Esa última devoción de vencerse, de caer, de columpiarse entre el vacío que crece entre los ojos, entre la piedra rota, la caliza, la que tiene plumas de fuego y escribe tu nombre en el viento; puedes pronunciar tu nombre a mitad de la noche, entre el rito de la luna cuando yace más en los ojos. Te llamas como el aliento, cuando su aliento te comprueba, no titubea, y te dice que existes.
Creo en ese monte, último y cavado hacia la profundidad de la mística, en ese buque de velas cantando hacia el mar, brear del poeta, en el cielo y en el suelo, en los pies mojados que sacuden las alas, miradas cerciorando el paso por el infierno. Creo encontrar tu mirada, lasciva, sacudiendo todo el cuerpo, encontrando pasillos entre mi alma, le gime y dice que existo, que el sueño es más real entre menos lo recuerdas, que mis ojos miden ausencias de latidos (siempre, sus últimos latidos cuando te dicen te quiero, esos latidos, magnitud de soledad entre el amor y el existir), que la cama es el lugar de llamas, de penetrar la ausencia con la voz seca, con esa conciencia inerte que redondea pensamientos. Creo en las metáforas, en su sinestesia y su flujo por tus labios, cuando los cierras y pronuncias mi nombre; mi nombre sólo es el sonido de algún máximo instrumento, que habla entre silencios y me lo dices tú. Creo en el oleaje del desierto, en mares secos cuando las sirenas y cangrejos han nacido dentro de las espinas del sol, rayo que punza, esquina que borda nuestra piel con incienso, el humo, nuestra alma.
Creo en Dios, más el Diablo me dice un secreto: Yo también creo en Él, nadie como yo; el juego son dados hechos de ojos, picos del vapor de los astros, yo creo en Él y en su vencimiento. Después creo en el Diablo, ese cabrón sí existe, he sentido su aliento, su rumor, sus palabras cuando me dice murmullos de fuego, así escribo las llamas; a veces se para a sonreír y platicamos un poco, jugamos a ver la noche pero todo pasa en un segundo, el cabrón hace trampa, lo siento, es un trineo con ruedas de realidades que giran sobre el corazón, ese amuleto de cuarzo que palpita de colores del cielo. Yo creo en el Diablo, a veces me da miedo, creo que soy yo jugando a besar a dios, apostar con las manos atadas por el vuelo, su engaño me dice que es verdad, pero me quedo en silencio, sentado, dejando que se vaya, que se canse al verme chingado, al verme creyendo que hay esperanza.
Yo creo en Dios y en el Diablo, pero luego creo en mí. En poner los labios a flotar y darte un beso, es ser un felino ensalivando la eternidad al dejar caer en ti palabras, titubeos entre el corazón que se revuelve, se hace alma y se columpia entre tu falda, en dejar puesta la noche sobre la rara brújula de tu cuerpo, en ir por él, sin caminos, buscarlo y acercarme más para que te escondas, ahuyentes el cuerpo y entregues más el alma, para fumar ese humo que vuela de tus pies cuando te bañas, quedarme en tus ojos sangrando como la fe dando espumarajos en el vacíos. Te diré que eres bonita, que las letras son sólo renglones que convierte la fantasía en relojes que miden el genio, que la noche se hace más chica cuando vemos más tiempo la luna, que la luna tiene sombras por la cual se cubre el fuego, que el fuego nació de nuestros cuerpos, yerbas que algún día crecieron en el erotismo de prenderse cera por los ojos, desbordar al corazón por el deseo, el deseo que te hace morir más lento, entre reptiles que nacieron del vientre como el aire que cantan los peces; que eres bonita, simplemente bonita y eso a mí me encanta.
Yo sé que tú crees en mí. Como cuando hay silencio, crees en mí.
lunes, 20 de junio de 2011
sábado, 7 de mayo de 2011
Descorchando bragas
Llegan los mismo pinches días, los mierdas y los cabrones en los que te pudres; es como si tu mierda se quedará atorada y va cagando otras mierditas pero más olorosas. Luego llegas a casa; te preguntas qué chingada madre vas hacer si sigues este ritmo que lingüistas de mierda que se creen intelectuales y críticos de culos te llaman snoob sin que tengas más de tres varos en la bolsa. Quizá lo que intentaban decirte es que eres un pendejo de mierda que caga mierdas por su propia mierda; pero incluso estando cagando nadie piensa en su mierda que han dejado, ni le ponen ojos y boquita y le dan un beso. La mierda estorba, es soberbia, nos ve desde abajo pero no se resigna a que quedarse allí y nos persigue en cada uno de los momentos de mierda.
Así llegan los pinches días, estando sentado en la misma habitación cuando deberías estar descorchando bragas y desnudando mujeres para pasarle los ojos por los oído y bajar al hueco por dónde quizá, hace unas horas, se asomaba un buen pedazo de mierda a sonreírle y decirle: ¡Qué pedo mi reina! y a través de ese encanto, sabría ella que es una cargadita primero antes de ser la Diosa que ahora es: desnuda y con el escote más sensual que en el instante te pudiste agarrar.
Pero no, en cambio estás aquí sentado. Frente a un escritorio hecho mierda, que apesta más que la mierda porque tú estás sentado; preguntando por qué carajo no te pones a estudiar y finges que ir a pedas y tomarte fotos te hace bien y cabronadamente feliz; porque no finges que te gusta la T.V y buscar actorcitos para chuparles los dedos, fingir que eres un chingón, fingir que eres moral y no le ves las nalgas a las viejas y a las abuelitas, fingir que no finges, fingir que eres feliz y es un anhelo natural del ser joder a otros weyes y no pensar que está mal, fingir que eres líder y te cagas los calzones por los pedos de los firjoles, fingir que no comiste frijoles porque no es cool, fingir que no eres un chaca que no habla mal, fingir que tienes una ortografía bien chingona que ni el pinche Dios en el que llamas cuando te va a llevar la chingada te la mama en tu ortografía, fingir que el té te hace bien y por eso lo chupas mientras mueves el atole con el dedo, fingir que tu wey es buen pedo, guapo y es interesante porque no había otro en ese momento que tus piernas buscaban temblar con algo dentro, fingir que olvidas, fingir que existes, fingir que sueñas y eres locohon, fingir que eres social, fingir que a ti no te apesta el culo cuando cagas mierda, fingir que hace diez minutos cuando tapaste el baño con tu mierda no eres tú el que cagabas, fingir que tú no cagas, fingir que tú no comes, fingir que hablar de mierda es de mal gusto, fingir que eres culto por haber leído Harry el metedor de varitas en rajitas VIII, fingir que no eres mierda cuando cagas a otro wey, fingir que eres, que eres tú.
Así vienen los días: a deteriorar las noches. Quizá finja que se puede existir sin fingir.
Así llegan los pinches días, estando sentado en la misma habitación cuando deberías estar descorchando bragas y desnudando mujeres para pasarle los ojos por los oído y bajar al hueco por dónde quizá, hace unas horas, se asomaba un buen pedazo de mierda a sonreírle y decirle: ¡Qué pedo mi reina! y a través de ese encanto, sabría ella que es una cargadita primero antes de ser la Diosa que ahora es: desnuda y con el escote más sensual que en el instante te pudiste agarrar.
Pero no, en cambio estás aquí sentado. Frente a un escritorio hecho mierda, que apesta más que la mierda porque tú estás sentado; preguntando por qué carajo no te pones a estudiar y finges que ir a pedas y tomarte fotos te hace bien y cabronadamente feliz; porque no finges que te gusta la T.V y buscar actorcitos para chuparles los dedos, fingir que eres un chingón, fingir que eres moral y no le ves las nalgas a las viejas y a las abuelitas, fingir que no finges, fingir que eres feliz y es un anhelo natural del ser joder a otros weyes y no pensar que está mal, fingir que eres líder y te cagas los calzones por los pedos de los firjoles, fingir que no comiste frijoles porque no es cool, fingir que no eres un chaca que no habla mal, fingir que tienes una ortografía bien chingona que ni el pinche Dios en el que llamas cuando te va a llevar la chingada te la mama en tu ortografía, fingir que el té te hace bien y por eso lo chupas mientras mueves el atole con el dedo, fingir que tu wey es buen pedo, guapo y es interesante porque no había otro en ese momento que tus piernas buscaban temblar con algo dentro, fingir que olvidas, fingir que existes, fingir que sueñas y eres locohon, fingir que eres social, fingir que a ti no te apesta el culo cuando cagas mierda, fingir que hace diez minutos cuando tapaste el baño con tu mierda no eres tú el que cagabas, fingir que tú no cagas, fingir que tú no comes, fingir que hablar de mierda es de mal gusto, fingir que eres culto por haber leído Harry el metedor de varitas en rajitas VIII, fingir que no eres mierda cuando cagas a otro wey, fingir que eres, que eres tú.
Así vienen los días: a deteriorar las noches. Quizá finja que se puede existir sin fingir.
domingo, 17 de octubre de 2010
Ataúd al azul
Llegan los años por abatir el ataúd, ataúd que se mezcla y cae sobre el colchón, ataúd al que llamas cama y al que te dice secretos y conoce tus sueños, tus deseos que quedan clavados sobre la almohada que noche a matinal te los recuerda; día a día, pesa y no lo dejas (no se puede abandonar), y allí está, tan paciente; le crecen raíces desde su tímida elevación que vienen a tener su génesis en la fantasía, en el caos, en un eco distorsionado, en un castigo rutinario del que no se puede acabar de saber cuándo comenzó a ser un verdugo, cuándo comenzó a cavar tras tus orejas esa cripta que se va llenando de tu cuerpo poco a poco, se va ajustando a tu silueta, a tu desencadenante cuerpo; y tus pasiones nada sientes. Nada sentirán, ¿quién, por todas las infinitas mentes, tendrá en cuenta que has pasado allí?; pensativo, furtivo, con el corazón helado mientras lo escuchas latir (sus latidos te murmuran una canción que entrerima con la muerte), allí, en el lecho que te cobija, al que amas, al que noche lo buscas para estar solo; porque allí es dónde te confiesas y lloras, lloras por no tener lágrimas y más por no tener a quién dárselas; ese es el abatimiento del ataúd: gritar con la única esperanza que las cuerdas vocales exploten y te sangre la garganta; y de ese brote mire los tristes llanos de la cotidianidad; estaré solo hoy y siempre.
Es lo pesado, lo que no acaba. El sarcófago, por más adornado que esté de palabras y de elegías siempre es pedazo de ahora: de madera que alimenta gusanos; los arrastra sobre tus ojos, sobre los que tuvieron sueños y vieron la esperanza de estos a través de ellos; de los perdidos y locos, pero ahora estás solo, solo, solo. Ni ganas de llorar tienes. Así es todo, puedes continuarlo y de algo servirá; pero no puedes, lo intentas y miras, pero no puedes. Acabo el día y la noche y tú aún pensado sobre ti mismo, de cómo te vas pudriendo tan lentamente que ni el olor hondo que penetra por tus músculos los absorbes; ni la luna canta ni las estrellas vuelan, sólo los sueños quedan solos, abandonados en la tempestad del ser que transita un sendero frágil, al que nunca se encuentran con la alegría de la comprensión. Todo se diluye, desaparece en el momento que amas.
Aquí se arma esta última grave promesa, la que busca y queda sola en los tejidos del universo; observa su inmensidad, suspira, se tira al vacío de la noche. Abre los ojos de nuevo, y la noche le prende llamas a su aurora; sólo así se puede de deslumbrar, esa luz que nos susurra a los ojos: que sí hay, que sí existe.
Y escribes, y te sorprende: es malo. El texto no te convence. Sonríes, no todo ha acabado… si es tan rebuscado e inorgánico es porque no va dedicado a alguien; lo escribiste a través de la nada. Por eso hay esperanza, por que cuando escribes no lo piensas, sólo lo sientes y por allí va la inspiración natural de tus egos, los que intentan allanar unos besos para transcribirlos entre versos; esos, que queden eternos en la silueta de laberinto y sueños; porque los otros textos no son tan secos, tan descriptivos, tan objetivos, sin alegorías y sin penas, por eso sonríes; estás vivo. Quizá si te recuestas tras la noche en ese ataúd, pero lo haces lo más cómodo posible, para que no te espante los sueños, para que no postergues y no dudes. Escribes, sí; ¿qué importa si a muchos no les gusta…? Si estás solo, sólo son por ti para quién subas y quemes un coliseo; y en un reflejo, veas esa mirada, esos ojos; quizás ariscos para otros, pero de colores infinitos para los tuyos. He allí que abunda y se quiebra el ataúd; para compartir su silueta a través de sentimientos.
Tras esta noche, sólo quiero; entre mis reflejos y mis sueños, verte a ti: sin que hables (adoro tu voz, pero entiende que el silencio tiembla más en el corazón), tu mirada puesta y fría con tu corazón latiendo; sólo sentirte con una imagen, una mas que reine toda esta noche.
Es lo pesado, lo que no acaba. El sarcófago, por más adornado que esté de palabras y de elegías siempre es pedazo de ahora: de madera que alimenta gusanos; los arrastra sobre tus ojos, sobre los que tuvieron sueños y vieron la esperanza de estos a través de ellos; de los perdidos y locos, pero ahora estás solo, solo, solo. Ni ganas de llorar tienes. Así es todo, puedes continuarlo y de algo servirá; pero no puedes, lo intentas y miras, pero no puedes. Acabo el día y la noche y tú aún pensado sobre ti mismo, de cómo te vas pudriendo tan lentamente que ni el olor hondo que penetra por tus músculos los absorbes; ni la luna canta ni las estrellas vuelan, sólo los sueños quedan solos, abandonados en la tempestad del ser que transita un sendero frágil, al que nunca se encuentran con la alegría de la comprensión. Todo se diluye, desaparece en el momento que amas.
Aquí se arma esta última grave promesa, la que busca y queda sola en los tejidos del universo; observa su inmensidad, suspira, se tira al vacío de la noche. Abre los ojos de nuevo, y la noche le prende llamas a su aurora; sólo así se puede de deslumbrar, esa luz que nos susurra a los ojos: que sí hay, que sí existe.
Y escribes, y te sorprende: es malo. El texto no te convence. Sonríes, no todo ha acabado… si es tan rebuscado e inorgánico es porque no va dedicado a alguien; lo escribiste a través de la nada. Por eso hay esperanza, por que cuando escribes no lo piensas, sólo lo sientes y por allí va la inspiración natural de tus egos, los que intentan allanar unos besos para transcribirlos entre versos; esos, que queden eternos en la silueta de laberinto y sueños; porque los otros textos no son tan secos, tan descriptivos, tan objetivos, sin alegorías y sin penas, por eso sonríes; estás vivo. Quizá si te recuestas tras la noche en ese ataúd, pero lo haces lo más cómodo posible, para que no te espante los sueños, para que no postergues y no dudes. Escribes, sí; ¿qué importa si a muchos no les gusta…? Si estás solo, sólo son por ti para quién subas y quemes un coliseo; y en un reflejo, veas esa mirada, esos ojos; quizás ariscos para otros, pero de colores infinitos para los tuyos. He allí que abunda y se quiebra el ataúd; para compartir su silueta a través de sentimientos.
Tras esta noche, sólo quiero; entre mis reflejos y mis sueños, verte a ti: sin que hables (adoro tu voz, pero entiende que el silencio tiembla más en el corazón), tu mirada puesta y fría con tu corazón latiendo; sólo sentirte con una imagen, una mas que reine toda esta noche.
miércoles, 29 de septiembre de 2010
Las otras lllamas
No sé cuándo, pero hasta hoy vengo cargando un imán que no repele la mala causa, la atrae y se pega a ella con ondas ajenas a existir en cualquier otra circunstancia, pero que en mi caso aparecen diariamente, camufladas por la suerte a palpar entre actos la sustancia desecha que mira la fortuna en extremos no tan dóciles para llevar una vida congruente.
Eso es, mi vida es una serie de sucesos no reales que frecuentan aparecer al germen de mis decisiones, esporádicas y ficticias que claman por ser otras cuando son aquéllas. No sé la causa de éstas, pero mi piel tiembla, ríe tras pasar la mañana, y gotas de agua fría flotan sobre su textura llamando las brasas de otro cuerpo, otro cuerpo que no es aquél o éste sino su piel castaña en singular, la que flota y merodea al apagarse la noche sobre la luna y las maldiciones cotidianas, el cuerpo es aquel, lejos del que tengo, él que me pertenece sólo cuando está solo.
Así las últimas cenizas bregan en un fuego aparte, solemne, que podría extinguir un corazón a un suspiro que lleve al viento a provocar un tornado extinto desde hace años por el sentimiento bandido y compuesto de otros matices, reinantes de contradecir los cielos e ingerir ósculos por dragones, dragones en el aliento voraz que se extiende en su aliento de besos, aura de labios mojados, grietas húmedas que susurran en su niebla la felicidad y sus ariscas formas que rodean mi mente.
Clemente a otras, afrodisiaco a ellas, pero sólo rendido a pensar por otra a la que ahora siento. Es así como emana de alguien la inspiración, con ganas de chingar y contradecir sus sentimientos por intentar extenuarlos en sofocaciones del alma.
Las bocinas truenan, se dan mordiscos raquíticos, se erogan en portales que levan por tirar del sonido un grito, escucho y me miro, horror puesto y agitado, allí, dónde perdí mis pasos por oler el culo de tus huellas. Tu cuerpo de sal empuja de tus labios las llamas, hielo artificial del mar que me hunde, me hunde y asfixia, me defiendo, pero mis besos no llegan, los detienes, los lastimas, los transformas para dárselos a otros, les dices que son originales, tuyos, pero lo sabes y te divierte, tu boca llena de gusanos invisibles que le dan cosquillas a tu risa, tus gusanos que les vomitas a otros cuando sonríes , y en su espumarajo te envuelves, te divierte, te fascina complacerte atrayendo lo peor unido a tu temor, eso es para ti el amor.
Las otras llamas que prenden la muerte, la muerte colgando de un suspiro que se lanza desde el infierno para intentar alcanzar el cielo, ¿es tan malo eso? Parece que sí, mis últimas chispas calcinaron las estrellas, desistieron en una minuciosa mirada preñada de confusión por caer en ti, por caer en tus gusanos y besos, por alternar tus deseos y sumarle egos, por tirar noches; noches sin consuelo que beben y se machucan de tu cuerpo, alas sin espejos que se le han caído los sueños. Las otras llamas que se deslizan en el silencio, arden, arden solas y se sofocan de su fuego, lágrimas de hielo que queman el infierno. Son las mías, las que lloras, cuando desecha tienes los ojos en las otras llamas, llamas a otras llamas.
