miércoles, 18 de febrero de 2009

Mutuo desacuerdo

Las decisiones son el abolengo de la tutorialidad del bien o del mal, de la moral descriptiva y de la normatividad dominical de buenos juicios; más que esperar una decisión en la gramática de nuestros amaneceres, nos desarrollamos en los hechos furtivos y destituyentes de las verdaderas decisiones. Como si las premisas de nuestra voluntad recurrieran todo el ego de sus convicciones, así mismo en el misterio de su desarrollo por una de las razones más viles y simbólicas de la vida: el mutuo desacuerdo consigo mismo.

Más que poner moños en las florecientes voluntades presentes, desarrollamos un estereotipo de actos con el fin representado; una quimera sin desarrollo consciente pero objetiva bajo el análisis externo. Tal protocolo de infamias, son guiadas por la facultad del miedo a cagarla; un fugaz reino esperando para burlarse del insolente que violo las reglas de las consecuencias, sin haber estas, acontecido de manera recreativa. Al caer bajo el fortuito y desembocante acto de confusión que se muestra al tomar una decisión, el normativista se arroja en planos revocables a la dimensión de la sociedad; sin llevar sus presentes y recicladas decisiones por la voluntad de su parte vocal y reminiscente a sus primeras tendencias del destino.

Si bien o mal, el destino y junto con el tiempo llevan a realizar las voces pendientes que los fantasmas escriben, todo un cumulo de confesiones por los pecados que no hemos acontecido. Bajo esta vival cognoscitiva, las decisiones bajan en el recuadro abismal de los entes complementarios; una jaula recurrente de finitos en los infinitos. Y bajo esta peyorativa de la facultad adquisitiva, los monumentales actos que conforman nuestra vida se tornan como pericias suspicaces e irónicas, capaces de formar la revolución de la rebelión con el yo.

Entre tomar una vertiente que enumere la causa y comprobación de la toma de decisiones, tomo la determinación de alojar en los residuos de la masa negra, la facultad de integrar complementariamente la inseguridad y a la vez la seguridad de nuestra voluntad fortuita. Más que la masa negra, un esquema de raíces amplias que Dios plasmó en distintos casos, bajo el paraíso infausto, bajo la gama estereotipada, entre la mano del velo, o en algunos casos; bajo este insolente paraíso negro que cubre mi cielo e infierno.

Pero entre la agitada demacración del estatismo, describo a los gitanos que llevamos una vida renombrada bajo los recitales que vigilan los secretos: Mi secuencia, como el Ermitaño de las letras, es la formalidad del destierro de la probabilidad radical por tomar la libre interpretación de la muerte atreves de la vida. Esto, hermanos de tragan mierda encapsulada, es tener la decisión de no tener decisión para poder abordar la voluntad. La voluntad quimérica…

Bajo este enfoque desembarco la causa del sorteo celestial entre Dios y su no-Dios (Mefistófeles), en esta baja y sucia lámpara del destino, que recrearon para el Ermitaño de las letras en este paraíso negro que grita por ella y soy esclavo de este mutuo desacuerdo.

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