domingo, 25 de marzo de 2012
Caracol desnudo
martes, 6 de marzo de 2012
La cabeza de los elefantes
No me gustan los elefantes: su piel, su lengua, su trompa. Pero hoy soñé, y soñé que era la lluvia una gota fresca donde caen de una a una gotas de elefantes. Esta tormenta me entusiasmó, y decidí seguir soñando.
Los elefantes viven en el ártico o en los polos, escondidos; es el año de galletas y de mimos malos. Los elefantes miden cuatro dedos, se ponen a veces muy serios a hablar del mal tiempo; otras, comparan el marfil frente a la siguiente analogía: el hueso inscribe el límite de un suspiro. Entonces se quedan meditando, suspiran el por qué de las cosas y van tomando con su trompa pequeños sorbos de arena. Luego sueñan que un cabrón con veintiún años escribe algo imposible de los elefantes. El sueño habla y recorre lo siguiente: los elefantes viven en África y algunos en Asia, son grises; cosa incierta para ellos, pues ellos son de un amarillo cuajado de bilis; entonces despiertan y se quedan meditabundos, introspectivos, luego sienten nauseas y vomitan nuevos mundos. Mundos que se trafican, pues el contrabando de ideas es sólo el principio de las revueltas, de los cambios, de la manera en que el sueño y la realidad convierten en ficción la imagen más tenue con la agilidad de la innovación. Entonces los elefantes se ponen tristes y más meditabundos. Algunos elefantes suben a las estrellas, mezclan en el aire un poema; y en una física imposible, alcanzan la muerte pero no mueren; entonces se ponen tristes, meditabundos; un poco moribundos.
El orden en que los elefantes conviven es el delirio, pues a veces se cortan las orejas para escuchar los lagos. Sus patas son montañas negras donde anidan las imágenes. Luego se levantan, caminan y se crean juicios, voces que hablan en tres tiempos; uno para decir que no hay ritmo, otra para conjugar adjetivos, la última para ponerse llorosos y tristes. Pero a veces se emborrachan, se tragan el humo y miran atentos algunas láminas de Tarot; y como no aparece en ninguna un elefante, no se ponen tristes; se encabronan y consiguen germinar su cuerpo en una gota. Los elefantes tienen tres escasos cabellos que peinan con esmero, se despeinan en los días soleados, se delinean los dientes con cuerdas, se aburren de ellos y se asustan de los caballos. Entonces despiertan encabronados pues creían que eran valientes, se hacen gotas y llueve.
La lluvia asola el deslinde por el cuerpo, con una vehemencia extraordinaria él la tomó. Llovía afuera, afuera los patos pueden volar, nadar y caminar. Él exclama: ¡qué maravilla!; ella sonríe, pues está desnuda y piensa que él está maravillado por ella, pero los patos pueden volar, nadar y caminar. Ella le habla con los pezones sobre su pecho acerca de la veleidad, y de cómo ésta se suma hasta hallar en la piel el clímax contenido en el lapso intermedio de algo vano, tan vano que se puede hablar de limen, de vacío concreto. Él piensa en la maravilla adscrita en los patos, pues ellos pueden caminar, volar y nadar; pero él sabe que afuera llueve, y llueven elefantes raros, no se maravilla de esto, porque ahora ella es una atención especial, una atención que no es atención, pero inmanente en el cuerpo invisible de aquél y aquella, jamás dichos, jamás separados ahora.
Entonces despierto, releo lo que escribí. Recuerdo algo borroso, pienso en los patos y en los pinches elefantes, y no me gustan los elefantes: su piel, su lengua, su trompa. Pero hoy soñé…
martes, 24 de enero de 2012
El mosquito-Dante
Había oído que los cisnes tienen una lengua para beber la tierra. Pues ella me lo había dicho.
A ella la conocí y jamás lo supe. Caminábamos por algunas calles y las calles abrían la ciudad; una ciudad que contenía perros, estatuas, ancianos, niños, automóviles, arquitectura, cambios, quizá algún espía sexy; quizá el espía sexy la seguía a ella. Quizá yo era como él: acechando, observando debajo de su atención un momento o una situación en que ella brillará, siendo visible, tanto que ello lo notará, lo viera, se interesará pero como él es sexy: su porte, su raro caminar, su insolencia por el mundo la desaliente, invisible para la memoria de ella, pues ha dejado de interesarle. Quizá yo así sea, espía, y lo más importante: ficticio.
La ficción es una prueba de que esos cisnes bebedores de tierra existen. La ficción es una dimensión íntima que se puede comprobar a través de un interlocutor; la experiencia de la ficción es emotiva, tanto se desprende de la razón y del cuerpo: ríe pues lo comprende, llora pues es tremendo, horroriza. Algo de ficción sería decir: los pájaros son sirenas que cantan exhaustas la noche. Ficción es decir un objeto absurdo a partir de un concreto, la ficción es una estructura deseable, intencional y adscrita a la reflexión de la imagen: la suya, que ha creado. Pues se puede decir que los enanos montaban mariposas, mientras borrachos, disipaban la tarde en un ajedrez al que ellos eran las piezas.
Ella dijo que los cisnes tienen una lengua para beber la tierra. Después la besé y allí comenzó la máxima ficción, pues ella era un cisne y en un intento desee que yo fuese real.
La ficción desmiembra la lógica, en su intermedio la usa de contexto y le da sabor al diálogo. Ficción es tener un mapa de un laberinto pero estar dentro de ese mapa. Su horizonte: ser emotivo, conseguir una expresión, compartir un juego. Hacer reencarnar y reaccionar la fuga de la realidad en la misma realidad; sonreír y saber que la ficción tuvo dos pasos: la imagen de su inexistencia y el juicio del oyente para componer un tercero: la existencia de un producto a través de su irrealidad, es decir, la ficción crea, y lo creado existe. Por otra parte, la sonrisa lo comprueba al sabor de la reacción del oyente, pues te dice, te murmura: loco, estás loco. Loco lindo; pues la ficción ha provocado algo real que es una emoción. Pero el sentimiento es ficción del sentir, pero el amor es producto de una alusión, y esto lo hace real.
Después un cisne me murmura algo raro. Yo le respondo que entre nosotros hay amor. Y parece que yo solo hablo ficción.
Había oído que los cisnes tienen una lengua para beber la tierra. Ella me dijo que lo nuestro terminó; pero no, lo nuestro fue ficción. Ella fue un cisne y hoy es real. Yo sólo soy un espía que bebe la tierra.
Había oído que los cisnes tienen una lengua para beberla tierra. Pero la tierra es aire en ficción.