miércoles, 8 de abril de 2009

Gala perdida

La pérdida que compone los actos, se mueve de diversas formas. Ya sea en el recubrir de un olvido siempre añorado, en un súbito panorama de felicidad, o en simple adiós emancipado y provisto de padecimientos frustrados; siempre acaba por recriminar el placer con el miedo. Me gusta pensar en lo bajo que se proyecta una idea al exprimirla y jugar con ella, opacar todo su significado para que al final y con gran dinamismo compruebe, que existe para recriminar su olvido; cosa que al recuperarlo, hace lo ideal para acabar en las líneas básicas de un cuadro instalado, y poder brincar desde la divulgación a la vulgaridad, cosa que es sólo una distancia mínima como comprometedora.

La posible diferencia de “antes” con “ahora”, es que ahora ya no se dice del antes. Más que sorprenderme de ese afán conmemorado, me regocijo de los próximos fines que volverán a buscar, y de un ahora con posibilidad de próximo. Cosa que oscila en los albores predilectos de innovación tardía.

No me gusta acepar que mis mejores y peores momentos han sido solo; tanto como es verdad la mejor mentira, como lo es mentira la verdad. Realmente es difícil descifrar los contornos que se asoman de cada acción, comparar otras de muchas y pocas de unas, y así decidir unilateralmente lo mejor de lo peor y lo peor de lo mejor. Porqué tanto el límites de mis convicciones han siempre ido de la mano de un mundo introspectivo, con o sin la ayuda de otro. Pero tal vez muy en el fondo, nunca he querido sentir lo que la dicha hace ofrecer.

Merezco lo que ahora pierdo, en la jactación de los males asegurados. Durante la tarde y la noche, cuando oficialmente tengo amplitud para mi; ya que en el amanecer sólo soy un derroche sonámbulo de un preámbulo exquisito, desmayo por lo que infelizmente desaproveche. Y no es porqué fatalmente lo hallo lejos, sino cuando estoy cerca, lo hallo radicalmente innecesario, paradigma suficiente para solicitar la anuencia nueva de escribir.

Labrando los portales que acontece en el diario, escribir es el fanatismo de revivir lo que esta por venir. Olvidar el tiempo y el espacio, sólo para poder comprender la incomprensión, y así obtener todos los permisos para distinguir el campo vivo de fantasear con la realidad transpuesta.

Escribir es natal y productivamente antinatural, pero dado todo el entorno, no es de menos comenzar un día y acabar con el último suspiro, puesto en una pluma invisible que sostenga los amargos sentimientos de universales propuestas. Llegar y conocer el velo bajo el rostro, es una tarea de locos, ariscos y pendejos; porque el simple resultado ha estado escrito en las insignias de todo: la materia negra que mueve lo visible.

Francamente me da miedo dejar de escribir; más que miedo, es una condena de malestar al acontecer al no escribir. Comencé con aquella perdida carta, donde más que expresar mi voluntad exprese mis sentimientos, ósea era totalmente necesaria en esos momentos; el freno que no dejo morir al que ahora lamento. Siguió con el renacer de la existencia para parar aquí, realmente no escribo para recordar lo que ha pasado, si no para extenderlo, borrarlo, cambiarlo, prostituirlo y dejarlo; una cadena de favores a los más perjuiciales contextos. Pero ahora, que tierno me dilapido, encuentro el vicio de olvidarse. Y que mejor durante la mejor puerta de fantasía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario