domingo, 22 de marzo de 2009

Reducciones residuales

Basta con acontecer en el dichoso paraíso de los errores para someterse en los tormentos más cuantificadores de la dicha, que como tal, se sobrescribe en los funestos y soslayantes amaneceres de cada nueva cara que nos ofrece la ornamenta de cada nuevo deísmo. Ya sea reproducir en distintas maniotas de legislados gustos del ego mítico, o bien atenuarse en una misión tan selectiva, como los vivales aposentos que se remuerden en la épica; el obedecer de peregrinas tribulaciones lleva al inquisitivo de la sensibilidad. Y sumando que bajo esa luz de sensibilidad, el escondite para recibir la mayor luz posible, es y siempre será la sombra perdurable de la literatura.

No hablo de asomar las letras en prosa funesta y escrita por la mierda de los instintos mortales, y tampoco de lírica simplificada a los albores que padece su autor, en determinado espacio a razón de su circunstancia; si no del verdadero signo literario que cada escritor padece, en su raíz que le empeña cierta atribución, para la voz crítica de una corriente empeñada por el tiempo. Una confiscación de elección que formaliza al escritor bajo ciertos determinantes, que como juegos ante el destino, el protocolo de la oración esta orientada a los fantasmas acumulados en el disfraz que subraya su vida.

Ser escritor no es un oficio, es una extensión artística que guarda los conceptuales que arroja los arquetípicos ideales del primario. Un nuevo paraíso en la entrada del infierno, para lograr reciclar la esperanza en una nueva materia que se contiene en la dedicación de una concentración extrema, hacia la susodicha reinante de los añorados tiempos jamás sucedidos. Y entre un azar de complexiones que dictan verbos, hacia la emancipación de los males que contiene el bien para poder resguardar aquel fanatismo, que complaciente en la estructura de lo especificado, toma forma en un sueño; que en su misma anti-naturalidad se desarrolla en los renglones furtivos, que fugaces, recorren el avío extranjero del rubro espeluznante de gozar un miedo excepcional: la lucha y el genocidio de uno mismo.

La anuencia equitativa de la naturaleza, es contribuir en la sobrevivencia en bases de la superstición; un clamo de primeras a voraces de cada nuevo día. Pero esto no es mi deseo de fortuna, mi deseo es total y analógicamente distinto, es un resurrecto fluido del espacio, un finito implante de realidad en la sobra de fantasías, un posesivo canal de sentimientos entre una mar de descuento, un rincón especialmente guardado entre una demografía absorbente, un vacío contenido en perfectas líneas de nada, un triturador de voces contrapuestas, un radical cuento de posesiones lejanas, un espejo con dos reflejos, un final con un nuevo comienzo… una novela.

Una novela es lo que me recurre a contribuir más días para comenzar los pasados; un eco transpuesto sobre una cámara insólita y resguardada, cuyo semblante, se arroja en nuevas hojas vacías ya llenas.

Es difícil tener una clara visión del tema, pero ante mi cuidado esta todo. Más que no gozar de una palabra y describir el enlace, me desenvuelvo en la nebulosa de un objeto, y así garantizar su existencia. El tema soy yo, bajo las paredes de esta ciudad. Donde por suerte, camino sobre esas calles vacías tan llenas de gente, y bajo sus umbrales, desenvuelvo todo la fantasía que vive la realidad.

Pero en fin, el comenzar de ella será el final de otro. Una carta.

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