaña el vehemente deísmo, es el reflejo singular de la personalidad que protagoniza los esqueletos primordiales de un requerimiento subjetivo en episodios fundidos de la memoria crucial.

Si bien el simbolismo crucial me ha llevado a ejecutar la parodia de los desabrimientos arcanos, es la obligación de distraer al destino con la gula de su enfreno; una dichosa y falsa corrupción que se enfoque en sus mentiras y sátiras de comunión. Requerir en el mismo destino para vencer sus proyectos inexorables, es una tarea de sublevarte sacrificio, ya sea calcinando las ideas en un cuadro inconsciente para después exponerlas sin verbalizar nada del concepto en un margen literario, o recurriendo en la luz mítica que abre las puertas del infierno para entrar al llamado “cielo” y aterrizar en los paraísos negros. Mas que fomentar un delirio axiológico que no cubra la circunstancia, mi empatía con lo perdido ha estructura toda la idealización de un recurrir añorado, una perdida sin la pérdida del presente donde aún no acontece la pérdida.

Los sueños son predicados de la realidad, sin poder distinguir los unos y los otros, me desvío en la digna oportunidad que tiene interés en la fantasía por cumplir la realidad quimérica de alguien más; en especial si se trata de un acuerdo estético que involucre la divina tentación del bienestar plural y fonético para involucrar la intuición premiante del amor. Pero en la jactación de las voces que se azotan debajo de mi almohada, llego a retar el signo dinámico que separa la contundencia catastrófica de la realidad y la fantasía.

Perecer en el cuadro real de la cueva es caer en la línea que azota el fin del universo, una irrealidad empírica que peca en existir, pero existe para sustraer toda cuerda de felicidad que se presente en un campo suversible de ontología adicta a la caída.

Emancipar los cuadros que requieren la potencia cosmogónica de los arquetipos, es imaginar la creatividad. Tal docencia es del peligro social, que sus fronteras lo reprimen con la burla de sus enunciados, tan efímeros y vacios. Que al cremar su opinión, el polvo vacío de la idea es un litigio costumbrista de la legión más imbécil que puede existir.

Romper con el paraíso blanco por el lago negro, para resucitar el proceso vanguardista de la objeción prismática de la eternidad. Bajo estos mantos que cubren la eficaz línea de los aventureros, me arrojo bajo el signo de la infinidad para abrazar de nuevo la dicha. El viaje en las letras es largo, pero al finalizar, la libertad de volver a las cadenas que liberan es un placer que inquiere en cada noche por un nuevo sueño para poder arrojar todo el pasado por algo nuevo, sabiendo que eso mismo me llevara de nuevo a estos frescos purgatorios, que tan feliz recibo. Todo por un nuevo sueño: ella…