Tengo hambre y sólo me he comido tus sueños, por eso la tengo, por haber mordisqueado tu cuello, por eso me enferme de mi pancita, por haber tragado mierda.
Eso es, mi vida es una serie de sucesos no reales que frecuentan aparecer al germen de mis decisiones, esporádicas y ficticias que claman por ser otras cuando son aquéllas. No sé la causa de éstas, pero mi piel tiembla, ríe tras pasar la mañana, y gotas de agua fría flotan sobre su textura llamando las brasas de otro cuerpo, otro cuerpo que no es aquél o éste sino su piel castaña en singular, la que flota y merodea al apagarse la noche sobre la luna y las maldiciones cotidianas, el cuerpo es aquel, lejos del que tengo, él que me pertenece sólo cuando está solo.
Así las últimas cenizas bregan en un fuego aparte, solemne, que podría extinguir un corazón a un suspiro que lleve al viento a provocar un tornado extinto desde hace años por el sentimiento bandido y compuesto de otros matices, reinantes de contradecir los cielos e ingerir ósculos por dragones, dragones en el aliento voraz que se extiende en su aliento de besos, aura de labios mojados, grietas húmedas que susurran en su niebla la felicidad y sus ariscas formas que rodean mi mente.
Clemente a otras, afrodisiaco a ellas, pero sólo rendido a pensar por otra a la que ahora siento. Es así como emana de alguien la inspiración, con ganas de chingar y contradecir sus sentimientos por intentar extenuarlos en sofocaciones del alma.
Las bocinas truenan, se dan mordiscos raquíticos, se erogan en portales que levan por tirar del sonido un grito, escucho y me miro, horror puesto y agitado, allí, dónde perdí mis pasos por oler el culo de tus huellas. Tu cuerpo de sal empuja de tus labios las llamas, hielo artificial del mar que me hunde, me hunde y asfixia, me defiendo, pero mis besos no llegan, los detienes, los lastimas, los transformas para dárselos a otros, les dices que son originales, tuyos, pero lo sabes y te divierte, tu boca llena de gusanos invisibles que le dan cosquillas a tu risa, tus gusanos que les vomitas a otros cuando sonríes , y en su espumarajo te envuelves, te divierte, te fascina complacerte atrayendo lo peor unido a tu temor, eso es para ti el amor.
Las otras llamas que prenden la muerte, la muerte colgando de un suspiro que se lanza desde el infierno para intentar alcanzar el cielo, ¿es tan malo eso? Parece que sí, mis últimas chispas calcinaron las estrellas, desistieron en una minuciosa mirada preñada de confusión por caer en ti, por caer en tus gusanos y besos, por alternar tus deseos y sumarle egos, por tirar noches; noches sin consuelo que beben y se machucan de tu cuerpo, alas sin espejos que se le han caído los sueños. Las otras llamas que se deslizan en el silencio, arden, arden solas y se sofocan de su fuego, lágrimas de hielo que queman el infierno. Son las mías, las que lloras, cuando desecha tienes los ojos en las otras llamas, llamas a otras llamas.
Tengo hambre y sólo me he comido tus sueños, por eso la tengo, por haber mordisqueado tu cuello, por eso me enferme de mi pancita, por haber tragado mierda.
martes, 10 de agosto de 2010
Confer

Escribir por escribir. Vivir por vivir. Morir por morir. Escribir viviendo a morir. Vivir muriendo a escribir. Morir escribiendo a vivir.
Del estío al estío, la fecha siempre llega. Un puntal agudo que vive desde las primeras horas de la noche hasta que otra nueva luna asesine el estruendo. Un día, un día, es sólo un día, normal y pálido; especial y magnético. Es el día que viste de eternidad con un suspiro de mi cielo. Es mar, es suelo, es aire y tierra. Es yo, es otro. Es allá, es ahora. Es una fecha, y es vano. Es todo recuerdo, y todo olvido. Es el silencio contando una historia, leyenda de un misántropo con auras de paladear el infinito, de probar algo grande y vivir ese momento. Es hoy, diez de agosto.
Nací, moriré. La última palabra me gusta más que la primera, pero la primera me da menos miedo que la segunda; y la nada se alimenta de este abismo. Limen de hoy, limen que sólo recordaran menos de los que me estiman al día de hoy. Hoy nací desde hace veinte suaves giros que mantienen el universo flotando, hace veinte sueños que vivo alucinando conmigo mismo, con mis egos y acariciando el de otros.
Las mañanas se desnudan, las noches se murmuran. El día brilla más cuando comienza la noche, la noche luce los lienzos más profundos cuando comienza a llegar el día. Y se desvanece el tiempo en la belleza que se desliza en lo más vano y absurdo, en delimitar espacio para que naveguen los segundos a las 21:30pm, la última mirada del año, el refugio que se escapa de las manos.
Veinte años con el único dueño que carecen. Y el estruendo se engancha. Ya han pasado veinte años como pasó el primero, como también pasaron cinco, luego diez se convirtieron en doce, profundamente se aceleraron los días y me fui hasta los quince, pronuncié hermosas estrellas al inhalarlas a los dieciséis, las exhale a los diecisiete cómo manías desechas y apagadas a partir de los dieciocho para incorporar miedo de represarías a los diecinueve. Todo parece tan lejano, hasta las mismas cosas que me prometí no olvidar y ahora no las encuentro. Un letargo que pasa sobre la conciencia, de ahí duele ser más añejo; de pasar el infierno despierto con los ojos ciegos y al final fingir que no observaste. Si han pasado ya veinte años, ¿qué tan rápido llegarán los veinticinco con pinta de treinta, los cuarenta con risa de cincuenta, los sesenta con ironía de que te llamen anciano si aún no sabes cómo es que han pasado sesenta años y sólo has visto menos de cinco años que te recuerden lo vano de otros diez, que a su vez éstos te rescaten memorias de hace 20, y los otros veinticinco sólo te prometen t te gritan al oído que ya tienes sesenta años.
Ese el problema que me llama y me susurra cuentos en las noches, que me besa entre las piernas como una golfa piromaníaca que se enciende los senos. Lo duro es tener veinte, golpear las pestañas del mar, observar el cielo, pasar unos giros sobre el suelo, bailar en el infierno, soplarle las velitas al amor, y en menos tiempo que esto, quisiera ya tener los sesenta años que dije porque ya tendría ochenta y la muerte contándome chistes y echando un masaje que se siente como si apenas tuviera la sensación de mis ósculos de los trece años, del amor de los dieciséis, de todas las cosas criminales y caóticas de los diecisiete. Todas las profundidades en algo nuevo.
Cumplo veinte sin refugio, no importa la edad. El tiempo fluye y no lo culpo, la vida mueve el péndulo de los segundos que me faltan con gran afán. Eso es lo duro. Duele más vivir que morir, ir y tal vez desaparecer del sueño de vivir; no vivir más cuando el tiempo se nos hace menos, eso es lo cabrón y ojete de la sabiduría. Tener que dejar el puto infierno…
Al final el infierno convence con sus atracciones, es más deliberado y hedónico; más divertido. Si Dante lo hubiera visitado sin mas que resistirlo, hubiera sido encantado con el sin número de Beatrices colmadas ahí dentro, desnudas de mente y vestido; listas para jugar con su amigo “El Coqueto” xD , sólo que en ese momento se lo sube la redención a la eternidad y se chupa el pecado todas las noches, oferta no tan mala pero de duro crédito; porque sí, es eterno y ahí procura seducir el infierno. Pero Alighieri decidió el amor, ahí está lo intenso, lo intrínseco, lo ontológico, la última locura de creer para ver si te lleva la chingada, es decir, el paraíso.
Ir al infierno para que después te lleve la chingada es la única salvación, solo que mí fe está bien puesta en el pedestal más puro y doloroso: Amor. Es difícil mirar el semblante con el que llega Mefisto a mi cuarto y no pensar esto: Éste cabrón sí está más jodido que yo. ¿Pero quién puede insultar al modelo más perfecto y, con carne de literatura, mejor descrito como el símbolo viril más bello? Es lo duro de el miedo, pensar que ya estas jodido. Jodido porqué te claven por tus sentimientos escondidos y temperamentales a seguir los ideales, a tener miedo de lo que crees sí es malo por ser distinto y engancharse a ello.
Pero ese es un pensamiento sólo verdadero, en mi realidad no hay tanto espasmo mas que por un tratado inexpugnable que es el paso de los años sin el gozo de ellos. Carpe Diem parece una maldición a la que ya no me puedo pegar y cumplirla. Mi ornamenta la perdí por un no sé por qué, mi armadura ya no brilla y desde hace rato pienso en hundirme en aguas pantanosas para ver si puedo renacer.
Nunca pensé cruzar el abismo que ahora paso, el umbral que pedalea y se sujeta a la gravedad del origen y fin, pienso que el Leteo me salva, pero no aguanto mis pensamientos. Si en verdad la quisiera de vuelta ya la hubiera dejado de amar, pero al final no me convence la idea; me gusta conocerla en el recuerdo que tengo de ella. Aún así, llegué cabalgando por un empuje de adrenalina, por un vértigo incontenible que traigo entre el pecho y palpita cada segundo bajo percusiones que admiro por su belleza. EL corazón en un Leo, es realmente lo único que se puede llevar puesto al tener que huir.
Mi refugio es un prisma con símbolos de difícil aprensión para un extraño: Son letras, son sueños, son egos, son años, son suspiros, son susurros, son sentimientos, son pensamientos, son sensaciones, son mares, son cielos, son infiernos, son dioses, son demonios, son piratas, son creadores, son bandidos, son ídolos, son héroes, son satisfacciones, son amaneceres, son lunas, son autos, son poemas, son noches, son gatos, son felinos, son peces, son Nicolás, son reyes magos, son maricas jodidos, son kilómetros, son carreras, son velocidad, son murmuro, son silencio, son flores, son insectos, son hot cakes, son mujeres, son libros, son relámpagos, sensaciones, son música, son amigo, son Rebeco, son padres, son escuela de mierda con pinta de prisión, son café, son onironauta, son besos, son navegar, son estrellas, son universos, son estelas, son costas, son ciudad, son ejercicio, son perfección, son obsesiones, son ilusiones, son enfermedades, son alucinaciones, son triunfos, son lágrimas, son reflexiones, son espejos, son ver, son pasear, son calle, son billar, son gimnasio, son autódromo, son un valle, son suelo, son paraíso, son ella, son nadie, son todo, son tiempo, son espacio, son matemáticas, son literatura, son páginas, son tumbas, son imaginación, son inspiración, son dragones, son leones, son canciones, son Beethoven, son agua, son tierra, son aire, son fuego, son destino, son odio, son melancolía, son desolación, son depresión, son fatalismo, son nostalgia, son recuerdos, son olvido, son alegría, son felicidad, son corazón, son palpitar, son anhelo, son deseo, son astrología, son tarot, son videojuegos, son vida, son muerte, son amor.
Al presagio de vivir, sólo queda vivir. Las llamas se extienden hasta escribir, y sólo los años pasan para no morir. Veinte años, ayer y mañana, ahora. Veinte suspiros arcanos, veinte sueños al vivir, escribir y morir que los relámpagos bajan en la fertilidad del sueño.
lunes, 9 de agosto de 2010
Póstumo desvanecer
Desistir por postergar, inundar por nadar. Suelo y cielo renacen y redoblan el tiempo, persiguen una distancia constante que sea agita y se expande; día de pronunciar contradicciones diáfanas por un vacío al abismo de un limen enjaulado en límites de intervalos del umbral.
He aquí, mi aura que baja y se desespera. Estoy enfermo y la fiebre me lleva a alucinar tribulaciones incoherentes que riman con las estrellas, las mismas estelas que se rompen en el silencio cuando se bregan tras un reflejo bermejo, pronunciando asteroides y palabras sobre las retinas de incluir todo en nada: Amor.
La sábana se extiende, me cubre en un infierno que me ahoga, es eterno el momento y pasa tan rápido que es difícil decir que es lento; porque así me voy quemando bajo este minucioso universo cubierto de inquirentes oniraciones clasificadas sólo para la teología… cubierto siempre con cenizas que atacan yugulares, que bajan sobre mi garganta y me hacen estornudar como un grado melancólico de elipses y turbulentas obsesiones.
He descantado el portal de la magia para vencer en la mística. Premonitorio al hedonismo, hay un Buda comiendo hamburguesas en McDonald’s, y un Mahoma echando suelo entre prostíbulos del vaticano; de mis ojos nace una sonrisa, se observa por el cielo como un relámpago de desdicha al que le caiga. Orfandad y un gesto gaseoso tras pasar una hora en cada minuto que no puedo dormir. Comienzo a blasfemar, comienzo a profetizar… Ven aquí, dulce aire puro de melancólicas pupilas, quiero que me beses con tu boca de injurias profanas y herejes.
Me gusta el mar, me gusta el cielo, me gusta atravesarlos diario bajo sedantes que aún no se descubren por el ingenio de toxinas nubladas. Me gusta trepar tu castillo de arena para que se caiga y me mee sobre él. Me gusta observar y me gusta hacer cosas que se prohíben al pasar.
Y en una costa de turbulentas olas, viene un velero nadando con anclas clavadas hasta el núcleo de tus sesos, de colores viene, con sus velas volando en el cielo. Sólo déjame naufragar en tu cuerpo, en tus sentimientos que se susurran todos los ídolos marcados como Dioses.
Legiones que vibran, vibran en gitano. De ver estrellas tengo ojos en el paraíso, un ritual menos que se descompone con las siluetas que bailan en la ceguera, un estruendo que sólo escuchan los tímpanos marciales que provienen del centro del infierno; porque aún queda levantar la última legión en esta guerra: la de los vencidos. La nuestra, la que tenemos que ver diario y nos pegamos a ella, la que tiene marcada un orgullo por haber sido desterrado y clavados por nuestros sentimientos. Y es aquí, territorio dónde todo axioma nuestro es un real equívoco, es aquí el pulir la sangre con cada versículo, con cada testículo que aún tenga huevos. LA hora se acerca, la hora se pierde en nuestras miradas como una silueta pálida, melancólica y orgiástica. Ven ahora a mi destierro, ven a ver cómo tiemblo por agarrar una lanza y arrojarla al cielo, ver como se derrite y emergen estelas que caigan sobre tus ojos. Porqué la última guerra es por amor, lo sabes…
En el incienso se acobijan los amuletos, se carga de manías las voces de las próximas sinfonías, aquéllas que vibran entre nuestras fantasías, esas que otros piensan como crímenes y nosotros soñamos en evaporaciones liquidas porque sólo están hechas de nuestros corazones. De ideales vivimos en la última legión, la que está en el infierno, en la que clamo por mis sueños.
He aquí, mi aura que baja y se desespera. Estoy enfermo y la fiebre me lleva a alucinar tribulaciones incoherentes que riman con las estrellas, las mismas estelas que se rompen en el silencio cuando se bregan tras un reflejo bermejo, pronunciando asteroides y palabras sobre las retinas de incluir todo en nada: Amor.
La sábana se extiende, me cubre en un infierno que me ahoga, es eterno el momento y pasa tan rápido que es difícil decir que es lento; porque así me voy quemando bajo este minucioso universo cubierto de inquirentes oniraciones clasificadas sólo para la teología… cubierto siempre con cenizas que atacan yugulares, que bajan sobre mi garganta y me hacen estornudar como un grado melancólico de elipses y turbulentas obsesiones.
He descantado el portal de la magia para vencer en la mística. Premonitorio al hedonismo, hay un Buda comiendo hamburguesas en McDonald’s, y un Mahoma echando suelo entre prostíbulos del vaticano; de mis ojos nace una sonrisa, se observa por el cielo como un relámpago de desdicha al que le caiga. Orfandad y un gesto gaseoso tras pasar una hora en cada minuto que no puedo dormir. Comienzo a blasfemar, comienzo a profetizar… Ven aquí, dulce aire puro de melancólicas pupilas, quiero que me beses con tu boca de injurias profanas y herejes.
Me gusta el mar, me gusta el cielo, me gusta atravesarlos diario bajo sedantes que aún no se descubren por el ingenio de toxinas nubladas. Me gusta trepar tu castillo de arena para que se caiga y me mee sobre él. Me gusta observar y me gusta hacer cosas que se prohíben al pasar.
Y en una costa de turbulentas olas, viene un velero nadando con anclas clavadas hasta el núcleo de tus sesos, de colores viene, con sus velas volando en el cielo. Sólo déjame naufragar en tu cuerpo, en tus sentimientos que se susurran todos los ídolos marcados como Dioses.
Legiones que vibran, vibran en gitano. De ver estrellas tengo ojos en el paraíso, un ritual menos que se descompone con las siluetas que bailan en la ceguera, un estruendo que sólo escuchan los tímpanos marciales que provienen del centro del infierno; porque aún queda levantar la última legión en esta guerra: la de los vencidos. La nuestra, la que tenemos que ver diario y nos pegamos a ella, la que tiene marcada un orgullo por haber sido desterrado y clavados por nuestros sentimientos. Y es aquí, territorio dónde todo axioma nuestro es un real equívoco, es aquí el pulir la sangre con cada versículo, con cada testículo que aún tenga huevos. LA hora se acerca, la hora se pierde en nuestras miradas como una silueta pálida, melancólica y orgiástica. Ven ahora a mi destierro, ven a ver cómo tiemblo por agarrar una lanza y arrojarla al cielo, ver como se derrite y emergen estelas que caigan sobre tus ojos. Porqué la última guerra es por amor, lo sabes…
En el incienso se acobijan los amuletos, se carga de manías las voces de las próximas sinfonías, aquéllas que vibran entre nuestras fantasías, esas que otros piensan como crímenes y nosotros soñamos en evaporaciones liquidas porque sólo están hechas de nuestros corazones. De ideales vivimos en la última legión, la que está en el infierno, en la que clamo por mis sueños.
viernes, 9 de julio de 2010
Velo de poesía
La poesía es un momento tan mágico que el cielo y suelo se acobijan a su velo, más cuando crece y se desorbita desde el infierno.
Comencé a perseguir mis sentimientos cerca de los diecisiete años, saliendo de junio y ya en casi un pleno estío. No sabía que el hastío es la mejor figura de la angustia, hastío donde se subraya cualquier condición que presente una figura hacia un rincón que se anhele, desde la primera persona, por vivir tras la apuesta sólo para ganarla desde la tercera persona sin mover más que los sueños y las estrellas.
