sábado, 10 de agosto de 2024

10 de agosto de 2024

Me gustan mis propias grietas, reconozco que sus relieves y acantilados no se restringen hacia las zonas seguras: el derrumbe se asoma desde cualquier esquina, cualquier resonancia podría incitar el cauce del estrépito. Acudo a mi copita de vino tinto, altitud precisa donde se embocan desplazamientos, tiempos y emociones. La copita dice, siempre ha dicho, que la escritura no es un sitio para esconderse (de allí su prófugo incendio que llamamos literario); mis despliegues ha sido honestos: una escritura hasta quedarse sin aire, una escritura asumiendo el riesgo de lavar la fisura detrás del espejo. No refugiarse en personajes imaginados, resolución impropia para describir la imagen desarticulada que somos. No acudir a circunstancias que diez veces no hayan sido zurcidas sobre la espalda. Habito mi propia destreza: papelitos manchados de tinta, papelitos doblados, papelitos volantes, pantallas que anuncian la misma virtualidad de hace siglos: el artificio labra la realidad, el artilugio es la realidad. La tensión de mi cuerpo sobre su sombra proyecta regiones de incertidumbre: intento plisarme, obligar cada huella a coincidir y marcar correspondencias precisas. ¿Quién querría explicar el mundo cuando vuelve a ser una edad media? No es posible, una grieta me separa y me conduce hacia un imperio sinuoso. ¿Qué es eso? ¿Una deriva? ¿Lenguaje? Mis coordenadas son simples y no exijo persistir en una marca. Mi nombre es Eduardo Yael y tengo 34 años. Mi nombre es Eduardo Yael y mi elemento natural es el fuego. Mi nombre es Eduardo Yael y mi mejor planeta es Mercurio. Mi nombre es Eduardo Yael e insisto en replegar versuras sobre luminiscencias, apariciones que reconozco como importantes. ¿Cuál es la sombra de la soledad? Extraviar mi olor sobre tu recuerdo no significa que no logremos nombrarnos: estuario, sea la escritura la ablución sobre mi espíritu, fulguración para salvar el alma con su ígnea melancolía: malabarismo, vicio secreto para estrujar mi boca sobre tu piel: no hay paraíso que no se detenga en el deleite de nuestras sombras: pondré la vida y cerraré los ojos sobre tus piernas, mi fisura.