Esa última devoción de vencerse, de caer, de columpiarse entre el vacío que crece entre los ojos, entre la piedra rota, la caliza, la que tiene plumas de fuego y escribe tu nombre en el viento; puedes pronunciar tu nombre a mitad de la noche, entre el rito de la luna cuando yace más en los ojos. Te llamas como el aliento, cuando su aliento te comprueba, no titubea, y te dice que existes.
Creo en ese monte, último y cavado hacia la profundidad de la mística, en ese buque de velas cantando hacia el mar, brear del poeta, en el cielo y en el suelo, en los pies mojados que sacuden las alas, miradas cerciorando el paso por el infierno. Creo encontrar tu mirada, lasciva, sacudiendo todo el cuerpo, encontrando pasillos entre mi alma, le gime y dice que existo, que el sueño es más real entre menos lo recuerdas, que mis ojos miden ausencias de latidos (siempre, sus últimos latidos cuando te dicen te quiero, esos latidos, magnitud de soledad entre el amor y el existir), que la cama es el lugar de llamas, de penetrar la ausencia con la voz seca, con esa conciencia inerte que redondea pensamientos. Creo en las metáforas, en su sinestesia y su flujo por tus labios, cuando los cierras y pronuncias mi nombre; mi nombre sólo es el sonido de algún máximo instrumento, que habla entre silencios y me lo dices tú. Creo en el oleaje del desierto, en mares secos cuando las sirenas y cangrejos han nacido dentro de las espinas del sol, rayo que punza, esquina que borda nuestra piel con incienso, el humo, nuestra alma.
Creo en Dios, más el Diablo me dice un secreto: Yo también creo en Él, nadie como yo; el juego son dados hechos de ojos, picos del vapor de los astros, yo creo en Él y en su vencimiento. Después creo en el Diablo, ese cabrón sí existe, he sentido su aliento, su rumor, sus palabras cuando me dice murmullos de fuego, así escribo las llamas; a veces se para a sonreír y platicamos un poco, jugamos a ver la noche pero todo pasa en un segundo, el cabrón hace trampa, lo siento, es un trineo con ruedas de realidades que giran sobre el corazón, ese amuleto de cuarzo que palpita de colores del cielo. Yo creo en el Diablo, a veces me da miedo, creo que soy yo jugando a besar a dios, apostar con las manos atadas por el vuelo, su engaño me dice que es verdad, pero me quedo en silencio, sentado, dejando que se vaya, que se canse al verme chingado, al verme creyendo que hay esperanza.
Yo creo en Dios y en el Diablo, pero luego creo en mí. En poner los labios a flotar y darte un beso, es ser un felino ensalivando la eternidad al dejar caer en ti palabras, titubeos entre el corazón que se revuelve, se hace alma y se columpia entre tu falda, en dejar puesta la noche sobre la rara brújula de tu cuerpo, en ir por él, sin caminos, buscarlo y acercarme más para que te escondas, ahuyentes el cuerpo y entregues más el alma, para fumar ese humo que vuela de tus pies cuando te bañas, quedarme en tus ojos sangrando como la fe dando espumarajos en el vacíos. Te diré que eres bonita, que las letras son sólo renglones que convierte la fantasía en relojes que miden el genio, que la noche se hace más chica cuando vemos más tiempo la luna, que la luna tiene sombras por la cual se cubre el fuego, que el fuego nació de nuestros cuerpos, yerbas que algún día crecieron en el erotismo de prenderse cera por los ojos, desbordar al corazón por el deseo, el deseo que te hace morir más lento, entre reptiles que nacieron del vientre como el aire que cantan los peces; que eres bonita, simplemente bonita y eso a mí me encanta.
Yo sé que tú crees en mí. Como cuando hay silencio, crees en mí.
lunes, 20 de junio de 2011
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