El infierno sueña con afrodisiacos, que no muy comúnmente, tienen un gusto por compartirnos brebajes e infusiones que duren un infinito más de los que ya se han agotado. El exceso ovaciona a la estética como un resguardo que arroja clemencia tras un sótano invaluable: el desespero. Remontando, casi dos años atrás, el lugar menos propicio paro inculcar la fantasía como una alegoría que pretende alcanzar, en un vuelo, la mejor altura para poder caer entre el ego de amar, es en un salón de clase; donde el recuerdo y la nostalgia de ser un escudero cuyas epopeyas medievales se le agotaron fuera del alcance del tiempo y espacio, cercioran que el paraíso ha dado pasos atrás por haber participado en la mejor batalla con visión de promoción a caballero, esto es, perfumarse a ideales por el amor, arriesgar lo que no tienes que arriesgar para que el otro comparta su soledad, esto es lo que me llevó, en una mañana, a incursionar los ojos pálidos en palabras aún más frías que el fuego mantiene en su centro, como un hielo de proporciones intangibles.
Las mañanas sueñan con descansar, desaparecer del sitio, ese… donde no hay más orientación que perderse. Así que todo parece tener génesis en el sentir y el ser, una Fortuna invaluable que a precio del destino cruza la mirada con La Voluntad, le sonríe y pasa como una atmosfera cuya circunferencia arroja una estela, que los relámpagos miran, hasta caer el sonido de sus próximas sombras: al silencio.
Es ahí dónde encuentro la ciudad, la que me cuestiona, ¿si antes de perderse con ella yo podré mirar, en sus reflejos, las estrellas? Y lo recuerdo, lo sé. Levantar el desespero como una cuna de desolación girando a estruendos, lleva al único camino que no se separa, no se pierde; pero sí que nos lleva al paraíso o al infierno: amar.
Así que en el aula con aras de jaula, el destierro parece el único territorio domable y rebelde, misterioso y lleno de un color que podría avivar los cadáveres al ver el dolor.
Actuaría rima con un centenar de palabras dónde yo sólo usaría una: agonía. La agonía no está en recorrer un flujo que desaparece al pasar diariamente por sus senderos, lo contrarío, está en que constantemente te clava por los ojos la mirada de saber perdido lo último que apostarías, que al final, lo hiciste, sólo para llevar un pasajero como asta de un vicio propio que se sumerge a gloria por la satisfacción del otro. El pasajero, esto es cierto, no tiene la obligación de ir a dónde tu no quieres ni a dónde quieres. Pero ahí queda el detalle del día que comenzó a escribir la noche desde el amanecer, la mirada puesta al vacío mientras la soledad te alimenta de una seducción que no suelta la melancolía; escribir es no estar por decirlo desde otro lugar, perder el tiempo; olvidarse de que existe un presente que alimentar, un pasado que olvidar y un futuro que soñar. No existe, es allanar la nada con la mejor estrategia que surge: perder todo, y tal vez es dónde surja la poesía.
Un grito es demostrar lo que sientes por la alegría de verlo vencido. Y fue el grito donde la llame al contorno más desgastado del alma, la pureza que merodea el ardor de la tristeza, jugando con su vela y deslumbrándose de la profundidad que acelera por encarcelar el aura hacia una sensación que ningún día podría agotar. El día seguirá brillando mientras más se pega el cielo al suelo, las miradas que arrojan las nubes son las tormentas en las que nadan los océanos. Y comienzan las primeras letras a estamparse contra el infierno, escalando al destino por atormentar el martirio. Flagelarse por el sentimiento, porque al final la balanza ya no está encadenada a dos condenas, sino a una rueda que rota a un ciclo inadmisible de dejar: ella… sólo ella.
Pecar parece demostrar que la sociedad se equivoca. Se equivoca al pensar que estás delirando con la procedencia de considerar un refugio tolerable para llorar satisfecho, y el enjambre te envuelve para soltar las reglas: amalé, aunque sea muerto. Tras el laberinto, es difícil no temblar con ciertas palabras; con su elección, ya que la consternación es la ponderación de inquirir si el auge de la resonancia se atiende mejor con esta u otra palabra, si la rima consiste en emanar la melodía o la estructura. Así que
Porque al final lees la carta, te preguntas y te maldices, te olvidas y la recuerdas, te recriminas y la justificas: ¿Por qué no lo dijo? ¿Por qué no lo escribió? ¿Por qué? ¿Acaso le habría pesado decirme que me ama? ¿Qué le temía a que me amará? ¿Qué le temía, al miedo de que la odiara? ¿Acaso las estrellas no le decían que yo la amaba? ¿Acaso fui tan yo, para que ni lo pensara?
Regresas al suelo, el viento te susurra sus deseos, auge de elementos que sostienen el cielo. Y en un ancho segundo, que ha durado cerca de tres estíos, un murmuro rema las sensaciones del silencio, si he conseguido todo lo que anhelaban mis sueños ¿porqué ella no navegó conmigo? ¿Por qué las estaciones divulgaron la alegría hacia el destierro de nuestras emociones? I el clima baja, te llena los ojos hasta colmarlos de vacío, en tu cuerpo se difama el tiempo, y son tus alas, las que llevan por tus egos, mis lapsos que me restringen volver a buscarte.
Vida es transformar la poesía, cantar en sus renglones las manías que se encuentran en la misma cuna que mece la fantasía de una alevosía intratable como inexpugnable, infringir un exorcismo sería ofrecer un paralelismo, que al final es lo mismo como un ensayo inelegible del destino, esto es matar lo que te mata, no se puede; el vicio es tan inquebrantable que su fragilidad provoca cuidar a obsesiones este marco que provoca inspiración, ¿abandonar la sensación? Nunca.
Porque sabes dónde te cruje la mierda, dónde te duele más cuando te recuerdan… y te justifica, ella. Manchado del perdón de la compasión por la confusión, la mirada que late tras imágenes te llevan a mirar de nuevo la realidad. Duele saberlo, duele mirarlo, saber que te haces pendejo al pensar que aún no lo sabes. Mirar tras el espejo la nueva infusión de letanías clavadas con una dosis mortal de pecados, quieres seguir pero se acabo la pista, quieres sonreír pero ya nada es dicha, quieres sentir pero ya todo es poesía.
Lo que haces, lo haces por ti… sólo que al final todo deja una huella de ella. Un posesivo que jamás debía parecerlo, un truco que sabía administrar mis egos bajo ocasiones suculentas para dirigir palabras, erudiciones, regalos imborrables de espontáneos versos, estrellas colgadas bajo una bocina desde donde se escucha la voz que te puede cambiar de clan cuando ella quiera: del cielo al infierno con pasaporte a sus besos. Y la voz te llama, carajo… te llama, con mil cosas la hubiera callado pero para qué hacerlo, si su voz no cabe en la noche, en el silencio. Y amaneces pensando en el ritual, en la voz, en el cielo que merodea, en él ves que apenas puedes distraerte al estar con ella. La voz ahora es un conjunto de infinitos cardinales de otros infinitos, es ella. Y estás jodidamente loco, pero no puedes demostrar hasta que ella lo sienta. Junto a ella, el cielo es normal, el suelo no está bajo los pies, todo es normal; y es ahí la maravilla, lo cotidiano es el destino. Y no lo pensaba soltar.
Aquí, donde no es había una vez es: dónde ahora es. Aquí, donde no es muy puta madre lejano es: muy, muy putisimamente cercano. El corazón salta, se reprime, se ahoga, se mata, se resucita, palpita, merodea, vive, canta, me duele a veces cuando todo respiros profundos, circula de llamas la sangre, ruge la poesía a su manera, me dice que ya no hay más, que nos jodimos pero seguimos aquí… ¡aquí!, y no putisimamente lejano… aquí. Donde sólo nacen la descripción del infierno más reluciente y naturista que hay, donde los caídos por el sentimiento la describen. Donde la tradición marca seguir, el llanto en llamas, el cerebro seco, las velas soplando fuego en la literatura, porque es dura, quema, sus estelas son maravillosas pero si que son deslumbrantes. Bajo el corazón desde sus latidos, el limen no alcanza el umbral, se derrocha entre la inmensidad a la superficie de la nada, un abismo con litorales a la vista, pero catastrófico en mi exceso de jugar con los egos y sueños.
Y se decrece en tus sueños, bajo la órbita de colgarse a la gravedad que tira con la luna. Y los astros merodean, las figuras y láminas pierden postura. La locura desborda, mito de danzas y conjeturas de caricias. La luna se asoma, cerca de tu egos, comienza la lluvia, y yo sólo regojo tus lágrimas, aunque se mezclen con el océano, yo las recojo, extasiado de desolación, y navegando mareas sin condición. Y entre las noches, cerrando el universo, yo la veo… No todas las noches le veo, pero en las que sí…la extraño. Esa es mi plegaría, la última que lleva al infierno.
Con punta al amor comienza la agudeza del dolor, un pronóstico con tinte de diagnóstico; al final alguien siempre llevará más ventaja que el otro, con las estrellas perdidas y el vacío alumbrando, se vive al cortejo del hedonismo como venga.
Y al principio está el pasado, repitiendo sus cartas al repartir sus entrañas. De devociones se cargan los ideales, pero al susurrar un sismo de trivialidades pesadas bajo el buque de la mañana, los juicios son trastocados, las ideas insatisfechas, los imperativos dejándose tomar por admiración interrogativas… y el amor susurra… carajo que sí susurra un himno extraño, sólido y de otoño. Retumba la poesía en los oídos de nuestras diosas: ellas, por las que morimos y después l escribimos, haciéndolas más mortales en la castidad de su divinidad eterna y frágil. Y el velo se llena, junto con mística y poesía, cubren nuestros ojos para ir a morir con el alma puesta en su sollozo, el mismo que canta y llega sobre sus labios como notas de silencio.
Y al final: Te preguntas y la maldices, te olvidas y te recuerda, te recriminas y te justifica: nunca te amó…
Porque necesito que mi poesía ruga, ruga en el infierno, en el cielo, en el suelo, en donde ella vea que sí… que sí la amo. ¿Y dónde más que el silencio?
Comencé a perseguir mis sentimientos cerca de los diecisiete años, saliendo de junio y ya en casi un pleno estío. No sabía que el hastío es la mejor figura de la angustia, hastío donde se subraya cualquier condición que presente una figura hacia un rincón que se anhele, desde la primera persona, por vivir tras la apuesta sólo para ganarla desde la tercera persona sin mover más que los sueños y las estrellas.
El infierno sueña con afrodisiacos, que no muy comúnmente, tienen un gusto por compartirnos brebajes e infusiones que duren un infinito más de los que ya se han agotado. El exceso ovaciona a la estética como un resguardo que arroja clemencia tras un sótano invaluable: el desespero. Remontando, casi dos años atrás, el lugar menos propicio paro inculcar la fantasía como una alegoría que pretende alcanzar, en un vuelo, la mejor altura para poder caer entre el ego de amar, es en un salón de clase; donde el recuerdo y la nostalgia de ser un escudero cuyas epopeyas medievales se le agotaron fuera del alcance del tiempo y espacio, cercioran que el paraíso ha dado pasos atrás por haber participado en la mejor batalla con visión de promoción a caballero, esto es, perfumarse a ideales por el amor, arriesgar lo que no tienes que arriesgar para que el otro comparta su soledad, esto es lo que me llevó, en una mañana, a incursionar los ojos pálidos en palabras aún más frías que el fuego mantiene en su centro, como un hielo de proporciones intangibles.
Las mañanas sueñan con descansar, desaparecer del sitio, ese… donde no hay más orientación que perderse. Así que todo parece tener génesis en el sentir y el ser, una Fortuna invaluable que a precio del destino cruza la mirada con La Voluntad, le sonríe y pasa como una atmosfera cuya circunferencia arroja una estela, que los relámpagos miran, hasta caer el sonido de sus próximas sombras: al silencio.
Es ahí dónde encuentro la ciudad, la que me cuestiona, ¿si antes de perderse con ella yo podré mirar, en sus reflejos, las estrellas? Y lo recuerdo, lo sé. Levantar el desespero como una cuna de desolación girando a estruendos, lleva al único camino que no se separa, no se pierde; pero sí que nos lleva al paraíso o al infierno: amar.
Así que en el aula con aras de jaula, el destierro parece el único territorio domable y rebelde, misterioso y lleno de un color que podría avivar los cadáveres al ver el dolor.
Actuaría rima con un centenar de palabras dónde yo sólo usaría una: agonía. La agonía no está en recorrer un flujo que desaparece al pasar diariamente por sus senderos, lo contrarío, está en que constantemente te clava por los ojos la mirada de saber perdido lo último que apostarías, que al final, lo hiciste, sólo para llevar un pasajero como asta de un vicio propio que se sumerge a gloria por la satisfacción del otro. El pasajero, esto es cierto, no tiene la obligación de ir a dónde tu no quieres ni a dónde quieres. Pero ahí queda el detalle del día que comenzó a escribir la noche desde el amanecer, la mirada puesta al vacío mientras la soledad te alimenta de una seducción que no suelta la melancolía; escribir es no estar por decirlo desde otro lugar, perder el tiempo; olvidarse de que existe un presente que alimentar, un pasado que olvidar y un futuro que soñar. No existe, es allanar la nada con la mejor estrategia que surge: perder todo, y tal vez es dónde surja la poesía.
Un grito es demostrar lo que sientes por la alegría de verlo vencido. Y fue el grito donde la llame al contorno más desgastado del alma, la pureza que merodea el ardor de la tristeza, jugando con su vela y deslumbrándose de la profundidad que acelera por encarcelar el aura hacia una sensación que ningún día podría agotar. El día seguirá brillando mientras más se pega el cielo al suelo, las miradas que arrojan las nubes son las tormentas en las que nadan los océanos. Y comienzan las primeras letras a estamparse contra el infierno, escalando al destino por atormentar el martirio. Flagelarse por el sentimiento, porque al final la balanza ya no está encadenada a dos condenas, sino a una rueda que rota a un ciclo inadmisible de dejar: ella… sólo ella.
Pecar parece demostrar que la sociedad se equivoca. Se equivoca al pensar que estás delirando con la procedencia de considerar un refugio tolerable para llorar satisfecho, y el enjambre te envuelve para soltar las reglas: amalé, aunque sea muerto. Tras el laberinto, es difícil no temblar con ciertas palabras; con su elección, ya que la consternación es la ponderación de inquirir si el auge de la resonancia se atiende mejor con esta u otra palabra, si la rima consiste en emanar la melodía o la estructura. Así que
Porque al final lees la carta, te preguntas y te maldices, te olvidas y la recuerdas, te recriminas y la justificas: ¿Por qué no lo dijo? ¿Por qué no lo escribió? ¿Por qué? ¿Acaso le habría pesado decirme que me ama? ¿Qué le temía a que me amará? ¿Qué le temía, al miedo de que la odiara? ¿Acaso las estrellas no le decían que yo la amaba? ¿Acaso fui tan yo, para que ni lo pensara?
Regresas al suelo, el viento te susurra sus deseos, auge de elementos que sostienen el cielo. Y en un ancho segundo, que ha durado cerca de tres estíos, un murmuro rema las sensaciones del silencio, si he conseguido todo lo que anhelaban mis sueños ¿porqué ella no navegó conmigo? ¿Por qué las estaciones divulgaron la alegría hacia el destierro de nuestras emociones? I el clima baja, te llena los ojos hasta colmarlos de vacío, en tu cuerpo se difama el tiempo, y son tus alas, las que llevan por tus egos, mis lapsos que me restringen volver a buscarte.
Vida es transformar la poesía, cantar en sus renglones las manías que se encuentran en la misma cuna que mece la fantasía de una alevosía intratable como inexpugnable, infringir un exorcismo sería ofrecer un paralelismo, que al final es lo mismo como un ensayo inelegible del destino, esto es matar lo que te mata, no se puede; el vicio es tan inquebrantable que su fragilidad provoca cuidar a obsesiones este marco que provoca inspiración, ¿abandonar la sensación? Nunca.
Porque sabes dónde te cruje la mierda, dónde te duele más cuando te recuerdan… y te justifica, ella. Manchado del perdón de la compasión por la confusión, la mirada que late tras imágenes te llevan a mirar de nuevo la realidad. Duele saberlo, duele mirarlo, saber que te haces pendejo al pensar que aún no lo sabes. Mirar tras el espejo la nueva infusión de letanías clavadas con una dosis mortal de pecados, quieres seguir pero se acabo la pista, quieres sonreír pero ya nada es dicha, quieres sentir pero ya todo es poesía.
Lo que haces, lo haces por ti… sólo que al final todo deja una huella de ella. Un posesivo que jamás debía parecerlo, un truco que sabía administrar mis egos bajo ocasiones suculentas para dirigir palabras, erudiciones, regalos imborrables de espontáneos versos, estrellas colgadas bajo una bocina desde donde se escucha la voz que te puede cambiar de clan cuando ella quiera: del cielo al infierno con pasaporte a sus besos. Y la voz te llama, carajo… te llama, con mil cosas la hubiera callado pero para qué hacerlo, si su voz no cabe en la noche, en el silencio. Y amaneces pensando en el ritual, en la voz, en el cielo que merodea, en él ves que apenas puedes distraerte al estar con ella. La voz ahora es un conjunto de infinitos cardinales de otros infinitos, es ella. Y estás jodidamente loco, pero no puedes demostrar hasta que ella lo sienta. Junto a ella, el cielo es normal, el suelo no está bajo los pies, todo es normal; y es ahí la maravilla, lo cotidiano es el destino. Y no lo pensaba soltar.
Aquí, donde no es había una vez es: dónde ahora es. Aquí, donde no es muy puta madre lejano es: muy, muy putisimamente cercano. El corazón salta, se reprime, se ahoga, se mata, se resucita, palpita, merodea, vive, canta, me duele a veces cuando todo respiros profundos, circula de llamas la sangre, ruge la poesía a su manera, me dice que ya no hay más, que nos jodimos pero seguimos aquí… ¡aquí!, y no putisimamente lejano… aquí. Donde sólo nacen la descripción del infierno más reluciente y naturista que hay, donde los caídos por el sentimiento la describen. Donde la tradición marca seguir, el llanto en llamas, el cerebro seco, las velas soplando fuego en la literatura, porque es dura, quema, sus estelas son maravillosas pero si que son deslumbrantes. Bajo el corazón desde sus latidos, el limen no alcanza el umbral, se derrocha entre la inmensidad a la superficie de la nada, un abismo con litorales a la vista, pero catastrófico en mi exceso de jugar con los egos y sueños.
