domingo, 5 de abril de 2009

Termal absolución

La distancia protuberante, que se define entre los pendones que renuevan el pasado, es lo que me ha llevado a ese triste recuerdo de insignias y traiciones. Una realidad escrita en objeción de un tenaz sueño, y ese mal es más significante a lo que yo creía. Basta con recordar el “mal” con cara de bien, para deslumbrar las orillas del pasado y recobrarlas en estos días. Más que la contrariedad de los sucesos, es la absorción de los hechos, los adictos y melancólicos que forman, los triviales sentimientos que asoman nuestra dicha anímica de fortuna. En todo caso, bajo la vulgaridad de los sanos errores, que recurren en el azar maldito de su predilección por embarrar la tormental y crucial barrera de complicaciones, degluyo la circunstancial promesa de recreo: la protuberante del descenso.

Parece que converge en un suelo sin fin con metas altaneras, cuya compleción reúne los ariscos formados de la personalidad baja. Enmascarando los triviales sucesos que contienen el comienzo del final, y sustrayendo la poca anuencia de los predicados, en conceptualizaciones vanas de temerarias absorciones. En tales alteraciones, el renovable uso de conciencia se torna a dos yacientes radicales: el bien y el mal han quedado atrás, en un pasado con reflejo al futuro; pero nunca al presente. Una guerra de paz que transfiere la tranquilidad por distintos medios, por iguales productos en comerciables bendiciones que recorren el control de la sacra profundidad pública, de viseras teatrales que sumergen la fantasía por una realidad de suspenso, una cima de astucia que incurre en la suma de pronunciar lo necesario para la existencia de la vida social, un manto inalterable; en la perfección de la humanidad por el eco evolutivo de la inconsciencia hereditaria, y por hegemonía provincial del absolutista bautismo del control del sistema.

Estoy muy lejos de ser un recluta patriótico de la libertad. La libertad no existe, sólo la cadena que enreda a los prisioneros se vuelve más lánguida y larga, y lo mejor no es eso; lo mejor es la profundidad de las vanales consuetudinarias que homogenizan la variante, en constantes sustracciones de satisfacción enclaustrada. ES divertidísimo observar las fortuitas y desgastantes que acontecen en los grupos mierdas de humanos, por que si bien imitan esa circunstancia histórica de los medios, o se desarrollan en intelectos que no entran en su estereotipo, su gracia de creer vivir bajo la existencia remota de su quehacer rítmico, no pasa de ontología familiar, estragos épicos de estulticia, o cualquier variante de antagonismo anti-universal que pueda sostener el nombre de “yo”, sólo esconde la sombra restaurada de cada espejo sobre un invierno de espacio, sobre la circunstancia mímica del universo elíptico.

Bajo las tautologías que emancipan la realeza de la verisimilitud; de la verdad con la mentira, por bendita claudicación no puedo concluir infinidad de pulcritudes mentales, sólo con esperanza puedo creer en lo que siento… ¿dónde estás Nada? Más que siempre, te necesito sobre esa luz que oscurece mi sombra; resucita este llanto que oprime mis sueños, establece tu cordial bienvenida con el absoluto adiós de tu llegada, y no me dejes solo; ahora ya me da miedo el día, y bajo las noches escóndeme entre tus estrellas. Dónde sólo estemos cubiertos por nuestros deseos.

¿Dónde está Nada? ¿Por qué ya nunca me acompaña? Me he cansado de buscarla, pero su piel se extingue al tocarla. Me he empeñado a dejarla, pero la tristeza se vuelve seductora bajo ese súcubo enorme que embarga, toda vía que asesina con la esperanza, el nuevo fin que perfila mi muerte.

Nada. Sólo Nada…

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