jueves, 5 de febrero de 2009

El Ermitaño

En séptica austeridad de la sociedad. Como el más suspicaz vanguardista de la soledad, cuya guarda conmemora aniversarios de traición al código que alguna vez reuní y fueron motivo de abolengos de mofa, de represión por normalidad externa de la línea circular que interpreta la oración nocturna de todos.

En los más enfermos dogmas que baten la comunión y destrozan la intención, relacione la pulcritud de mí alrededor como el trauma de su convección a la conmemoración de la mentira; que atribuye el estado antinatural de la voluntad viceversa de sus habitantes. Habitantes que considere con los bien-hechores en busca del equilibrio y de la definición de la generación infantil que asistí en mis sueños, con el crepúsculo de mis pensares al beneficio; que fueron esculpidos en la saliva de su burla y fueron trazados en la máxima jerarquía de mierda imaginable para la condecoración del nuevo loco por magna de su estirpe: sus sueños.

Si bien a un loco no se le juzga por que su voz lo diga; si una persona dice que esta loca, más actúa con el fluido de la nitidez de la organicidad de sus actos a flor de su bienestar, no esta loco, sólo esta imbécil y estúpido. A un loco se le define por sus actos, de las claras consecuencias que originan en la mentalidad de los subjetivos revocables.

Bien se lo que fui, lo que soy y lo que seré. Los problemas que agonizan nuestra existencia de infante regresan con los pendones de enfrenta. Tal batalla por romper el círculo en contra de todos los fantasmas de conspiran por los antecedentes que conjugaron mis derrotas. Sólo sobra la espada y escudo en busca del último signo que el ajedrez ofrece. De esta última batalla me obligo a maximizar el reflejo de mi alma por su beneficio. Y aquí estoy, como un estratega retirado, retando a nadie; más q a mi…

La vida tan frágil mengua en el eclipse máximo de las estrellas, en tal obscuridad, solo destellan los ojos de las ilusiones. En el anterior acto del fin, se asoman los gritos abruptos de los sueños, cuyas imágenes conmocionan a hombres de cera; que agreden con sus gemidos. El circo de los Dioses ha comenzado... ha comenzado en el perpetuo acto posterior del fin.

Hombres de cera, aquí estoy. Sin fin, más que la vida me puede regalar en la sorpresa de la libertad, de las impermeables lágrimas que brotan de mi piel y vuelven mi corazón transparente como el universo…

De sus cadenas ya sufro en el arco, y de su sistema me formo, más del virus; que surgirá después del espacio que suma el tiempo, seré líder de su destrucción. La vieja era triunfara en los ideales estáticos que algún día persiguieron mis antiquísimos hermanos, que recluidos en los secretos de su armadura esotérica, dieron al caballero la espada que traiciono al rey y llevo al dragón al vestigio del amor, que conmemoro el Sol.

Recluido en estos pensamientos, me detengo en un signo ancestral. Antes tan buscado, y ahora tan vomitado por su voluntad al odio. Sólo busco la alucinación que fundamente mi realidad, una pequeña huella que recluya el signo.

Fui proceso de su albergue, de su manto social que cubre las necesidades rastreras de la comunión del cuerpo con la suspensión de la unidad colectiva. Si bien veté la estructura en la medida posible de mi aguardo, por la premisa que esclarecía mi salida. Salida que con puerta directa al infierno, e infierno programado por mi suicidio que mutaba en la vida con acciones corpulentas de mal suerte. La elección no fue fácil, desistir del mundo es la mayor defensiva que un amor puede sostener. Una conlleva de verbos que el medio traga por vencer la anormalidad, un listado de pícaras soberbias; que de la bulla, encarga el mantener.

Hijo de la flor del universo que reside en la cueva de la multitud, un espacio tan solitario y estático; como las mismas controversias hacen entender. Enclaustrado en la silva de las letras, introvertido en el coliseo, seguido por mis sueños que nunca me soltarán, y desmedido en la muerte; me hecho altares que rezan las ancianas al momento de su resurrección, me he hecho agujeros llenos de la muerte y vida que vibran en cada espina, me hecho mercante de las propicios amores que de ayer a hoy no olvido, me hecho rehén de mi duda y he esclavizado la simplicidad de los actos, y si bien me he postrado en su ironía como el más completo voraz de su suspenso… de su olvido, de su rechazo, de sus ojos, de su sonrisa…

Ahora pago con las calamidades de mi fruto, fruto que planté con asco y absorción, y que alimento mi vieja carne de muerto. Ermitaño… ¡¡sí!! Pero ya estoy harto de ser vigía de su puerto y acosar el cariño con la voz perdida. Vigilando con la lámpara que oxida el mirar, voy de nuevo en busca de la fortuna, que brota en la cabeza del colgado, como el néctar de los jugos del fuego. Y el bastón que cubre la tierra, llevará mi oración a ella, y juntos en el mismo sueño, moriremos como la llama de hielo que distingue Dios…

Y si bien, no calla el infierno, lo azotaré con su nombre de cielo, y aunque no parezca mi victoria… Asmodeo sabrá de su derrota, sabrá del ejercicio que monta su espectáculo en cara suya; de los pesares que fui sosegado en esta vida. Y la muta del mundo escuchará la lluvia de relámpagos, donde mares y lagos escribirán la historia, montañas de cuevas subrayarán su nombre en el cielo. Y el Ermitaño…

El ermitaño será vidente a su acto, conocerá la magnitud de sus años, y de sus resultados gozará en la más sublime concordia de su corazón por afín de su rea. Y la sabiduría quedará en la razón del nombre escrito, cuya calma tendrá tinte de infinidad y perfección. Y la llave de los escudos yacerá en la necesidad de su olvido, y el tiempo detendrá su fin, en el acabar del Sol 2012.

Y sólo la desolación del Ermitaño, llamará la verdadera comunión de los individuos, con el tejer del horizonte en sus pupilas. De sus lágrimas sobrevendrán los felinos, que nómadas en su mito, condicionarán al mundo en la obscuridad de su armadura.

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