miércoles, 21 de enero de 2009

El peluquín


De la nueva vieja que añoro por sublevaciones de la vanidad. Al parecer mi rostro ha tomado una modificación: mí alabado cabello. Si bien no vengo a maldecir, ni vengo a componer los estragos con una buena concesión de mrd a mi escuela. Pero si vengo a quejarme con mis oyentes fantasmales.


Inútil movimiento de mi suerte fue el perder mi lazo. He cambiado de peluquín, faceta inmaculada de mí querer. ¿Qué hacer ante la propuesta de los obsequios con que estas acciones golpean…?


Pensamientos que subyugan mi querer. De críticas y demoliciones verbales soy preso, más que preso, soy la pugna burla de la tristeza, de ese infeliz mensaje inscrito en la tradición de lo que era. Me lleva a pensar, mediatamente en la controversia del primer catalogo de nuestra persona. Me denomino preso de ese malestar, no lo escondo, y no lo puedo evitar. Ese malestar que contiene a la mayoría de nuestros contundentes. Tal descripción es el indigno terror estético.


Así es escupitajos de infeliz suerte a odio, me digno como convencional de la imagen. De esos rastres inolvidables que sacamos del infierno para tratar de legalizarlos al cielo. Del llamar ciego que culmina en la inscripción del prejuicio al ver una imagen. Preludios cantan nuestro sentir, por la erudición soberana de una primera imagen que mengua la posibilidad. Si bien esta consecuencia de instintos es tan barata como su calidad, tal cualidad debe ser el apremio de la naturaleza y de sus marginales aspectos en busca del espectro.


Así es hermanos criticones, dictan de la imagen como del verbo. Sólo son unos malcriados de ganado cuya etiqueta ya esta en nuestro rastro.


¡Y de este peluquín me digo digno! Por que bien soy, como ahora me veo. Un vil pendejo de maneras dolientes, bien que me lo merezco, pero igual vomito al sastrecillo que muy voraz me lo adjudico, el mismo sastrecillo que culmino mi destino a la par conmigo. Se que este sastrecillo esta infinitamente unido a mi. Y le vomito y le beso.


Mil gracias Dios…

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