martes, 7 de abril de 2009

Modernamente inorgánico

La esperanza no hace esperar, pero fanáticamente recorre el tiempo en las predilecciones más pertinentes, y justamente cuando yace perdida, aparece reclamando las infiltradas virtudes de necesidad; un llamado de colapsos bajo la sombra de sus deseos. Si bien el desistir es una obligación del esclavo, llenar de fantasía una realidad es obligación que perpetua las mejores promesas hechas por mi. Cosa de agravio, ya que considerar las promesas perdidas junto con el lazo hecho, lleva a consideraciones de malestar por el juego siempre rehusado.

Hace días que no había escrito nada, más que ostentar una comunión de quehaceres instalados, fue la poca anuencia que llevaba hasta hace horas que comencé a escribir. Basta con recluirse un poco bajo la ornamenta de poesía, para comprobar lo desgastada que ahora no se encuentra. Si bien “moderno” es una palabra de viejos usos en adjetivos, y para comprobar la organicidad se tiene que desviar hace la voluntad del pasado, yo no soy más que el respaldo de algo ajeno a estos años; basta con decir que debo estar para no comprobar donde debería estar.

Los aturdidos son cosa de gracia, no falta retribuir experiencias para reafirmar lo dicho, pero es forma de tristeza, la asunción de poseer la gracia de estar donde uno nunca debe estar; más que tristeza es una condena de ratos libres. Pero entre el manto supersticioso del azar, envuelvo en la ponencia de acabar, la más vocales versiones de lealtad. Realmente estoy cansado de cargar siempre con las promesas siempre olvidadas, pero no puedo intentar cumplirlas, si acaso aceptar las que ahora hago para comenzarlas bajo la eternidad.

Cuando pienso en mi, rara vez descuido los arrojos congelados que la memoria emborronada pierde, tal vez por eso el pasado dure más que el presente, y entre la concordia de tomar lo que perdido ya ha estado, es menester de de la hegemonía anímica, complicar los absolutos cambios de si mismo.

Para disolver todo y no joder de más su triste tiempo, debo decir que yo no formo parte de su formal presente, tampoco de su patriótica voluntad de lemas entusiasmados pero jamás realizados. Por más que corrijo y trato, no puedo reformarme en su ritual de acciones, cosa que para mi mal, los hace a todos diferentes e iguales; una gama de conceptuales recicladas por rehusar el cerebro en anomalías típicas de su quehacer social. Pero supongo que lo mejor es la cantidad de disfraces que contengo ante sus rangos, ya que el plástico de miles de mascaras, acaba por volverse carne y retribuir un poco a perder la misma morfología de añorado y trivial campo de personalidad, y así mismo apoyar el vasto engaño que compone la vida diaria.

Bajo todo eso, realmente y sin el menosprecio de formar parte de lo que nosotros ahora ya no somos, me agrada la anuencia de contribuir siempre ese campo bajo la magnitud de lo imposible; un retorno distintivo de novedad con gloriosos mantos de realidad. De los cuales, puedo deprender las más gloriosas mentiras como las mejores promesas hechas, y vocalmente hacia el vacío de protestantes litigios contra la inferioridad del tiempo. Y ante este vacío lleno de nada, se asoma la vieja condena de hace años, un recuerdo de sustracciones infernales para la cabal aceptación de la fatalidad: “tarde o temprano un hombre que utiliza dos caras olvida cuál es la verdadera”.

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