Y se decrece en tus sueños, bajo la órbita de colgarse a la gravedad que tira con la luna. Y los astros merodean, las figuras y láminas pierden postura. La locura desborda, mito de danzas y conjeturas de caricias. La luna se asoma, cerca de tu egos, comienza la lluvia, y yo sólo regojo tus lágrimas, aunque se mezclen con el océano, yo las recojo, extasiado de desolación, y navegando mareas sin condición. Y entre las noches, cerrando el universo, yo la veo… No todas las noches le veo, pero en las que sí…la extraño. Esa es mi plegaría, la última que lleva al infierno.
Con punta al amor comienza la agudeza del dolor, un pronóstico con tinte de diagnóstico; al final alguien siempre llevará más ventaja que el otro, con las estrellas perdidas y el vacío alumbrando, se vive al cortejo del hedonismo como venga.
Y al principio está el pasado, repitiendo sus cartas al repartir sus entrañas. De devociones se cargan los ideales, pero al susurrar un sismo de trivialidades pesadas bajo el buque de la mañana, los juicios son trastocados, las ideas insatisfechas, los imperativos dejándose tomar por admiración interrogativas… y el amor susurra… carajo que sí susurra un himno extraño, sólido y de otoño. Retumba la poesía en los oídos de nuestras diosas: ellas, por las que morimos y después l escribimos, haciéndolas más mortales en la castidad de su divinidad eterna y frágil. Y el velo se llena, junto con mística y poesía, cubren nuestros ojos para ir a morir con el alma puesta en su sollozo, el mismo que canta y llega sobre sus labios como notas de silencio.
Y al final: Te preguntas y la maldices, te olvidas y te recuerda, te recriminas y te justifica: nunca te amó…
Porque necesito que mi poesía ruga, ruga en el infierno, en el cielo, en el suelo, en donde ella vea que sí… que sí la amo. ¿Y dónde más que el silencio?
jueves, 24 de junio de 2010
Al manto del sentimiento
Merodeando las gestiones metalingüísticas que divulgan, entre grandes rasgos como profundos, el llamado que prohíbe marchar al retorno, con pasaporte de rendirse, por exprimir un esfuerzo más que estructure de las ruinas y caos; que a ondas se contraen sólo para extenderse a una magnitud poco deseable por su naturaleza de giros y espirales que revocan hacia la destrucción, una nueva disciplina que me mantenga a los cotidianos lapsos que inquieren un labor que me arroje lejos del vacío.
Vacío que levanta cuestiones emergidas de viscerales decisiones. Proviniendo del más hondo ritmo que abunda al corazón en respiros, mi pecho se agota al transcribir mañanas por noches, tardes por tardes; las semanas que han pasado son el hedonismo al que el exceso puede ser recluta y sentir la noche más vacía entre un juicio bañado de conceptos, que viven y se azotan en las miradas que sólo los cadáveres nos regalan.
Voy galopando hacia el camino más corto del infierno, un sendero que no permite bajar los tirones que el vértigo proporciona, dónde entré sin querer y ahora sólo me mantengo por la gravedad de su órbita al no poder bajarme de las nubes que miran de lejos el paraíso.
Siempre me ha cortejado la idea de inquirir y rebasar las negaciones sólo para sistematizar en una secta de recuerdos que manipulen el haber negado un axioma tan fundamentado, que al peligro y al hecho, de radicalizarse en un estrecho que protagonice al antagonismo de la verdad; no pretendo demostrar su veracidad, mas su estado fiduciario al que está pegado, se esmera por contradecir la verdad por algo más empírico: la realidad.
Al silencio que los reflejos imitan, la realidad consume las contracciones que los suspiros sueltan al voltear la confusión por ensoñación, entrando, por primera vez, al final; una gesta de intrínsecos plurales del murmuro que pregonan con arrebatarse al primer signo que presente una posible revuelta donde ruge el instinto, de arrojar corazón y escudo, por nada.
Es el aura de la inexistencia una sincronía de mantenerse al anonimato de existir. Existir por esculpir la niebla que esquiva la mirada de nutras pupilas volteando desde otro rostro, la nada se mitifica ha proporciones que ramifican un gradiente por llenarlo de nuestros propios y ajenos ojos. Ya que se ha perdido la verdad por incursionar en la realidad, una locura, que al amar, sólo presenta clavar la singularidad bajo dos egos que culminan, tras dos cavernas, el hueco que sostiene habitar al sentimiento.
Las sensaciones crecen, se envuelven tras mágicos encomios que presentan un borde que esmera rotar a inquisiciones repletas de fatal fantasía que descompongan lapsos por eternidad, ocasiones por un socorro limitado de aseverar que al entrar al laberinto, el manto que narra los pasos que entran a perderse, son los mismos que recorren la última salvación que se encuentra desde un residente del infierno: creer a la nada del amor.
Vacío que levanta cuestiones emergidas de viscerales decisiones. Proviniendo del más hondo ritmo que abunda al corazón en respiros, mi pecho se agota al transcribir mañanas por noches, tardes por tardes; las semanas que han pasado son el hedonismo al que el exceso puede ser recluta y sentir la noche más vacía entre un juicio bañado de conceptos, que viven y se azotan en las miradas que sólo los cadáveres nos regalan.
Voy galopando hacia el camino más corto del infierno, un sendero que no permite bajar los tirones que el vértigo proporciona, dónde entré sin querer y ahora sólo me mantengo por la gravedad de su órbita al no poder bajarme de las nubes que miran de lejos el paraíso.
Siempre me ha cortejado la idea de inquirir y rebasar las negaciones sólo para sistematizar en una secta de recuerdos que manipulen el haber negado un axioma tan fundamentado, que al peligro y al hecho, de radicalizarse en un estrecho que protagonice al antagonismo de la verdad; no pretendo demostrar su veracidad, mas su estado fiduciario al que está pegado, se esmera por contradecir la verdad por algo más empírico: la realidad.
Al silencio que los reflejos imitan, la realidad consume las contracciones que los suspiros sueltan al voltear la confusión por ensoñación, entrando, por primera vez, al final; una gesta de intrínsecos plurales del murmuro que pregonan con arrebatarse al primer signo que presente una posible revuelta donde ruge el instinto, de arrojar corazón y escudo, por nada.
Es el aura de la inexistencia una sincronía de mantenerse al anonimato de existir. Existir por esculpir la niebla que esquiva la mirada de nutras pupilas volteando desde otro rostro, la nada se mitifica ha proporciones que ramifican un gradiente por llenarlo de nuestros propios y ajenos ojos. Ya que se ha perdido la verdad por incursionar en la realidad, una locura, que al amar, sólo presenta clavar la singularidad bajo dos egos que culminan, tras dos cavernas, el hueco que sostiene habitar al sentimiento.
Las sensaciones crecen, se envuelven tras mágicos encomios que presentan un borde que esmera rotar a inquisiciones repletas de fatal fantasía que descompongan lapsos por eternidad, ocasiones por un socorro limitado de aseverar que al entrar al laberinto, el manto que narra los pasos que entran a perderse, son los mismos que recorren la última salvación que se encuentra desde un residente del infierno: creer a la nada del amor.
domingo, 20 de junio de 2010
Libertad acelerando
Haciendo cuenta, mi vida no ha recorrido un aburrimiento, si bien antes se podía establecer un aullido que mastica la comezón de un grito, un grito que revoluciona a más veces de lo que un círculo se espantaría. Un nivel cromado de pavimento, lluvia y con tan escazas reglas que al contarlas sólo queda una: No matarse.
Es divertido escuchar Riders on the Storm, recordar que más que una canción es la salida de un recuerdo que puede brillar con ínfulas de deslumbrar. Tenía cerca de diecisiete años, un poco más de dieciséis sin llegar a los diecisiete, tenía poco menos de dos años que por primera vez tomará una palanca y acelerar a no más de un paso, donde una abuelita se iría mofando: 20km/Hr. Pero el exceso es un tributo que raramente tiene alas; sé que soy un gitano de vagas ilusiones, pero las alas de las que hablo son seis cilindros, un auto antiguo con vista de kilometraje no tanto como él, tres pedales, un volante, el pavimento, Dios y Mefisto en el retrovisor, en cada lado, compitiendo por quién era el afortunado ganador de llevarse a un adolescente dispuesto a volar sus ruedas hasta el autódromo, ya que El Rodríguez está a menos de 300mts. tan cerca y sin poder abordarlo.
El circuito es la línea que depara el suelo con la atmosfera, un humo que se extiende sobre la niebla. El piloto está ilusionado con poder arrancar algo se Ayrton Senna, quién para entonces, yo sabía que en lluvia es indomablemente un cabrón.
La adrenalina es el único casco que cubría mi vida. Recuerdo que tome al auto bajo cualquier pretexto, tenía diez minutos para que Azrael me viera cómo llegaba más rápido que él a la cripta para pronunciar mi nombre bajo un ángel piadoso con aura de mujer. Tome eje tres sur para llegar a la recta de Canal de Churubusco. Antes de salir me cubrí con una canción, no podía matarme sin antes un ritmo que llevará mi alma al carajo, fue Riders on the Storm. Cuando salí, miré el viento como azotaba las ramas; más bien acariciándolas, sentí después unas gotas que cayeron sobre mi rostro y el cielo nublado parecía un buen presagio para ir a calentar rueda.
Me subí al Z24 de mi madre, lo prendí y espere con ansía un miedo que desbordará sólo para ir a vencerlo, aunque de paso me llevó Mefisto a su cuarto, que comparte con Dios, para ver el espectáculo. Salí y tome la primera recta, calenté el auto mientras llegué hasta un límite de 140km/Hr. Tome una curva para incorporarme a la parte más entusiasta de la segunda recta, dos kilómetros quinientos de pavimento mojado, que para entonces el viento había traído una lluvia, obligando a todos, a no ir a más de 60km/Hr. Para hacer un emblema claro, estaba lloviendo cabrón.
Tome la primera parte de la recta. De primera a segunda hasta 55km/Hr, de segunda a tercera hasta los 80km/Hr, de tercera a cuarta hasta los 115km/Hr, de cuarta a quinta a los 140km/Hr. Sé que no hay algo claro en esto, no estaba viendo a qué velocidad hacia el cambio, aceleraba con la lluvia pegada a los ojos, escuchando cómo se estremecen 5500 revoluciones.
Carezco de criterio, ahora me doy cuenta. Pero ante todo, bajo un cántaro como lluvia que golpea el parabrisas, apenas se ve en los espejos cómo es que 170km/Hr. levantan olas de gotas al pasar por llantas mientras maulló hacia mi muerte.
La concentración no existe en ese momento, más que eso, la concentración se quedo atrás cuando has decidido viajar con la lluvia a un nivel que pocos experimentan para contarlo. Si la evasión existe, en ese momento tiene pinta de pasajero vestido de un nombre de musa. Sí por un sentimiento corría, ¿pero quién puede tener noción cuando va entre diluvios pasando a emociones?
Si en todo caso, la muerte se aferra a la vida igual que la Tierra a la gravedad del sol “No me botes cabrón, estoy girando bien intenso por ti, o mínimo ven a tirarte al vacío conmigo” No sé hasta dónde la gravedad sujeta al suicida, pero rebasar el límite mantiene a un corazón rugiendo a un ritmo que sólo un nombre lo podría alcanzar: amor.
Sé a qué pendiente gira el amor, a 170km/Hr. en un suelo mojado levantando llamas de olas, calentando el suelo para acostarse en el y pronunciar un nombre que quede grabado en vibraciones para que resuene a cada ente que pase por ese espacio: ¡La amo, qué pedo!
Girar como las llantas es mantenerse estático, la dinámica tiene reglas para romperse con juegos estúpidamente compuestos por una mente que gasta casi un cuarto de gasolina en menos de 5 km. El juego es apostar, entender que no comprenderás el por qué. El porqué la evasión va estructurando una mansión tras el acelerador, dónde la concentración no existe; es la adrenalina la que va sujetando el volante, el misterio de saber qué limen se atraviesa cuando el criterio va volando a 170 dioses/diablos. Quería chocar con su corazón para fundirlo con el mío. La lluvia siguió antes de frenar, la lluvia duro después de frenar.
Ese semáforo es emblemático: alto, decía. Pero yo no quise parar, si me iba a estrellar no importa con qué muro me iba a detener… me entregue a amar. ¿Quién necesita criterio cuando esté se quedo en la curva para alcanzar la recta que tiene camino de paraíso e infierno?
Sí, no siempre fui el que ahora soy. Pero creo que rebase al asesino que venía en su bochito, aún así se me subió, no alcanzo el ritmo el cabrón. Bajo el privilegio de la soledad, a mi experiencia me sentí muy acompañado, actuando solo bajo la oportunidad, que viaja, pegada al suelo. Es increíble que las palabras viajen, algunas veces más rápido.
Estoy seguro, bajo el crimen que la consciencia me dice que esto puede ser un insulto; Monsiváis sabía joder la lluvia a un ritmo cardíaco, mientras era jinete de palabras agudas, acelerando cabrón.
Es divertido escuchar Riders on the Storm, recordar que más que una canción es la salida de un recuerdo que puede brillar con ínfulas de deslumbrar. Tenía cerca de diecisiete años, un poco más de dieciséis sin llegar a los diecisiete, tenía poco menos de dos años que por primera vez tomará una palanca y acelerar a no más de un paso, donde una abuelita se iría mofando: 20km/Hr. Pero el exceso es un tributo que raramente tiene alas; sé que soy un gitano de vagas ilusiones, pero las alas de las que hablo son seis cilindros, un auto antiguo con vista de kilometraje no tanto como él, tres pedales, un volante, el pavimento, Dios y Mefisto en el retrovisor, en cada lado, compitiendo por quién era el afortunado ganador de llevarse a un adolescente dispuesto a volar sus ruedas hasta el autódromo, ya que El Rodríguez está a menos de 300mts. tan cerca y sin poder abordarlo.
El circuito es la línea que depara el suelo con la atmosfera, un humo que se extiende sobre la niebla. El piloto está ilusionado con poder arrancar algo se Ayrton Senna, quién para entonces, yo sabía que en lluvia es indomablemente un cabrón.
La adrenalina es el único casco que cubría mi vida. Recuerdo que tome al auto bajo cualquier pretexto, tenía diez minutos para que Azrael me viera cómo llegaba más rápido que él a la cripta para pronunciar mi nombre bajo un ángel piadoso con aura de mujer. Tome eje tres sur para llegar a la recta de Canal de Churubusco. Antes de salir me cubrí con una canción, no podía matarme sin antes un ritmo que llevará mi alma al carajo, fue Riders on the Storm. Cuando salí, miré el viento como azotaba las ramas; más bien acariciándolas, sentí después unas gotas que cayeron sobre mi rostro y el cielo nublado parecía un buen presagio para ir a calentar rueda.
Me subí al Z24 de mi madre, lo prendí y espere con ansía un miedo que desbordará sólo para ir a vencerlo, aunque de paso me llevó Mefisto a su cuarto, que comparte con Dios, para ver el espectáculo. Salí y tome la primera recta, calenté el auto mientras llegué hasta un límite de 140km/Hr. Tome una curva para incorporarme a la parte más entusiasta de la segunda recta, dos kilómetros quinientos de pavimento mojado, que para entonces el viento había traído una lluvia, obligando a todos, a no ir a más de 60km/Hr. Para hacer un emblema claro, estaba lloviendo cabrón.
Tome la primera parte de la recta. De primera a segunda hasta 55km/Hr, de segunda a tercera hasta los 80km/Hr, de tercera a cuarta hasta los 115km/Hr, de cuarta a quinta a los 140km/Hr. Sé que no hay algo claro en esto, no estaba viendo a qué velocidad hacia el cambio, aceleraba con la lluvia pegada a los ojos, escuchando cómo se estremecen 5500 revoluciones.
Carezco de criterio, ahora me doy cuenta. Pero ante todo, bajo un cántaro como lluvia que golpea el parabrisas, apenas se ve en los espejos cómo es que 170km/Hr. levantan olas de gotas al pasar por llantas mientras maulló hacia mi muerte.
La concentración no existe en ese momento, más que eso, la concentración se quedo atrás cuando has decidido viajar con la lluvia a un nivel que pocos experimentan para contarlo. Si la evasión existe, en ese momento tiene pinta de pasajero vestido de un nombre de musa. Sí por un sentimiento corría, ¿pero quién puede tener noción cuando va entre diluvios pasando a emociones?
Si en todo caso, la muerte se aferra a la vida igual que la Tierra a la gravedad del sol “No me botes cabrón, estoy girando bien intenso por ti, o mínimo ven a tirarte al vacío conmigo” No sé hasta dónde la gravedad sujeta al suicida, pero rebasar el límite mantiene a un corazón rugiendo a un ritmo que sólo un nombre lo podría alcanzar: amor.
Sé a qué pendiente gira el amor, a 170km/Hr. en un suelo mojado levantando llamas de olas, calentando el suelo para acostarse en el y pronunciar un nombre que quede grabado en vibraciones para que resuene a cada ente que pase por ese espacio: ¡La amo, qué pedo!
Girar como las llantas es mantenerse estático, la dinámica tiene reglas para romperse con juegos estúpidamente compuestos por una mente que gasta casi un cuarto de gasolina en menos de 5 km. El juego es apostar, entender que no comprenderás el por qué. El porqué la evasión va estructurando una mansión tras el acelerador, dónde la concentración no existe; es la adrenalina la que va sujetando el volante, el misterio de saber qué limen se atraviesa cuando el criterio va volando a 170 dioses/diablos. Quería chocar con su corazón para fundirlo con el mío. La lluvia siguió antes de frenar, la lluvia duro después de frenar.
Ese semáforo es emblemático: alto, decía. Pero yo no quise parar, si me iba a estrellar no importa con qué muro me iba a detener… me entregue a amar. ¿Quién necesita criterio cuando esté se quedo en la curva para alcanzar la recta que tiene camino de paraíso e infierno?
Sí, no siempre fui el que ahora soy. Pero creo que rebase al asesino que venía en su bochito, aún así se me subió, no alcanzo el ritmo el cabrón. Bajo el privilegio de la soledad, a mi experiencia me sentí muy acompañado, actuando solo bajo la oportunidad, que viaja, pegada al suelo. Es increíble que las palabras viajen, algunas veces más rápido.
Estoy seguro, bajo el crimen que la consciencia me dice que esto puede ser un insulto; Monsiváis sabía joder la lluvia a un ritmo cardíaco, mientras era jinete de palabras agudas, acelerando cabrón.
viernes, 18 de junio de 2010
Limen de orfandades
Las obsesiones son fraternales hasta el momento de voltear a verlas, mirarlas con la única satisfacción de haber acontecido en algo, que bizarramente no sería raro. Y formar parte de esta colección de difamaciones, que estrangulan las satisfacciones, es un claustro que vagamente no se olvida. Me chingué tres materias. Que pendejada.
