miércoles, 15 de abril de 2009

Divina melancolía



Las ganas de vomitar abastecen mi vida; y entre los mocos sueltos que trascienden un kleenex rendido, la pregunta vuelve a llegar: ¿A qué hago lo que es? Si bien es cierto que la respuesta olvida el esqueleto matutino de los sueños, es la agonía que peregrina entre la respuesta; y más que una agonía anímica hoy me ataca la más feroz y sin paciencia: la agonía médica. Estoy enfermo y desde hace rato quiero abrir mi laringe para exhumar los maricas virus que se pasean de la felicidad a la reproducción de mis males; y peor aún cuando a esos males se le suman otros despreciables, tales como hacer de una hipérbola altanera su rotación entre los campos sagrados de la excentricidad y así poder facilitar su imagen; cosa que con poco agrado veo y hago, ya que entre las pendejadas que ahora garantizo, soy yo el que rota entre la locura y traslade entre la fantasía.

Pero aún cuando en la hora de los sueños, un recuerdo que protagoniza el viento de la muerte viene a recordarme la poca valía de mi existencia, azotando y mordiendo de donde esconde su raíz, logra de buen modo llevarme a infiernos de tortura con la premisa de qué mierda hago aquí, y entre cuales rincones hay uno de esconderse para no salir del peor castigo de la razón: la cuestión. Tal vez entre la superficie de la razón y el instinto, hay una membrana que dicta que tan bien debe de joder al que habla sólo, y que tan feliz debe hacer los francos gastos que diariamente se llevan al desperdicio del tiempo. Pero como siempre y tardíamente, me encuentro oscilando la ofusca mañana de la cotidianidad por inconformidad normalista; cosa que encuentro en un suicido de reinos, cuya riqueza abastece al más imbécil con sueños de ser para poder ser después.

Saber que la rebeldía lleva al mejor camino, es menester del cansancio llevarme a dormir; así como es obligación la responsabilidad de bajar los negros humos de la conciencia para poder perfumarlos de azufre, las letras fúnebres gozan de carecer sentido; cosa que me lleva a pensar y me dice que no soy escritor; tal vez pueda escribir fabulas de sentidos, cartas del tiempo, o bien cualquier presente hoja con su respectiva clase de palabras embarradas; como un buen baño de asientos cálidos, plagado de su goce de mirada de mierda.

El mundo es sencillo; unos son virus de otros sin ser más de ellos. Pero entre la fiebre prismática que me lleva a alucinar los paraísos, quiero quejar los sentido, arrancarme esos pulmones enmohecidos por la vida, sacar y tirar un corazón más jodido que el viejo calzoncillo de un puto diablo olvidado pero siempre contagiado, cenar en un buen martes el cerebro con sus cortes marciales; pero eso si, mis ojos son lo único digo de donde vengo, así que sólo queda regalárselos a Nada.

Pero en fin, entre las inútiles palabras pasadas, sólo queda ver y morir; porqué después de todo el juego sigue rodando entre los azares programados y esculpidos por aquella sociedad de dioses cuyo origen remonta a un dios, de un dios, de otro dios, por un dios pasado, por un dios pasado que creo al dios antepasado, entre la novela de un dios, entre el bien y el mal de otro dios, ante el balance de sus codiciad de un dios, de un dios, de un dios, porqué al final de todo, todo sale por mi pinche cabeza…

Nota a los pendejos: Francamente englosar toda una saga de dioses no es una idea de mi parecer, pero entre la diversión de escribir por derogar el malestar de una puta hipérbola mal hecha, escribí mis relaciones e una forma fugaz y fluida; 15 minutos de imbécil y una vida de pendejo; o tal vez sólo un nombre más que recordar por unos infelices años. Pero en fin, sólo creo que hay un solo Dios; por decir una palabra perfecta…

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