Merodeando las gestiones metalingüísticas que divulgan, entre grandes rasgos como profundos, el llamado que prohíbe marchar al retorno, con pasaporte de rendirse, por exprimir un esfuerzo más que estructure de las ruinas y caos; que a ondas se contraen sólo para extenderse a una magnitud poco deseable por su naturaleza de giros y espirales que revocan hacia la destrucción, una nueva disciplina que me mantenga a los cotidianos lapsos que inquieren un labor que me arroje lejos del vacío.
Vacío que levanta cuestiones emergidas de viscerales decisiones. Proviniendo del más hondo ritmo que abunda al corazón en respiros, mi pecho se agota al transcribir mañanas por noches, tardes por tardes; las semanas que han pasado son el hedonismo al que el exceso puede ser recluta y sentir la noche más vacía entre un juicio bañado de conceptos, que viven y se azotan en las miradas que sólo los cadáveres nos regalan.
Voy galopando hacia el camino más corto del infierno, un sendero que no permite bajar los tirones que el vértigo proporciona, dónde entré sin querer y ahora sólo me mantengo por la gravedad de su órbita al no poder bajarme de las nubes que miran de lejos el paraíso.
Siempre me ha cortejado la idea de inquirir y rebasar las negaciones sólo para sistematizar en una secta de recuerdos que manipulen el haber negado un axioma tan fundamentado, que al peligro y al hecho, de radicalizarse en un estrecho que protagonice al antagonismo de la verdad; no pretendo demostrar su veracidad, mas su estado fiduciario al que está pegado, se esmera por contradecir la verdad por algo más empírico: la realidad.
Al silencio que los reflejos imitan, la realidad consume las contracciones que los suspiros sueltan al voltear la confusión por ensoñación, entrando, por primera vez, al final; una gesta de intrínsecos plurales del murmuro que pregonan con arrebatarse al primer signo que presente una posible revuelta donde ruge el instinto, de arrojar corazón y escudo, por nada.
Es el aura de la inexistencia una sincronía de mantenerse al anonimato de existir. Existir por esculpir la niebla que esquiva la mirada de nutras pupilas volteando desde otro rostro, la nada se mitifica ha proporciones que ramifican un gradiente por llenarlo de nuestros propios y ajenos ojos. Ya que se ha perdido la verdad por incursionar en la realidad, una locura, que al amar, sólo presenta clavar la singularidad bajo dos egos que culminan, tras dos cavernas, el hueco que sostiene habitar al sentimiento.
Las sensaciones crecen, se envuelven tras mágicos encomios que presentan un borde que esmera rotar a inquisiciones repletas de fatal fantasía que descompongan lapsos por eternidad, ocasiones por un socorro limitado de aseverar que al entrar al laberinto, el manto que narra los pasos que entran a perderse, son los mismos que recorren la última salvación que se encuentra desde un residente del infierno: creer a la nada del amor.
jueves, 24 de junio de 2010
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