Si tuviera que volver atrás, optaría por ir delante de dos días de ahora. No me arrepiento, mi vida juega con mi muerte cada vez que el reloj avanza, decisión tras opción de un ciclo, mediando reflexiones a cruz de noches para pervertir el pensamiento con operaciones idealistas de haber alcanzado más cuando ya pasado el día está.
Hasta donde recuerdo, no era tan perfeccionista. No buscaba evocar mas acaso un límite que infringiera un sonrisa afrodisiaca cómo puede ser hacer reír, a mitad de curiosidad, a ella. Nunca supe su nombre, lo único bueno fue el segundo en saber que había caído tras el misterio de la confianza por la seducción, todo esto, sin pensarl en todo esto. Después ella desaparece del gym y se ausentan mis ilusiones; esa es la última vez que alguien me ha gustado de una forma sin criterio.
Pero viendo todo, desde mi ceguera. He cambiado, sí; apenas y a penas me reacciono cuando me levanto por la mañana, hastiado de flojera; misma razón que me encarcela, acurrucado tras laureles que no durarán más allá de abrir la puerta y liberarse de ellos, de jugar mediocremente viedojuegos hasta el punto de voltear al cielo y sorprenderse que ya la luz se ha ido, de pactar con la noche un nuevo misterio para que inspire las palabras y sofoque de menos el vacío; pero el dolor no lo deja, ver de noche el dolor como una pirueta más del cielo. Cielo donde yo soy un gitano que astros desconocidos que giran y siguen la elipse de estar tras el borde, frente, dentro, en cualquier posición dónde ya todo se lo llevó el carajo.
El divertido jactarse del infierno cuando aún se está muy lejos, pero el paraíso duele por no tener la talla de alas mas que para volar en picada hacia ese parque de inhumaciones que reina la dicha de la angustia por el sentimiento. La orfandad llena siempre mi mente, clamando las horas; pensando que antes, de menos, podía rezar plegarias honestas y ahora me vanagloriaría con disfrutar de menos, un momento pleno, bajo una mística que la vida pueda dar de sus muchas relaciones que tiene la felicidad.
Felicidad que dura palabra, más que confundir la alegría alejándose más del éxtasis, entrando en la profundidad de perder los sentidos por olvidar la personalidad mental que acarreaba mi personita. Me caía bien, yo me caía bien, pero voltear en una tarde con vista de madrugada oceánica, navegando con velas caídas y timones rotos, los estribos parecen odiar al almirante, que con trabajo, no ha invitado a algún tiburón amigable para descansar sus restos bajos sus colmillos; me caía bien… Carajo, sé a qué punto comienza a maullar el gemido de perder, cuando el vacío te quiere odiar, ese es el jodido punto dónde está la chingada. Ante todo, cabe en una canción, Como lo hice yo.
Si tuviera que volver atrás, optaría por ir delante de dos días de ahora. No me arrepiento, mi vida juega con mi muerte cada vez que el reloj avanza, decisión tras opción de un ciclo, mediando reflexiones a cruz de noches para pervertir el pensamiento con operaciones idealistas de haber alcanzado más cuando ya pasado el día está.
Hasta donde recuerdo, no era tan perfeccionista. No buscaba evocar mas acaso un límite que infringiera un sonrisa afrodisiaca cómo puede ser hacer reír, a mitad de curiosidad, a ella. Nunca supe su nombre, lo único bueno fue el segundo en saber que había caído tras el misterio de la confianza por la seducción, todo esto, sin pensarl en todo esto. Después ella desaparece del gym y se ausentan mis ilusiones; esa es la última vez que alguien me ha gustado de una forma sin criterio.
Pero viendo todo, desde mi ceguera. He cambiado, sí; apenas y a penas me reacciono cuando me levanto por la mañana, hastiado de flojera; misma razón que me encarcela, acurrucado tras laureles que no durarán más allá de abrir la puerta y liberarse de ellos, de jugar mediocremente viedojuegos hasta el punto de voltear al cielo y sorprenderse que ya la luz se ha ido, de pactar con la noche un nuevo misterio para que inspire las palabras y sofoque de menos el vacío; pero el dolor no lo deja, ver de noche el dolor como una pirueta más del cielo. Cielo donde yo soy un gitano que astros desconocidos que giran y siguen la elipse de estar tras el borde, frente, dentro, en cualquier posición dónde ya todo se lo llevó el carajo.
El divertido jactarse del infierno cuando aún se está muy lejos, pero el paraíso duele por no tener la talla de alas mas que para volar en picada hacia ese parque de inhumaciones que reina la dicha de la angustia por el sentimiento. La orfandad llena siempre mi mente, clamando las horas; pensando que antes, de menos, podía rezar plegarias honestas y ahora me vanagloriaría con disfrutar de menos, un momento pleno, bajo una mística que la vida pueda dar de sus muchas relaciones que tiene la felicidad.
Felicidad que dura palabra, más que confundir la alegría alejándose más del éxtasis, entrando en la profundidad de perder los sentidos por olvidar la personalidad mental que acarreaba mi personita. Me caía bien, yo me caía bien, pero voltear en una tarde con vista de madrugada oceánica, navegando con velas caídas y timones rotos, los estribos parecen odiar al almirante, que con trabajo, no ha invitado a algún tiburón amigable para descansar sus restos bajos sus colmillos; me caía bien… Carajo, sé a qué punto comienza a maullar el gemido de perder, cuando el vacío te quiere odiar, ese es el jodido punto dónde está la chingada. Ante todo, cabe en una canción, Como lo hice yo.
lunes, 5 de abril de 2010
Bregar decisivo
La controversia se expande entre los días, todos los días y a cada hora que se suelta en la mañana y en los minutos donde se carga el mundo a través de momentos polares que se estrellan con el suelo, todos los días lo pienso y no sé si debo hacer caso devoto del brear que me sacude el loto diario de diurnos momentos: ir a la escuela; más que eso… estudiar Actuaría.
El número y Pitágoras, ambos con una estrecha relación casi concebida con un amor que gira entro ecos de cristales y mareas que navegan tras el universo. Y es esta cuantificación mágica y ritual que su valor trascribe en una meditación estrecha con la inducción universal a través de este número que peregrina en la sombra de la piel de cualquier ente, transformándolo en un arquetípico que se encierra desde la unidad relacionada con cualquier singular multiplicado con su aversión melancólica que tiene por agregarse, la unidad está presente en cualquier valor singular mutado de éste.
Pero a tanto, no sé qué es lo que escribo… tal vez reducciones materiales de mi vaga mente ante la interrogación de matices bajos e inescrupulosas dudas de continuar en el abismo que me deja día tras días, mañana tras mañanas. Y no es que me fastidie compartir mi muerte en los lazos de los números, simplemente no es mi sueño; aunque no sé si sea mi destino destilarme en el albor matinal de despertar y dormir, con la única y divisoria obligación social de ir a orinar y tomar café en la escuela cuando puedo gozar de arcanas satisfacciones liricas en mi casa.
Al parecer las crisis de los modelos históricos ya consumados son lo estatutos de los próximos, engaños cíclicos que corrompen entre la organización de formular verdades en falacias consumadas que están muy lejos de realidades necesarias, y eso, hermanos de su lejana abuela, es inspiración desecha en el agotamiento de construir lo peor con lo mejor. Tal vez, en el fondo el sistema es artístico, una gama de énfasis contra la naturaleza que concibe los ciclos de la destreza estética con un fin, en el que sus revoluciones sean de una potencia exacta que haga sacar los ideales del radio y lleguen como un suave perfume que contemple un bienestar fructífero, ideal que lleva impregnado un elocuente control más allá de nuestra vidas, más allá de la molestia de tomar nuestro propio sufragio.
Un sistema que protagonice desde un tercero la invocación de decisiones según convenga el clímax de los ideales, convirtiendo la muerte en un decisión exacta con todo y nuestros acotos momentos y actos que le anteceden; después de todo, la cárcel perfecta es el orden, última inquisición que quiere un Dios y Mefisto que vive en la fantasía, en el desorden de la objetividad, en el levitar orionauta que me lleva todos los días a pensar qué hago yo en este claustro mental de academias, escribiendo poemas en sus cátedras y viviendo en la solitaria sociedad, supongo que ya me atrapo…
El número y Pitágoras, ambos con una estrecha relación casi concebida con un amor que gira entro ecos de cristales y mareas que navegan tras el universo. Y es esta cuantificación mágica y ritual que su valor trascribe en una meditación estrecha con la inducción universal a través de este número que peregrina en la sombra de la piel de cualquier ente, transformándolo en un arquetípico que se encierra desde la unidad relacionada con cualquier singular multiplicado con su aversión melancólica que tiene por agregarse, la unidad está presente en cualquier valor singular mutado de éste.
Pero a tanto, no sé qué es lo que escribo… tal vez reducciones materiales de mi vaga mente ante la interrogación de matices bajos e inescrupulosas dudas de continuar en el abismo que me deja día tras días, mañana tras mañanas. Y no es que me fastidie compartir mi muerte en los lazos de los números, simplemente no es mi sueño; aunque no sé si sea mi destino destilarme en el albor matinal de despertar y dormir, con la única y divisoria obligación social de ir a orinar y tomar café en la escuela cuando puedo gozar de arcanas satisfacciones liricas en mi casa.
Al parecer las crisis de los modelos históricos ya consumados son lo estatutos de los próximos, engaños cíclicos que corrompen entre la organización de formular verdades en falacias consumadas que están muy lejos de realidades necesarias, y eso, hermanos de su lejana abuela, es inspiración desecha en el agotamiento de construir lo peor con lo mejor. Tal vez, en el fondo el sistema es artístico, una gama de énfasis contra la naturaleza que concibe los ciclos de la destreza estética con un fin, en el que sus revoluciones sean de una potencia exacta que haga sacar los ideales del radio y lleguen como un suave perfume que contemple un bienestar fructífero, ideal que lleva impregnado un elocuente control más allá de nuestra vidas, más allá de la molestia de tomar nuestro propio sufragio.
Un sistema que protagonice desde un tercero la invocación de decisiones según convenga el clímax de los ideales, convirtiendo la muerte en un decisión exacta con todo y nuestros acotos momentos y actos que le anteceden; después de todo, la cárcel perfecta es el orden, última inquisición que quiere un Dios y Mefisto que vive en la fantasía, en el desorden de la objetividad, en el levitar orionauta que me lleva todos los días a pensar qué hago yo en este claustro mental de academias, escribiendo poemas en sus cátedras y viviendo en la solitaria sociedad, supongo que ya me atrapo…
domingo, 10 de enero de 2010
Breve consuelo
Escuchas latir al corazón entre el arco de los segundos, óptimos para lanzarte entre la imaginación hacia un nuevo y satisfactorio mural de cromáticas dimensiones. Recorres la acuarela dibujando el amor, subiendo y trazando cualquier ilusión; la noche se cierra al enjambre de tu inquisición; inquisición que tortura y a la vez te lleva, de frente y por los labios, caricias del dolor. El portal se estrecha hacia la ocasión: -¡Crúzalo, a inspiración!
Ahora, la hora de la luna mercurial en tu habitación. Ahora, la hora de pensar dentro de la locura el grito que aúlla el alcohol: “-¡Estréchame lejos amor! He venido a tu balcón sólo para pedirte perdón; huye, huye. No dejes que comience a recordarte cuando volemos al corazón”. Y es que no es el alcohol, es tu voz la que grita en desolación.
Desolación. Breve consuelo de nuestra imaginación, prendido al sentimiento y a la sensación de su cuerpo al estrecharte con sus ojos, al perderte a la estrellas lejanas, al pasar labios y cosquillas de mímicos deseos que se despliegan desde sus senos. –“¡Y es que ahora la recuerdo!; bebiendo con hambre, devorando con sed. La recuerdo al olvido de sus mejillas, de sus pupilas, de su vida… puede que la haya conocido en mi recuerdo. Desolación”.
La libertada aumenta, sólo para conocer sus caderas. Cierras los ojos y levitas: –Cuidado, estás con Dios. Te sonríe a una cadena y te sopla al aliento de perdón-. –“Lo siento Dios, no he vivido, aún merezco tu perdón”.
-Jugaste a ser Hefesto y Apolo al mismo tiempo. Sorpresa mi hermano, eres mortal y con alas sin poder volar. Piérdete lejos, escóndete cerca; donde todos te vean al crepúsculo de tu sonrisa que simboliza el matinal de tus lágrimas. Juega con la luna, únete al viento, sécate con la luna, destroza la naturaleza. Eso, eso. Sé artista, arte de mis milenios danzando en silencio; locura de tu derrota, alza de mis espejos. Jugaste a pedir Mefisto, rezando por silbar con Dios. Vacío esperando, maldito entre tu destino; todos pueden leerte y pocos comprenderte. Ella puede verte pero nunca amarte.
Volteas a reflejo, pierdes con tu firma el tiempo. Qué importa, cuando tú voltees, ella ya se habrá ido lejos, lejos y dentro tu corazón. Y sacas las garras, en su gancho y filo encuentras la razón de abrirte las pupilas con los ojos húmedos; porqué no quieres perder su última figura y quieres estar al péndulo de su eternidad, las sacas. El cuadro es perfecto que rebasa cualquier paisaje, el último dónde la veas, el último dónde ella lo sepa. Rebanando a piedad del sosiego; siendo un héroe sin saberlo, tomas tus ojos mientras las acuarelas siguen sangrando. Tus ojos tirados, tus ojos olvidados. Ciego la ves. Ciego la quieres. Ciego la amas.
Escuchas latir el corazón, porque ella bosteza con tu recuerdo, y el arco se extiende hasta ser recto. -El cuadro está perfecto, puedes pasar a su olvido; puedes pasar a la historia con tirarte sin salida al vació que se asoma.
“Ilustre mural, pagano de colores, estás listo en su retrato; sólo he dibujado un punto, sólo veo un punto, creo que mi vacío le va gustar hasta escuchar mis canciones de soledad. Creo que soy ciego y no pudo verte, pero ella esta ahí, en un bello corcel que cabalga su jinete. Y yo aquí, convirtiendo el punto en letras, en panoramas de alegorías; en crudas fantasías. En poesía. Exclamando sin sentido; como un breve consuelo, eso es. Un breve consuelo: Suerte.”
Ahora, la hora de la luna mercurial en tu habitación. Ahora, la hora de pensar dentro de la locura el grito que aúlla el alcohol: “-¡Estréchame lejos amor! He venido a tu balcón sólo para pedirte perdón; huye, huye. No dejes que comience a recordarte cuando volemos al corazón”. Y es que no es el alcohol, es tu voz la que grita en desolación.
Desolación. Breve consuelo de nuestra imaginación, prendido al sentimiento y a la sensación de su cuerpo al estrecharte con sus ojos, al perderte a la estrellas lejanas, al pasar labios y cosquillas de mímicos deseos que se despliegan desde sus senos. –“¡Y es que ahora la recuerdo!; bebiendo con hambre, devorando con sed. La recuerdo al olvido de sus mejillas, de sus pupilas, de su vida… puede que la haya conocido en mi recuerdo. Desolación”.
La libertada aumenta, sólo para conocer sus caderas. Cierras los ojos y levitas: –Cuidado, estás con Dios. Te sonríe a una cadena y te sopla al aliento de perdón-. –“Lo siento Dios, no he vivido, aún merezco tu perdón”.
-Jugaste a ser Hefesto y Apolo al mismo tiempo. Sorpresa mi hermano, eres mortal y con alas sin poder volar. Piérdete lejos, escóndete cerca; donde todos te vean al crepúsculo de tu sonrisa que simboliza el matinal de tus lágrimas. Juega con la luna, únete al viento, sécate con la luna, destroza la naturaleza. Eso, eso. Sé artista, arte de mis milenios danzando en silencio; locura de tu derrota, alza de mis espejos. Jugaste a pedir Mefisto, rezando por silbar con Dios. Vacío esperando, maldito entre tu destino; todos pueden leerte y pocos comprenderte. Ella puede verte pero nunca amarte.
Volteas a reflejo, pierdes con tu firma el tiempo. Qué importa, cuando tú voltees, ella ya se habrá ido lejos, lejos y dentro tu corazón. Y sacas las garras, en su gancho y filo encuentras la razón de abrirte las pupilas con los ojos húmedos; porqué no quieres perder su última figura y quieres estar al péndulo de su eternidad, las sacas. El cuadro es perfecto que rebasa cualquier paisaje, el último dónde la veas, el último dónde ella lo sepa. Rebanando a piedad del sosiego; siendo un héroe sin saberlo, tomas tus ojos mientras las acuarelas siguen sangrando. Tus ojos tirados, tus ojos olvidados. Ciego la ves. Ciego la quieres. Ciego la amas.
Escuchas latir el corazón, porque ella bosteza con tu recuerdo, y el arco se extiende hasta ser recto. -El cuadro está perfecto, puedes pasar a su olvido; puedes pasar a la historia con tirarte sin salida al vació que se asoma.
“Ilustre mural, pagano de colores, estás listo en su retrato; sólo he dibujado un punto, sólo veo un punto, creo que mi vacío le va gustar hasta escuchar mis canciones de soledad. Creo que soy ciego y no pudo verte, pero ella esta ahí, en un bello corcel que cabalga su jinete. Y yo aquí, convirtiendo el punto en letras, en panoramas de alegorías; en crudas fantasías. En poesía. Exclamando sin sentido; como un breve consuelo, eso es. Un breve consuelo: Suerte.”
domingo, 4 de octubre de 2009
A silencio del refugio---
A la luna llena de la lírica noche, entre líneas que sostienen mi cadáver y entre las criptas nebulosas que escurren de mi ojos; va una pequeña lágrima escurriendo desde la sangre, pasando desde mis recuerdos hasta el presente, ahuyentando cuando llama a mis fantasmas; mi vida sostenida de un sueño, sólo en el naufragio de mis ilusiones por el tiempo recurrente fuera de opciones. Hoy no me importa si soy bueno o malo, si de mí se pronuncia mi nombre como una tutela de engaños, de fugaces mentiras como peldaños; no interesa nada, sé que he sido lo que el destino sigiloso condenaba, aquí estoy arrullando la soledad para que me abandone, sin importar las letras que desbordan de caudales que socorren mi sentimiento; éste que es romántico de mala suerte, lleno de espinas a donde se habla con la boca herida, al que entre ciudad y mármol guarda la hora de despedida; ¿qué día es hoy Dios? Vida de albores sumergidos al viejo sueño de mi fantasía, sigo hundido al tiempo en que cerraba estrepitosamente mis ojos para ver el cielo… ¿Qué ha pasado hoy con ese mágico infierno?
