Había oído que los cisnes tienen una lengua para beber la tierra. Pues ella me lo había dicho.
A ella la conocí y jamás lo supe. Caminábamos por algunas calles y las calles abrían la ciudad; una ciudad que contenía perros, estatuas, ancianos, niños, automóviles, arquitectura, cambios, quizá algún espía sexy; quizá el espía sexy la seguía a ella. Quizá yo era como él: acechando, observando debajo de su atención un momento o una situación en que ella brillará, siendo visible, tanto que ello lo notará, lo viera, se interesará pero como él es sexy: su porte, su raro caminar, su insolencia por el mundo la desaliente, invisible para la memoria de ella, pues ha dejado de interesarle. Quizá yo así sea, espía, y lo más importante: ficticio.
La ficción es una prueba de que esos cisnes bebedores de tierra existen. La ficción es una dimensión íntima que se puede comprobar a través de un interlocutor; la experiencia de la ficción es emotiva, tanto se desprende de la razón y del cuerpo: ríe pues lo comprende, llora pues es tremendo, horroriza. Algo de ficción sería decir: los pájaros son sirenas que cantan exhaustas la noche. Ficción es decir un objeto absurdo a partir de un concreto, la ficción es una estructura deseable, intencional y adscrita a la reflexión de la imagen: la suya, que ha creado. Pues se puede decir que los enanos montaban mariposas, mientras borrachos, disipaban la tarde en un ajedrez al que ellos eran las piezas.
Ella dijo que los cisnes tienen una lengua para beber la tierra. Después la besé y allí comenzó la máxima ficción, pues ella era un cisne y en un intento desee que yo fuese real.
La ficción desmiembra la lógica, en su intermedio la usa de contexto y le da sabor al diálogo. Ficción es tener un mapa de un laberinto pero estar dentro de ese mapa. Su horizonte: ser emotivo, conseguir una expresión, compartir un juego. Hacer reencarnar y reaccionar la fuga de la realidad en la misma realidad; sonreír y saber que la ficción tuvo dos pasos: la imagen de su inexistencia y el juicio del oyente para componer un tercero: la existencia de un producto a través de su irrealidad, es decir, la ficción crea, y lo creado existe. Por otra parte, la sonrisa lo comprueba al sabor de la reacción del oyente, pues te dice, te murmura: loco, estás loco. Loco lindo; pues la ficción ha provocado algo real que es una emoción. Pero el sentimiento es ficción del sentir, pero el amor es producto de una alusión, y esto lo hace real.
Después un cisne me murmura algo raro. Yo le respondo que entre nosotros hay amor. Y parece que yo solo hablo ficción.
Había oído que los cisnes tienen una lengua para beber la tierra. Ella me dijo que lo nuestro terminó; pero no, lo nuestro fue ficción. Ella fue un cisne y hoy es real. Yo sólo soy un espía que bebe la tierra.
Había oído que los cisnes tienen una lengua para beberla tierra. Pero la tierra es aire en ficción.