lunes, 20 de abril de 2009

Ritos posados


El fin del paraíso de acerca y de nuevo tengo que posar entre las diarias horas de la mañana, tal vez nunca se logra enmantar las promesas de cariños; para que así no se olviden que ahí se encuentran. Sigo escribiendo entre los versos vivos, y los renglones crecen al ritmo de la ciudad; cosa que se puede describir entre un extremo movimiento para quedar sólo estático; cosa que me preocupa y me hace querer imantar mi alma a un precio barato, sólo para poder escribir lo que entre sueños desconozco. Pero son los renglones purgatorios, los que me levantan decir, que el paso de las letras tienen que ir acompañados de expresas emociones al cántico deseo de subrayarlas, así como de los orfanatos en que ellas viven; mi vida se vuelve bailando entre estos ritos posados.

Ritos que me hacen de cada mañana, levantarme a correr el día, llegar a bañar los lúdicos labores, para sentarme a escribir con la plena idea de seguir recorriendo pasillos con nombres ajenos; nombres que se envuelven entre la inexistencia de las horas, pero que con suerte, perduren entrada mi muerte. Y seguir resucitando esas noches, sólo para acabar con la agonizante memoria de mis pasiones; mientras… tratar de llegar entre divinas providencias, matarlas y en besos enterrarlas, jurar que su sepelio fue hace siete días y ahora frente al espejo se mueven cabalgando mis deseos; olvidar los amparos de encomios para poder rezarlos entre el silencio, y siempre llegar entre abismos, declamando las suaves mañanas que se alejan, ahogando los relieves de esperanza para comulgar los vacíos; porque al final, todo acaba cuando me veo bailando entre estos ritos posados.

La luna se esconde para ofertar su cuerpo; laboriosamente y después de trabajar decenas de días, la compro en un día, la alojo entre mis ojos y comenzamos a levitar entre fantasías. Pero la luna tiene gracia carnívora, y comienza a comer mis retinas; el dolor de mi sangre se vuelve a bailes exóticos de dioses, mientras la luna sigue masticando mis pupilas…

-¡Oh que dolor de viejos placeres, entre haber laborado tantos días y acabar entre este suspenso!
A lo que la luna y sus mordidas responden:

-Cállate pendejo y sigue cabalgando.

Luna traicionera de recónditos placeres; estoy seguro que al gran Mefistófeles le has hecho esto; por eso vaga ciego cuando tu te escondes, y te maldice cuando entras en la noches. Fornicas entre el silencio de los deseos, y a los vampiros seduces con tu forma. Pero yo trabaje duro para seguirte al cielo y ahora me pagas dejándome ciego.

-¡Cabrona Luna de pesares, mira como me has dejado! hecho en perfectas mierdas mientras tú sigues bailando, y lo peor es que te divierte seguir jugando.
-Cállate pendejo y sigue cabalgando.

Que triste es la pasión que ahora tengo, mientras la Luna sigue alumbrándome de ceguera. Tentaciones libres, dejan el pecado como una fechoría de atrás y ahora derrumban mortales con sus claras mañas.

-Luna… ¿Qué te hice yo para que me ahora me lamente?

-Cállate pendejo y sigue cabalgando.

La Luna sigue acabando mis ojos, y es tanta su devoción que olvida esconderse del día.

-Luna ya es tarde… tienes que irte.

-Cállate pendejo y sigue cabalgando.

Y es así porque la luna se ve de día; porque esta jodiendo a otro pobre imbécil sin ojos. Y cuando ciego me encontraba en la oscuridad.

-¡No veo… puta Luna… me has dejado ciego!

En ese momento, la luna acabó con mis pupilas y continuó con su sentencia:

-¡No me digas que no puedes ver! Si entre mis deseos eres el único que tendrá los ojos negros de mi velo, los ojos llenos de mi y vacíos de todas ellas.

Que perfeción de noches viví, entre las alucinaciones de mis sueños crece mi propio mito de claros cielos negros; y sigo esperando la noche para que la Luna venga y me diga: Cállate pendejo y sigue cabalgando.

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