Sonrió cuando lloro, lloro cuando río. Penas entre alegorías, sólo quiero quitar hoy el miedo. Ayer fue el día en el que se desplomaron mis sueños, no los quise poner todos en la dicha que acabo siendo triste agonía, sentimientos a desborde tomaron mi vida, padecer hasta nunca el nuevo día, noches menos eternas que fugaces estrellas entre lágrimas deprendidas del alba al alma, ¿qué es hoy la partida? Voy sosteniendo este infeliz tiempo, que sólo ha titubeado del recuerdo, de míticas orillas de lo que fui por lo que ahora me escondo. Pienso entre salvajes laberintos, si amar ha sido tan crudo como para no morir, ella supo mis sentimientos; y sin culpar a nadie de toda desgracia, los tiró desde su recámara al vacío que hoy me encierra sonreír cuando debo llorar, llorar cuando debo sonreír: pauta de mis sentimientos, prefacio de la locura; en mi cuarto se pasean lúdicas imágenes de libres sueños, profanando mi vida, negándome una a cada vez. Y este triste padecimiento, va acompañado de menguantes alegrías, de pedazos a cada noche que desprenden mi naturaleza; sé que valía todo desgaste, pero ahora no sé a dónde me acerco, si a las llamas de la salvación o si a al placer de la perdición.
Me interno a un rincón, marchito como la ciudad, escondido al miedo de que el último respiro olvide la esperanza, sé que nací entre ráfagas felinas sosteniendo mi constelación, y que he mareado al destino al navegar desde mi condición; pero fin crudo y opuesto hasta esta hora, que fuera de mis sentimientos, mi razón no dicta para que vivir a lo menos otra semana más; jugué a llamarme misántropo sin fundamento… y ahora aquí pagando las palabras inscritas desde la locución.
Caída a misántropo, desde el horizonte al alba, con los dedos partidos de señalarme como el salvador desde el mal. ¿Qué ha sido hoy si no soy yo? ¿Qué fértil espíritu con devoción a diversión ha tomado mi garganta cuando el miedo se expresa a los pocos segundos de ser yo? El mundo dura poco y más la vida, hoy pago entre ruina las escamas del amor. Y sí, es amor. Pero prendido a un enojo a veces puede parecer rencor; pero es la simple respuesta a mi dolor la que me hace decir que es amor; que frágil soy cuando titubea la ilusión.
Al silencio del refugio, llamando mi pasado para perder mi futuro, confiscando años para lucirlos, opaco desde la risa brillo cuando las lágrimas sonríen, adyacente desde la letra al poema, nada fuera de un anhelo de recorrer la vida cuando pienso en qué es ella misma. Felino que respira del sol cuando de noche parece ser, incoherente con pasear de renglón a renglón sin encontrar menos decepción. Al silencio del refugio, que hoy es vida, mi realidad, mi novela, mi cuento, mi fabula, mi mito, mi laberinto, mi poema. A silencio del refugio, que hoy comienza.
Sonrió cuando lloro, lloro cuando río. Penas entre alegorías, sólo quiero quitar hoy el miedo. Ayer fue el día en el que se desplomaron mis sueños, no los quise poner todos en la dicha que acabo siendo triste agonía, sentimientos a desborde tomaron mi vida, padecer hasta nunca el nuevo día, noches menos eternas que fugaces estrellas entre lágrimas deprendidas del alba al alma, ¿qué es hoy la partida? Voy sosteniendo este infeliz tiempo, que sólo ha titubeado del recuerdo, de míticas orillas de lo que fui por lo que ahora me escondo. Pienso entre salvajes laberintos, si amar ha sido tan crudo como para no morir, ella supo mis sentimientos; y sin culpar a nadie de toda desgracia, los tiró desde su recámara al vacío que hoy me encierra sonreír cuando debo llorar, llorar cuando debo sonreír: pauta de mis sentimientos, prefacio de la locura; en mi cuarto se pasean lúdicas imágenes de libres sueños, profanando mi vida, negándome una a cada vez. Y este triste padecimiento, va acompañado de menguantes alegrías, de pedazos a cada noche que desprenden mi naturaleza; sé que valía todo desgaste, pero ahora no sé a dónde me acerco, si a las llamas de la salvación o si a al placer de la perdición.
Me interno a un rincón, marchito como la ciudad, escondido al miedo de que el último respiro olvide la esperanza, sé que nací entre ráfagas felinas sosteniendo mi constelación, y que he mareado al destino al navegar desde mi condición; pero fin crudo y opuesto hasta esta hora, que fuera de mis sentimientos, mi razón no dicta para que vivir a lo menos otra semana más; jugué a llamarme misántropo sin fundamento… y ahora aquí pagando las palabras inscritas desde la locución.
Caída a misántropo, desde el horizonte al alba, con los dedos partidos de señalarme como el salvador desde el mal. ¿Qué ha sido hoy si no soy yo? ¿Qué fértil espíritu con devoción a diversión ha tomado mi garganta cuando el miedo se expresa a los pocos segundos de ser yo? El mundo dura poco y más la vida, hoy pago entre ruina las escamas del amor. Y sí, es amor. Pero prendido a un enojo a veces puede parecer rencor; pero es la simple respuesta a mi dolor la que me hace decir que es amor; que frágil soy cuando titubea la ilusión.
Al silencio del refugio, llamando mi pasado para perder mi futuro, confiscando años para lucirlos, opaco desde la risa brillo cuando las lágrimas sonríen, adyacente desde la letra al poema, nada fuera de un anhelo de recorrer la vida cuando pienso en qué es ella misma. Felino que respira del sol cuando de noche parece ser, incoherente con pasear de renglón a renglón sin encontrar menos decepción. Al silencio del refugio, que hoy es vida, mi realidad, mi novela, mi cuento, mi fabula, mi mito, mi laberinto, mi poema. A silencio del refugio, que hoy comienza.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
Silencio y sonidos
Ya es tarde para recrear las constelaciones, abrazar los ojos de dios y predicar al silencio. Resulta que nadie gana un concurso de cuento; y que ahora batallo escribiendo poemas a exageraciones subalternas de posibilidad artística; tres poemas diarios infartan las funciones vacías que dilapidan la mañana, les cortan las cejas a las matrices para desayunarlas al crepúsculo de la noche, y una extraña tortura sale a renacer el siguiente predicado: No he jugado Warhawk, ya me chingue por mucho tiempo; necesito matar al chango. Pero nada de esto es menos importante que soltar los días que fueron el paraíso en las lúdicas vacaciones a fracciones del deísmo de la hueva y el ocio de pilares diversiones. Sigo entre la interrogante: ¿qué hago en actuaría? ¿Acaso la fantasía; aburrida entre mis días, decidió ir al yugo de la vida diaria, para azotar entre agonías una alegoría congruente a una respuesta que madrugue la filosofía de mi vida entre esta vía? No lo sé, de veces me pregunto que haría siendo yo sólo un actuario, y he concluido cosas que recriminan la atrocidad: Ser unánimemente feliz, casarme entre tradiciones muertas y vivas al consuelo de semejante rito, tener los hijos de los que soy yo y ser ellos la justicia de mis desmadres con mis padres (que fatal destino divino), levantar el ánimo diario y madrugar en la hora a la cual debía estar durmiendo, desayunar cordialmente entre sonrisas a próximas copulaciones mientras calculo que proporción deben ser el tamaño de ésta y mis sentimientos para imitarlos y saltar a fornicar a la próxima presa (eso no suena tan mal =D), fingir entre los intermediarios elocuentes con cara de equilibrio económico a través de pilares supersticiosos de primas congruentes a la realidad vendada de legitimidad, seguir la rutina diaria hasta convertirla en el artificio elocuente que dicte la tradición de mi urna inhumada entre las eyaculaciones que sufre dios al marcar los segundos y apretar los botones que conviertan los números en mutaciones ideológicas y pictóricas antes de renunciar a la locura. De pies a dedos, y con palabra en mano: no lo creo.
Desde hace tres semanas que voy por un sueño, pero esto me ha convertido en un paranoico perezoso, en agudo blog de AbrXas =D, he dejado de escribir los poemas que he escrito desde el cinco de septiembre, esto por el libre pensamiento de que algún hijo de más golfa madre que nada me robe mis poemas; ¡así es!, existe en mi esta idea sistemática y crucial (espero que no sea así, ya que si es de este modo; espero que ese personaje pútrido de la menstruación de su abuela se revuelque cuando me lo encuentre en el infierno y este dispuesto a batir mis letras a punta de madrazos), pero esta fruslería a marcado la desaparición de quince poemas más (Aparte… qué, ni tengo lectores, sólo fantasmas que bendigo por leerme), espero su más irónica sonrisa, y en poco tiempo comenzare a publicar los poemas dignos de alaridos.
El premio será lo suficiente para mantenerme dos años, vivir en el paraíso y tomar todo el pecado que nunca ha existido, pero dejando las monedas para otro saco, mi móvil no es ese baúl lleno de sonrisas (pero si viene con él, ¿qué hacer?) mi prioridad es escribir, leerme, saber lo que soy más allá de mis labios, críticos al suspenso de mi nombre, saber que soy un escritor al margen de los clásico ídolos y dioses de letras, ese es el pergamino de mis letras.
Por otra parte y pocos saben, en este breve diario de sólo hoy, que me intenté ligar a una chica que trabajaba por las hamburguesas de mi pueblo; era linda, sus ojos eran la sustancia anecdótica de la biblia, y su sonrisa podía perforar los sueños más estremecedores, se llama Mirii; o de menos, creí y entendí eso después de preguntarle su nombre tres veces, ¡pero sorpresa! No todo salió bien, apareció un sujeto menos predecible a la fatalidad, la última vez la vi llorando y me quede esperando una hora para poder ir y consolarla, pero ¡Oh sorpresa de nuevo! Su mamá fue por ella, y yo salí a navegar mares y cruzar tiburones a las aletas de cielo por una semana y la perdí. Resulta que regrese a buscarla y no ha estado, que triste ha sido, pero tengo una rara sensación de que todo será mejor de lo que ya es. Inspiró varias páginas de la novela en curso, y me gustaron mucho las hamburguesas que servía ahí. ¡¡Ah, también inspiró dos poemas!! =D
Pero así está la vida de mi cuerpo, pasando a su debido tiempo. Por otra parte, me cagan los insectos con cuerpo de humanos y que prosiguen y persiguen la confusión de un engaño de si mismos; jodidos bastardos de pocos padres y crucificados en si mismos, se joden de si mismos, pero bueno, basta de blasfemar y adjudicar dosis de críticas a aquéllos imbéciles.
Silencio y sonidos cuando regreso inyectado de café, aferrado a mi cama sin soltar la opulenta tortura de los juicios, de qué hacer con mi vida, de vivirla más antes que los segundos rompan el tiempo en mi cuerpo.
Vivo por las letras, a letras vivo, nada fuera de la inspiración sobresaltada por mujeres de dulce vida, poesía inequívoca a la eternidad. Y es majestuoso recordar el proverbio de un laberinto, de Francisco Castañeda: “Para alcanzar la inmortalidad es necesario morir”
miércoles, 2 de septiembre de 2009
Fragmento de: La vida despertando po la muerte:_:_:
La escena había quedado perfecta: la lluvia, la tarde, la hora, la esquina, el carbón destrozándote la garganta por el olor de hamburguesas, el hambre que se había convertido en un corazón palpitando sobre tu lengua, tu inseguridad cubierta de una sonrisa cuando la viste, la ventana desde donde asomaste con pétalos la vida, el idear un pretexto para quedarte ahí más segundos. Todo convertido a tus obsesiones con vista a tus ilusiones, que de un instante se perdieron al contraste de críticas conversiones. Recuerdas la imagen, sí te importa, pero ni modo de pensar en los sonidos de sus caricias y el crujir de sus besos cuando ella se sentó con él, y tú, sólo mirabas por la ventana una salida que podía perforar todo latitud de tristeza sin derramar una lágrima o mostrar los esquizofrénicos momentos que huían de tu pecho, sólo seguiste sentado y comiendo la hamburguesa.
Cuando saliste pensaste en no volver, que la lluvia que caía te llevaría lejos, que lo olvidarías mientras conduces de regreso, que otra te llenaría los ojos hasta volver a romperlos. Pero a la vuelta te das cuentas que estás incrustado a la curiosidad, a los acertijos que lanza el espejismo de verla sonreír con los ojos pardos que ciegan al cielo, al misterio que te entierra a seguir pensando en ella. La lluvia sigue cayendo y sus gotas pretenden ser las lágrimas que no lloras, tienes que volver; ahora, siempre y cuando sea, no soportas dejar de intentarlo hasta llevarla a la orilla de la luna para decirle cuánto te gusta.
Mañana, dentro de dos días, en una semana; no importa mientras ella no se extinga, la obsesión te va transportando sobre el tiempo y te vas columpiando suavemente a su mirada que se extiende a regiones de recordarla mientras sigues repasando qué día irás antes de que las venas se sequen cuando ella te las corte. Pensando en qué dirás, en qué espina te detendrás para ubicarte dentro de su piel y colgarte de su gravedad para oscilar dentro de sus pensamientos a cada día y noche; siguiéndola y amparándola con el vértigo que cae desde tus brazos, cazando y cayendo a su amor.
La lucha mortal con el instante y el eterno salto a las curvas de adrenalina, el sabor de sudor que te penetra hasta el dolor, tu vida girando a la libertad mientras más la recuerdas. Mano a mano, vas entre días; sosteniendo las palabras desde tu lengua para fulminar rituales, emblemas, ciudades vedadas, silencios livianos que pesan en la memoria. Porque no has vivido el pasado de tus días, frente a un presente que se va conjugando entre lágrimas que van sonriendo desde la soledad; aquella que se envolvió a tu pies mientras caías al murmuro de tus propios sentimientos desbordados por ella.
Dedicando piel al tiempo, sobornando y legalizando el espejo, conjurando frente a un Dios que promete ser real, confiscando tu alma para llorarla al perderla; todos lo días de noches, a cada suspiro: A nuestra alma. Los sonidos de tu boca se escurren entre tus dientes, tratando de perforar del manicomio la esperanza, sacarla a que arda entre mortales, procurarla de tormento para invocar sobre tus noches la crítica hora en que se pasean tus pensamientos.
Hoy, mañana y siempre, comprando risas a alegría, con la opción de girar al cielo hacia las nubes, respirar y olvidar que ha pasado más tiempo que un futuro tardío, nebuloso y pausado entre tu garganta que expira al respirar hacia los negros puntos entre tus ojos que anulan la opción de libertad, nada se vuelve hacia ti, sólo períodos incoherentes a la raíz de tu obsesión. Historias pérdidas al azul del cielo, cuadros profético s y ensalmados al oído del vacío, del que has caído desde su gravedad para ahogarte, para salvarte.
Magnitudes ensanchadas de saliva, a la crítica de tus propias fabulas y con un resorte que te permite rebasar cualquiera de las alas ya vedadas, amarrado sin escape a la realidad cubriendo al destino en una cristalización amarga que dura en una ilusión lírica, nada es menos importante que nadie, confundido entre las monedas que vendieron tu nacimiento y ciego a los cariños, que pasajeros vas encontrando y llenando al libertinaje, porque está es tu vida; la sensación mítica de segundos y clasificaciones mortales, chico entre los grandes y antiquísimo entre los clásicos, has revivido de la tumba, excavado el último hueso para armarlo, huyendo de las criptas para refugiarte entre el olvido de tu epíteto, locura al pasado sepelio, muerto a sensaciones y portal de ilusiones, al fin de todo: escribes.
Cuando saliste pensaste en no volver, que la lluvia que caía te llevaría lejos, que lo olvidarías mientras conduces de regreso, que otra te llenaría los ojos hasta volver a romperlos. Pero a la vuelta te das cuentas que estás incrustado a la curiosidad, a los acertijos que lanza el espejismo de verla sonreír con los ojos pardos que ciegan al cielo, al misterio que te entierra a seguir pensando en ella. La lluvia sigue cayendo y sus gotas pretenden ser las lágrimas que no lloras, tienes que volver; ahora, siempre y cuando sea, no soportas dejar de intentarlo hasta llevarla a la orilla de la luna para decirle cuánto te gusta.
Mañana, dentro de dos días, en una semana; no importa mientras ella no se extinga, la obsesión te va transportando sobre el tiempo y te vas columpiando suavemente a su mirada que se extiende a regiones de recordarla mientras sigues repasando qué día irás antes de que las venas se sequen cuando ella te las corte. Pensando en qué dirás, en qué espina te detendrás para ubicarte dentro de su piel y colgarte de su gravedad para oscilar dentro de sus pensamientos a cada día y noche; siguiéndola y amparándola con el vértigo que cae desde tus brazos, cazando y cayendo a su amor.
La lucha mortal con el instante y el eterno salto a las curvas de adrenalina, el sabor de sudor que te penetra hasta el dolor, tu vida girando a la libertad mientras más la recuerdas. Mano a mano, vas entre días; sosteniendo las palabras desde tu lengua para fulminar rituales, emblemas, ciudades vedadas, silencios livianos que pesan en la memoria. Porque no has vivido el pasado de tus días, frente a un presente que se va conjugando entre lágrimas que van sonriendo desde la soledad; aquella que se envolvió a tu pies mientras caías al murmuro de tus propios sentimientos desbordados por ella.
Dedicando piel al tiempo, sobornando y legalizando el espejo, conjurando frente a un Dios que promete ser real, confiscando tu alma para llorarla al perderla; todos lo días de noches, a cada suspiro: A nuestra alma. Los sonidos de tu boca se escurren entre tus dientes, tratando de perforar del manicomio la esperanza, sacarla a que arda entre mortales, procurarla de tormento para invocar sobre tus noches la crítica hora en que se pasean tus pensamientos.
Hoy, mañana y siempre, comprando risas a alegría, con la opción de girar al cielo hacia las nubes, respirar y olvidar que ha pasado más tiempo que un futuro tardío, nebuloso y pausado entre tu garganta que expira al respirar hacia los negros puntos entre tus ojos que anulan la opción de libertad, nada se vuelve hacia ti, sólo períodos incoherentes a la raíz de tu obsesión. Historias pérdidas al azul del cielo, cuadros profético s y ensalmados al oído del vacío, del que has caído desde su gravedad para ahogarte, para salvarte.
Magnitudes ensanchadas de saliva, a la crítica de tus propias fabulas y con un resorte que te permite rebasar cualquiera de las alas ya vedadas, amarrado sin escape a la realidad cubriendo al destino en una cristalización amarga que dura en una ilusión lírica, nada es menos importante que nadie, confundido entre las monedas que vendieron tu nacimiento y ciego a los cariños, que pasajeros vas encontrando y llenando al libertinaje, porque está es tu vida; la sensación mítica de segundos y clasificaciones mortales, chico entre los grandes y antiquísimo entre los clásicos, has revivido de la tumba, excavado el último hueso para armarlo, huyendo de las criptas para refugiarte entre el olvido de tu epíteto, locura al pasado sepelio, muerto a sensaciones y portal de ilusiones, al fin de todo: escribes.
lunes, 10 de agosto de 2009
Ad vitam aeternam

Cerca de veintiún horas a cumplir años y lejos de los suaves pensamientos, con el vértigo que se va enrollando entre mis manos de pensar en el tiempo, clasificándolo entre pórtales que habitan en la temible conciencia de mi suelo, de mi vida, de la franca inquisición con la puerta sostenida al aire mientras volando algún día se abra entre el eterno suspenso de haber recordado algo entre el juego. Siendo franco con la noche, levitándola hasta realidades que se van reflejando entre sueños que protestan las fantasías de las que prendí mi vida; donde aparece ese niño probando su imaginación, convirtiendo todo imposible en actos que se pasean en su mente, sosteniendo la libertad desde el pupitre cuando cerraba sus ojos, deslumbrado por la cortina negra a la que se sometían las estrellas mientras la velocidad de la gravedad lo transportaba hasta la magia que deslumbra a los inmortales, mientras… él sigue plasmado en la imagen y jurándole, con una sonrisa, que lo logrará.
Recordar el sueño, rezar por la fe que va sangrando desde el fondo de la pasión, pasando por el dolor para mitificar la oración, probando los recuerdos para hacer más intrépida la devoción; porque el anhelo soy yo, devorando la metamorfosis para engañar al destino, sobrevolando las alas para quedar atrapado entre las garras, deslizándome entre la locura para decolorar al espejo sobre las letras, colocando poemas sobre sus senos, acariciando las estrofas para apostar por el ego, éste; él que se consuela con pensar que el final sólo será el comienzo.
Días sobre noches, pasos a segundo sobre el universo, sosteniendo la vida desde el alma, conjurando los secretos, legalizando la mortalidad sobre la eternidad; escuchó la fecha desde hace horas; acudiendo puntual entre los astros y la perfección de engatusar la esclavitud, y su condena es larga desde mi mente; pregunta con los siglos sostenidos sobre sus pestañas, acude a mi vida como un sarcasmo cotidiano, pero no hay respuesta y lo mejor es que nunca la habrá, que todos los que cegaron sus labios al pronunciar sus alegatos han quedado marchitos entre sus páginas, muertos entre el silencio que llega con la inmortalidad.
El fin de la primera persona parece que se aleja mientras más profunda llega a ser la breve ontología del nacimiento, profanando la demencia con la locura y arrojándose hacia el vientre que obra con amar. Y no es que extrañe algo del pasado, no es el ombligo que abro en el cielo; sólo me aturde Su ironía. El cementerio es extenso, reclusos sobre cuerpos aún en movimiento, acosando la justicia sobre sus mismas heridas, agudizando las lágrimas de sus venas; todo es transparente tal como su existencia.
Y ahora, a una semana de entrar fuera de mi paraíso, sin desmayar el rigor en un gimnasio, sin quedar a la luna mientras sigo escribiendo, acorralando entre el sueño de haber pasado sobre diecinueve años, con las caricias que van acarreando la inspiración sobre la ciudad, con unos breves pensamientos que de desglosan entre sonrisas, con la orilla de un sentimientos que me hipnotiza a seguir; puedo decir que hoy he vivido como prefiero, que la vida no me es corta, lo es el pensamiento que pretende ser mi relojero, la masa que elige ser social de sus muertos; no me importa, el momento es perfecto, las campanas brillan sobre la hora y el presente se sostiene.
Apostar por la fecha, seguir pegado al azar, reír y gozar; nada llena más que seguir jodiendo al mundo. Mis suspiros velan entre mis sentimientos, con el aturdido emblema que se perfora entre artificios de conjugación: jugar, soñar, amar, odiar, lidiar, imaginar, pronunciar, apostar, levitar, manejar, levantar, burlar, pensar, tocar, recordar, olvidar, tomar, perdonar, resucitar, mitificar, blasfemar, joder, besar, ser, construir, sentir, prostituir, escribir, morir, vivir.
La fecha se va pegando a mis labios: diez de agosto, diecinueve años. Y después de todo, no me importa que esté pegado a la mortalidad, hace tiempo que perdí al miedo, y siempre, mientras lo logré, hasta la muerte de vivirla.
Hasta la muerte de vivirla…
jueves, 9 de julio de 2009
FrAgMento de: La vida despertando por la muerte
Confundiendo la gracia entre el atrevimiento de crearla, cercando las nubes entre mosaicos, iluminando las capsulas de iris ante el movimiento crepuscular de unos ojos hipnóticos hasta el desierto, llamando toda sensación para que se asfixie por momentos de la realidad, clamando a esa realidad mientras se plasma bailando sobre cualquier borde de perfección; no importa que los errores cometan el hermetismo de reducir tu vida a cenizas, porque ahí está ella. No importa la distancia, calculas entre sus ojos la mirada que plasme sus labios; derritiéndote cuando su rostro se cubre de luz entre la longitud de la oscuridad, temes que cualquier tema sea necesariamente innecesario; porque no sabes que hacer entre el fuego de su posible control, y lo último que te puede salvar es suicidarte, al aventarte sobre un intrépido segundo que te corone sobre las estelas que la dilapidan de un sentimiento que para ti, resume todos los antecedentes filosóficos en armónicos panoramas de fácil comprensión y una exquisita sensación; porque tratas filtrarte sobre sus pensamientos, asomarte entre sus sueños, entretener sus diversiones al misterio de desaparecerte. No hay más que verla, sonreír sobre el suelo para observarla entre las caderas de la luna; porqué ella no es mortal, no debe serlo. Pero sigues motivando sus sonrisas sobre esta mañana, que se revuelca entre la confusión de arrojar todo al carajo, para poder rescatarlo desde las alas que ahora te llegan sonriendo desde la esquina en la que se encuentra.
No importa cuánto has mentido, no tienes que rescatarla; sólo tienes que enrollar tu vida al sentido de la suya, porqué el sueño es de menos azar de lo que crees. No importa saltar entre los torbellinos que ataquen, porque te llevarán directo sobre el silencio de exhumarla entre los ramos enterrados que oscilan sobre sus ojos, aquellas ilusiones que mastica su vida que su sonrisa te muestra. Nada lamenta el momento; porque ahora es único. El universo revuelto por la eternidad que pasa sobre lo segundos, sigue transcurriendo entre la forma de allanar tus sentimientos; sólo es cosa de simplificar las cosas, de transitar de mil formas el aroma de su sonrisa, flotando hacia su cuerpo y enterrándote sobre las promesas de sus sensaciones, no habrá más que ir al borde de tus locuciones para encerrarla al interés fatal de la curiosidad, porqué navegar al comienzo de mitificarla, es cristalizar la inspiración que los lleva al borde de una posible locura mutua.
Porque la extensión de sus ojos de vidrio traspasa toda protección, cruza sobre tu amor escondido, que sólo ella sabe; mientras saborea los laberintos que traspasan tu piel al ver como se esconden sus manos para saludarte desde su lugar. Dejas que tus pupilas se enganchen sobre su cuerpo, y ahora lo piensas; no llegarás a ella a contarle sobre el ínfimo suburbio que se revuelve entre la locura que te lleva hasta las rosas invisibles que espinan lo tanto que te gusta, no estallarás cuando su voz roce hasta el eco de tu cuerpo y sus palabras de burbujas se peguen sobre tus mejillas para estallar hasta el borde de tus labios; porque ante todo, vas cavando los momentos y relajando sus sensaciones, jugando con la locura que te hace pronunciar su nombre bajo la almohada, sólo para que ella lo escuche y sonría desde su alcoba.
No importa cuánto has mentido, no tienes que rescatarla; sólo tienes que enrollar tu vida al sentido de la suya, porqué el sueño es de menos azar de lo que crees. No importa saltar entre los torbellinos que ataquen, porque te llevarán directo sobre el silencio de exhumarla entre los ramos enterrados que oscilan sobre sus ojos, aquellas ilusiones que mastica su vida que su sonrisa te muestra. Nada lamenta el momento; porque ahora es único. El universo revuelto por la eternidad que pasa sobre lo segundos, sigue transcurriendo entre la forma de allanar tus sentimientos; sólo es cosa de simplificar las cosas, de transitar de mil formas el aroma de su sonrisa, flotando hacia su cuerpo y enterrándote sobre las promesas de sus sensaciones, no habrá más que ir al borde de tus locuciones para encerrarla al interés fatal de la curiosidad, porqué navegar al comienzo de mitificarla, es cristalizar la inspiración que los lleva al borde de una posible locura mutua.
Porque la extensión de sus ojos de vidrio traspasa toda protección, cruza sobre tu amor escondido, que sólo ella sabe; mientras saborea los laberintos que traspasan tu piel al ver como se esconden sus manos para saludarte desde su lugar. Dejas que tus pupilas se enganchen sobre su cuerpo, y ahora lo piensas; no llegarás a ella a contarle sobre el ínfimo suburbio que se revuelve entre la locura que te lleva hasta las rosas invisibles que espinan lo tanto que te gusta, no estallarás cuando su voz roce hasta el eco de tu cuerpo y sus palabras de burbujas se peguen sobre tus mejillas para estallar hasta el borde de tus labios; porque ante todo, vas cavando los momentos y relajando sus sensaciones, jugando con la locura que te hace pronunciar su nombre bajo la almohada, sólo para que ella lo escuche y sonría desde su alcoba.
lunes, 6 de julio de 2009
El tiempo a lado
-¡A la mierda!- Volteas y esperas unos segundos para recordar, no hay nadie a tu lado, no hay segmento que voltee sobre la desorbitada mañana que oscila ya por acabar. Te levantas y preguntas por qué te hablas desde una tercera persona, tratando de referirte a la primera; como un ser que pasó entre el sueño de alucinar algo.
Hace casi de veinte días que comenzó el paraíso. Respiras y hueles la libertad, y marea bien chingón. Adiós a las putas integrales colgadas desde los anillos que te joden el sueño por levantarse a arruinar al tiempo, como si éste tendría que hostigar tu vida para acurrucar sus desvelos. Es casi medio día y apenas tus pies tocan el suelo, recuerdas que no has podido escribir nada y que te revienta el carajo cuando te inflas los pensamientos: ¿Qué estoy haciendo?
El hambre te joroba el estomago, ayer eras un cuadrado obeso y hoy hasta lo huesos se caen entre los pasillos, tratando de absorber el calcio del mosaico. Desayunas a la hora de comer y te preparas listo para salir. La ciudad presenta la misma cara con distinto acento, y las nubes llenan el firmamento. Son estos los días de gloria; en los que un gran fanático debería resucitar, llamándose entre los corderos y cargando la mano entre la mierda, pero ahora, no pasa nada, sólo te ríes de lo que piensas y en qué momento tendrás que derretir lo que ahora piensas para salvarte del recuerdo.
Recuerdas que desde hace tiempo te extrañas, a ese pequeño imbécil que iba comiendo la muerte a través de las calles, corriendo entre las llantas de mortalidad mientras el velocímetro marca 170, la noche es larga y es necesario cabalgarla toda, antes de que nos coma; sí, “nos” A quién chingaos importa ese “nos”, si es a toda madre. También tambaleas sobre pensar en la leyenda de ella, de esa y aquella, que sin menos que invocar, es sólo una; aunque sólo ha pasado más tiempo de lo perdido, piensas a qué velocidad tienes que volar para poder aterrizar sobre su cuello; pero ahora sólo es fértil manejar hacia la luna.
Navegando sobre la llama que enciende las gotas de lluvia, no hay más que pensar que ahora, esa colonia esta inundada de pasos que nunca quedaron impregnados pero siempre marcados, que ahí, en ese parque de bendición oscura, las sombras se pasan inadvertidas cuando buscan lo que encontró y lo que repetirá entre los segundos que se entierran como horas; sólo basta con excavar un poco, para encontrar tu cadáver aún pronunciando la sonrisa que desde el infierno se deja ver.
Oscurece hasta el fondo que la luz eléctrica se congela de negro. No hay más suerte que matar el azar, no hay más sangre que llevar al altar. Es tarde y no te puede quitar, este recuerdo que te viene a levantar, para que caigas sobre el vacío que encierra gritar, tu nombre desnudo que no te puedes quitar; mientras endulza su sangre que escurre entre la carne del mío.
En la noche, con sólo una comida al aire y tocando el café entre la boca, voy paseando ahora, entre la huellas, entre conjugar mi primera y un mil persona. Resumo que con suerte comeré sólo dos veces, y que mañana será lo mismo, que próximamente me inundarán los veros, solamente la dicha es real. Porque este es el paraíso, él que se va seduciendo entre más hondo se va cubriendo. No hay más que ver a lado y ver que está el tiempo alado.
Hace casi de veinte días que comenzó el paraíso. Respiras y hueles la libertad, y marea bien chingón. Adiós a las putas integrales colgadas desde los anillos que te joden el sueño por levantarse a arruinar al tiempo, como si éste tendría que hostigar tu vida para acurrucar sus desvelos. Es casi medio día y apenas tus pies tocan el suelo, recuerdas que no has podido escribir nada y que te revienta el carajo cuando te inflas los pensamientos: ¿Qué estoy haciendo?
El hambre te joroba el estomago, ayer eras un cuadrado obeso y hoy hasta lo huesos se caen entre los pasillos, tratando de absorber el calcio del mosaico. Desayunas a la hora de comer y te preparas listo para salir. La ciudad presenta la misma cara con distinto acento, y las nubes llenan el firmamento. Son estos los días de gloria; en los que un gran fanático debería resucitar, llamándose entre los corderos y cargando la mano entre la mierda, pero ahora, no pasa nada, sólo te ríes de lo que piensas y en qué momento tendrás que derretir lo que ahora piensas para salvarte del recuerdo.
Recuerdas que desde hace tiempo te extrañas, a ese pequeño imbécil que iba comiendo la muerte a través de las calles, corriendo entre las llantas de mortalidad mientras el velocímetro marca 170, la noche es larga y es necesario cabalgarla toda, antes de que nos coma; sí, “nos” A quién chingaos importa ese “nos”, si es a toda madre. También tambaleas sobre pensar en la leyenda de ella, de esa y aquella, que sin menos que invocar, es sólo una; aunque sólo ha pasado más tiempo de lo perdido, piensas a qué velocidad tienes que volar para poder aterrizar sobre su cuello; pero ahora sólo es fértil manejar hacia la luna.
Navegando sobre la llama que enciende las gotas de lluvia, no hay más que pensar que ahora, esa colonia esta inundada de pasos que nunca quedaron impregnados pero siempre marcados, que ahí, en ese parque de bendición oscura, las sombras se pasan inadvertidas cuando buscan lo que encontró y lo que repetirá entre los segundos que se entierran como horas; sólo basta con excavar un poco, para encontrar tu cadáver aún pronunciando la sonrisa que desde el infierno se deja ver.
Oscurece hasta el fondo que la luz eléctrica se congela de negro. No hay más suerte que matar el azar, no hay más sangre que llevar al altar. Es tarde y no te puede quitar, este recuerdo que te viene a levantar, para que caigas sobre el vacío que encierra gritar, tu nombre desnudo que no te puedes quitar; mientras endulza su sangre que escurre entre la carne del mío.
En la noche, con sólo una comida al aire y tocando el café entre la boca, voy paseando ahora, entre la huellas, entre conjugar mi primera y un mil persona. Resumo que con suerte comeré sólo dos veces, y que mañana será lo mismo, que próximamente me inundarán los veros, solamente la dicha es real. Porque este es el paraíso, él que se va seduciendo entre más hondo se va cubriendo. No hay más que ver a lado y ver que está el tiempo alado.
domingo, 31 de mayo de 2009
FragMento de: La vida despertando por la muerte
Cerrarás la puerta del cielo, jamás descubrirán el secreto; porque es tuyo y entre los pantanos infringirás que el poder es tuyo, sólo tuyo.
Al despertar sabes que no hay más palabras para revelar, sólo el silencio se escucha sordo entre la voz. Preguntarás lo qué eres, y sin más respuesta llegarás a pensar en la orilla de tu cuerpo gritando al desplome de tu razón, sabes que esa orilla te lleva al recuerdo y que de ahí sólo queda esperar entre el murmuro para llegar al infierno. No hay más que un papel y una silla, pensarás en escribir el poema más encarnado y estremecedor; aquél que lleva al cielo y al diablo en la misma palabra, el que se deduce entre los sentimientos más engatusados por la suerte de ser él que más ha emocionado, el que entre versos y líneas dice una y otra vez lo que entre esperanza se asoma, el que entre el universo suspira una noche eterna al amarla, el que entre poemas y poemas no hay más que leer éste, éste… tú poema. Pero al sentarte, tomarás la pluma del vientre de la literatura, sabrás que estás listo para blasfemar y amar la hoja, cuidarla hasta que el incendio protagonice entre tus dedos la ovación de tu sentimiento; pero has llegado, y nada llena la primera estrofa, nada es demasiado perfecto para lo que sientes, para cubrir el llanto rasgado de años, sólo es posible escribir y declamar la sentencia de tu vida, la que has vivido entre el sueño de pertenecer a una para agarrar ante el cariño de tu amada:
-¡Mal mierda me parta ahora!
No hay qué escribir, no hay que rezar, no hay que vivir. Despierta de tu sueño entusiasta, sé el retrato perdido de los ojos que ella sueña, porque sabes que no eres escritor, que tus sueños están más enterrado que la esperanza de volver a verla, de mitificarla en el artificio de tus palabras, de llevarla profanando las manías de la locura.
-No eres escritor… no lo eres.
Atiendes a esa voz que baja desde tu boca y se despliega en tus lágrimas. Recordarás que comenzaste por no morir, porque te encontraste solo en el infierno y sólo llenar las rocas con tu sangre era la forma de sobrevivir, pasaste a los poemas como una burla por la sentencia, ¿pero sirvió de algo? Ahora la recuerdas pegada a la cicatriz que te dejo al besarte, entre el ocio de leerte y prostituirte entre la sátira de tus mismas palabras. Abres los ojos y descubres que no has escrito nada, nada, sólo que sigues lamentando entre poder confundir al cortejo con a suerte. Recordarás que esa tarde alguien te pidió un encendedor, y que ese alguien pudo haber sido tu esperanza al dolor. Ahora recuerdas las palabras, las declamarás en silencio una y otra vez:
-Oye. ¿Tienes encendedor?- te dijo sonriendo.
-Diablos no… Pero que triste- sabrás que ahora estas hecho un pendejo, ¡un pendejo! cómo al que llamabas al que estaba a lado y rezando por un amor perdido.
Te despediste sin haber saludado. Eso es el valor de haber escrito, el precio de haber vendido tu alma al postor más eficiente y orate que pueda existir. Pero ahora te pronuncias orgulloso entre más y más escribes, sabrás que atrás de todo no hay nada; porque tus poemas no llegan, siempre siguen volando entre su ventana, violando la privacidad por la curiosidad de verlos muertos.
Sigues pensando en el encendedor, era bonita ¿pero qué ibas hacer? Yo soy tu pastor y te seguiré chingando la vida hasta que entre las hojas suspires las letras hasta el universo.
Sigues tratando de escribir sobre una idea vacía, tratas de llenarla con el recuerdo y con melancolía...
Al despertar sabes que no hay más palabras para revelar, sólo el silencio se escucha sordo entre la voz. Preguntarás lo qué eres, y sin más respuesta llegarás a pensar en la orilla de tu cuerpo gritando al desplome de tu razón, sabes que esa orilla te lleva al recuerdo y que de ahí sólo queda esperar entre el murmuro para llegar al infierno. No hay más que un papel y una silla, pensarás en escribir el poema más encarnado y estremecedor; aquél que lleva al cielo y al diablo en la misma palabra, el que se deduce entre los sentimientos más engatusados por la suerte de ser él que más ha emocionado, el que entre versos y líneas dice una y otra vez lo que entre esperanza se asoma, el que entre el universo suspira una noche eterna al amarla, el que entre poemas y poemas no hay más que leer éste, éste… tú poema. Pero al sentarte, tomarás la pluma del vientre de la literatura, sabrás que estás listo para blasfemar y amar la hoja, cuidarla hasta que el incendio protagonice entre tus dedos la ovación de tu sentimiento; pero has llegado, y nada llena la primera estrofa, nada es demasiado perfecto para lo que sientes, para cubrir el llanto rasgado de años, sólo es posible escribir y declamar la sentencia de tu vida, la que has vivido entre el sueño de pertenecer a una para agarrar ante el cariño de tu amada:
-¡Mal mierda me parta ahora!
No hay qué escribir, no hay que rezar, no hay que vivir. Despierta de tu sueño entusiasta, sé el retrato perdido de los ojos que ella sueña, porque sabes que no eres escritor, que tus sueños están más enterrado que la esperanza de volver a verla, de mitificarla en el artificio de tus palabras, de llevarla profanando las manías de la locura.
-No eres escritor… no lo eres.
Atiendes a esa voz que baja desde tu boca y se despliega en tus lágrimas. Recordarás que comenzaste por no morir, porque te encontraste solo en el infierno y sólo llenar las rocas con tu sangre era la forma de sobrevivir, pasaste a los poemas como una burla por la sentencia, ¿pero sirvió de algo? Ahora la recuerdas pegada a la cicatriz que te dejo al besarte, entre el ocio de leerte y prostituirte entre la sátira de tus mismas palabras. Abres los ojos y descubres que no has escrito nada, nada, sólo que sigues lamentando entre poder confundir al cortejo con a suerte. Recordarás que esa tarde alguien te pidió un encendedor, y que ese alguien pudo haber sido tu esperanza al dolor. Ahora recuerdas las palabras, las declamarás en silencio una y otra vez:
-Oye. ¿Tienes encendedor?- te dijo sonriendo.
-Diablos no… Pero que triste- sabrás que ahora estas hecho un pendejo, ¡un pendejo! cómo al que llamabas al que estaba a lado y rezando por un amor perdido.
Te despediste sin haber saludado. Eso es el valor de haber escrito, el precio de haber vendido tu alma al postor más eficiente y orate que pueda existir. Pero ahora te pronuncias orgulloso entre más y más escribes, sabrás que atrás de todo no hay nada; porque tus poemas no llegan, siempre siguen volando entre su ventana, violando la privacidad por la curiosidad de verlos muertos.
Sigues pensando en el encendedor, era bonita ¿pero qué ibas hacer? Yo soy tu pastor y te seguiré chingando la vida hasta que entre las hojas suspires las letras hasta el universo.
Sigues tratando de escribir sobre una idea vacía, tratas de llenarla con el recuerdo y con melancolía...
lunes, 20 de abril de 2009
Ritos posados

El fin del paraíso de acerca y de nuevo tengo que posar entre las diarias horas de la mañana, tal vez nunca se logra enmantar las promesas de cariños; para que así no se olviden que ahí se encuentran. Sigo escribiendo entre los versos vivos, y los renglones crecen al ritmo de la ciudad; cosa que se puede describir entre un extremo movimiento para quedar sólo estático; cosa que me preocupa y me hace querer imantar mi alma a un precio barato, sólo para poder escribir lo que entre sueños desconozco. Pero son los renglones purgatorios, los que me levantan decir, que el paso de las letras tienen que ir acompañados de expresas emociones al cántico deseo de subrayarlas, así como de los orfanatos en que ellas viven; mi vida se vuelve bailando entre estos ritos posados.
Ritos que me hacen de cada mañana, levantarme a correr el día, llegar a bañar los lúdicos labores, para sentarme a escribir con la plena idea de seguir recorriendo pasillos con nombres ajenos; nombres que se envuelven entre la inexistencia de las horas, pero que con suerte, perduren entrada mi muerte. Y seguir resucitando esas noches, sólo para acabar con la agonizante memoria de mis pasiones; mientras… tratar de llegar entre divinas providencias, matarlas y en besos enterrarlas, jurar que su sepelio fue hace siete días y ahora frente al espejo se mueven cabalgando mis deseos; olvidar los amparos de encomios para poder rezarlos entre el silencio, y siempre llegar entre abismos, declamando las suaves mañanas que se alejan, ahogando los relieves de esperanza para comulgar los vacíos; porque al final, todo acaba cuando me veo bailando entre estos ritos posados.
La luna se esconde para ofertar su cuerpo; laboriosamente y después de trabajar decenas de días, la compro en un día, la alojo entre mis ojos y comenzamos a levitar entre fantasías. Pero la luna tiene gracia carnívora, y comienza a comer mis retinas; el dolor de mi sangre se vuelve a bailes exóticos de dioses, mientras la luna sigue masticando mis pupilas…
-¡Oh que dolor de viejos placeres, entre haber laborado tantos días y acabar entre este suspenso!
A lo que la luna y sus mordidas responden:
A lo que la luna y sus mordidas responden:
-Cállate pendejo y sigue cabalgando.
Luna traicionera de recónditos placeres; estoy seguro que al gran Mefistófeles le has hecho esto; por eso vaga ciego cuando tu te escondes, y te maldice cuando entras en la noches. Fornicas entre el silencio de los deseos, y a los vampiros seduces con tu forma. Pero yo trabaje duro para seguirte al cielo y ahora me pagas dejándome ciego.
-¡Cabrona Luna de pesares, mira como me has dejado! hecho en perfectas mierdas mientras tú sigues bailando, y lo peor es que te divierte seguir jugando.
-Cállate pendejo y sigue cabalgando.
-Cállate pendejo y sigue cabalgando.
Que triste es la pasión que ahora tengo, mientras la Luna sigue alumbrándome de ceguera. Tentaciones libres, dejan el pecado como una fechoría de atrás y ahora derrumban mortales con sus claras mañas.
-Luna… ¿Qué te hice yo para que me ahora me lamente?
-Cállate pendejo y sigue cabalgando.
La Luna sigue acabando mis ojos, y es tanta su devoción que olvida esconderse del día.
-Luna ya es tarde… tienes que irte.
-Cállate pendejo y sigue cabalgando.
Y es así porque la luna se ve de día; porque esta jodiendo a otro pobre imbécil sin ojos. Y cuando ciego me encontraba en la oscuridad.
-¡No veo… puta Luna… me has dejado ciego!
En ese momento, la luna acabó con mis pupilas y continuó con su sentencia:
-¡No me digas que no puedes ver! Si entre mis deseos eres el único que tendrá los ojos negros de mi velo, los ojos llenos de mi y vacíos de todas ellas.
Que perfeción de noches viví, entre las alucinaciones de mis sueños crece mi propio mito de claros cielos negros; y sigo esperando la noche para que la Luna venga y me diga: Cállate pendejo y sigue cabalgando.
domingo, 19 de abril de 2009
Cabales locuras
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Mi nombre no es importante, lo único importante es saber como mandar a la chingada todo este dolor de juicios inspirados, tal vez entre el trayecto de la libre escritura; como una acción sin más recuerdo que comenzar a escribir sin la necesidad de parar, es la opción más recreativa y sólida, para conjugar un plural sin la necesidad de soñar.
Hoy me entrego entre las églogas de los sueños, de aquellos sueños que fantasean con la realidad sin saborear los besos empiristas, aquellos sueños que van cazando los portales de felicidad entre las aromas que desenvuelve la noches por el siempre atribuido fracaso, aquellas noches en donde despierto caminando entre los reinos del cielo; para saber que están muy altos. Son aquellos sueños entre las lunas, lo que me despiertan entre las cadenas de la libertad, los que ahora me levantan y me hacen decir: Me vale madres… ¡¡la vida es chingona!!
No quiero sangrar entre la rebúsqueda del pasado, y mucho menos ver las caricias perdidas del tiempo; que por una u otra causa, se llevaron la supuesta dicha a un purgatoria de llaves escondidas, no quiero buscar la puerta escondida, no quiero caer entre los rincones de un amor estático en los tributos del pasado. Y más fácil, sólo quiero mandar a la mierda los recuerdos jamás muertos y siempre colgados, por los nuevos atardeceres de mariposas levitando, de cuadros comiendo el reflejo de los lagos, de olas de viento susurrando; que el abismo no separa el infinito, que las horas bajan a fluir entre penas sin orillas.
Escribir y escribir, ¿qué otra dicha se suspende entre los horizontes del paraíso? Sigo escribiendo y no me doy cuenta que no he llenado lo menos que debía haber hecho, sólo he escrito los panoramas frustrados para poder decirle al primer imbécil que pase entre mis ojos: Hey tú… ¡pendejo!, vete a la mierda; y lo triste es, que paso frente ese espejo… lo veo y me cercioro que soy yo, y no queda más que cumplir lo que prometí:
-Hey tú… ¡pendejo!, vete a la mierda.
Después me cago de risa, y noto que apesto; cosa que agrava la situación de hablar del recuerdo; de aquellos días mientras me zurraba la vida y la única forma de limpiarme era con la saliva de dios; pero a la mierda con esos días; más pasados y muertos están para aquéllos, que para los que yo recuerdo.
Descubro lo divertido que es jugar; morir y resucitar, ¿qué esperar? El día es corto; y en él, se puede dormir. Pero la noche es larga como un universo lujurioso de medievales sueños; y en ella, se puede gritar cantidad de obscenidades que se convierten en una acción púdica y pura, no importa desde donde estés, la noche siempre te encontrara para convertir los pecados en ritos santos.
Entre la fantasía yo vivo, me despierto y no hay lugar para la acides de la realidad, para los blancos campos de la infertilidad de la vida, para los horarios de micas personales, para los centauros que levitan sobre la seguridad, para los corazones vacíos de fulgor, para los reutilizados marcos de personalidad, para los emancipados fondos de fe social, para confundirse entre los cariños de un corazón, para levitar entre las manchas de un amor, para tener lo que ahora se pierde mañana, para caer entre los peldaños de razón, para soldar el motivo de existencia a una televisión, para cabalgar entre el trabajo de formar la masificación; no hay lugar para eso. Sólo hay lugar para nosotros; sólo hay tiempo para estar soñando entre tus sonrisas de labios, mientras acariciamos el cielo con nuestras manos.
sábado, 18 de abril de 2009
Pendiente sueño

Parece que con gran recreación, el mundo se mueve entre las mentiras que más liquidan sus intereses, así como oscilan entre el signo fatalista que viene a estrechar los rincones menos propensos de desenvolvimiento; tales como ir a un estadio de mierda, para ver a pendejos de más mierda, o acumular records siempre puestos ha prueba bajo el semblante de una televisión, sólo para comprar por minutos, la grata gloria de haber pasado no menos horas en la televisión que en una cama sin huéspedes. Pero eso esta bien, entre el yugo que se contrae al ver la dicha que se desenvuelve entre la piedad de la hueva, es obligación de la satisfacción levantar la voz y decir: A la mierda… hoy no hago nada.
Pero entre toda esa cadena de suplicios de placeres, decido declinar. Tal vez elegir entre un masoquismo anímico que naufrague entre las horas y la hueva, y otro que llegue débilmente a las costas de la completa inutilidad, decido ahogarme entre una vieja premura, que a destiempo y sin menos que esperar, decidí dejar para después de un mañana sin regreso.
Hoy pienso en eso, y me resguarda la sensación incorregible de llegar a los pasos de la obligación para enfrentar las penurias que ofrece el cuidarse de uno mismo, y como entre la madrugada de los pensamientos, así como en las locuciones que perforan los instintivos campos de la voluntad, el tener que hacer los extemporáneos sueños, hace que el peso colapse en los albores dela equidad, equidad que viene a consagrar los incorregibles momentos de promesas y fortuna. Hoy pienso eso… y francamente; hoy lo debo de cumplir.
Desde los pilares de mis hojas, prometí escribir diario y con toda la anuencia posible. Escribir por catorce días, catorce ensayos. Hoy lo pienso, y camino entre la idea; la mastico para saborear la pendejada de mi sueño, y la vómito entre estos renglones, para saber que se esta haciendo realidad. No me interesa que debo, o que es necesaria cualquier cosa para escribir hoy, sólo necesito despertar entre el ahogo de lágrimas, para poder escribir mierda y demás, al viejo juego de sonoros asistentes.
Hoy me gustaría agarrar un nombre, colocarlo entre la silla de los condenados, y comenzar a aventar toda una saga de estimos, y conjuros; para poder hacer que entre la van gloria de a partir de ahorita, comenzar a escribir de manera fluía y sin detener las manos. Eso pasa cuando, entre un sueño pasajero y extracto, prometes escribir durante el tiempo que no debes escribir; como una obligación costosa y sin servicios especiales de recriminaciones de amuletos, sino una levitante costumbre de panfletos reciclado y esfumados por la agonía de los que ahora canto entre la noche.
Han pasado minutos, y aún no hallo el porvenir de estas llaves que codician los millares de puertas que pueden abrir, sin la necesidad de saltar por la ventana con la esperanza de morir, sólo las veo entre los anuncios legales del pasado sin una concreta correa en el presente. Pero entre este encarcelamiento de letras, no desisto entre los que hoy quiero decir, lo que hoy quiero levantar entre los demás versos, lo que hoy esta en los lapsos más ociosos del universo, lo que esta después de esas viejas noches con la única respuesta de repetir lo que ahora ha pasado.
No cabe duda, hoy entre los dedos me fluye un aroma pesado. Hoy no debí escribir, pero la obligación canta entre el recuerdo, y mi voz murmura entre la pesada obligación de narrar lo que termina entre la basura de la inexistencia.
viernes, 17 de abril de 2009
Retribución de mierdas

Hoy quiero dormir, hoy quiero soñar, hoy quiero saber que esta ahí; esperando entre la noche para comenzar a soñar, que realmente esperas alguna seña mía entre el decoroso amanecer de la ingratitud y el desprecio.
Mi gran sorpresa es que ahora descubro que no, que me engañas bailando entre la mierda del recuerdo, que me vomitas cuando aún te falta digerir algo, que pronuncias mi nombre cuando quieres reír un rato, que me ahorcas entre tu belleza pero despreciar las letras, que entre el horizonte pintarías mi nombre con las iníciales de puto, que te gusta mandarme a la mierda entre mis pasadas lágrimas; ahogarme entre ellas hasta que pueda sonreír o morir. Pero esta bien, todo eso es justo, todo eso rompe las ultimas velas de esperanza, para poder volver al valemadrísmo. ¿Qué me importa si no sustentas mi corazón?; si necesitara alguien para matarlo, no me falta encontrar mis manos, pero huí a ti con la necesidad de darte todos mis sueños, para que los convirtieras a tu deseos, para que los cuidaras entre los tuyos, para que no me vengas con tales pendejadas, para que no suspires mi nombre y a la vuelta exhales lo que ahora duele. A la mierda contigo y con todas tus putas personalidades, a la mierda entre el supuesto paraíso.
Me va matar verte bailar entre otros corazones, rozar sus sentimientos; y si te gusta, quedarte con ellos. Me va matar tocar el pasado, mientras vuelas por el universo con otro pendejo, que al igual que yo, ha caído en un cielo convertido a tus sueños. Me va matar cortar mi sangre cuando las lágrimas me ahoguen, cuando se esparzan entre los ríos, y sabrás cuando la lluvia sabe a mis ojos caídos. Me va matar decirte que me voy.
Es cierto que me gusto ser tu prisionero, es cierto que me alentó a escribir, es cierto que me elevó del suelo, es cierto… pero no es cierto que despertabas entre la noches con mis sueños, no es cierto que caminabas con esos ojos de dulzura para tirar toda defensa mía, no es cierto que levantabas entre tu dicha mi sonrisa, no es cierto que mi nombre sabías.
¿Pero qué importa…? Sí, pesa entre todos los sentimientos; como una batalla sin estandartes por un suicidio de carne… ¿pero qué importa? Espero que cuando leas esto, vomites el pedazo de sangre, que entre tu corazón manchado por otro, aún guarda en los rincones. Espero que levantes tu nombre, y me llames a insultos; yo llegaré de noche a asesinarte, y entre tu muerte lloraré estos años. Espero que entre los cementerios hallas paseado, porqué nunca quedarás ahí; deambularas en pedazos de carne entre los pendejos que supuestamente quisiste. Espero que laves los días, y comiences a escribir poesía. Espero que entre el mar ahogues todo recuerdo que alguna vez me alumbraste. Espero volver a verte, para decir que te amo. Decir que te puedes ir a la chingada, pero que yo iré contigo. Decir que te extraño, pero nunca regresar contigo. Decir que los mantos, aún el viento lapidan. Decir que entre pequeños pedazos de arena, cargo mi vida entera.
Porque tú, ¡¡oh puta vida!! Eres lo único que me madrea, y también lo único que me pregunta:
-¡¿Te dolió pendejo?! ¿O quieres otros madrazos para componer tu dicha?
Pero todo acaba como había, todo se reduce a unas palabras de mis días, a unos sueños de ilusiones y fantasía:
-Estoy bien, mi vida…
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