lunes, 6 de abril de 2009

Complexiones de agonía

Las cenizas del bien no duran mucho. Francamente no duran nada, y la causa se estima en lo volátil que el bienestar perdura. Tal vez el tiempo resultó ser el error más grande de las introducciones, o la mentira más verosímil de la fantasía. Generalmente marca las conciencias nativas de su poder, pero aún sin tomar bando, el tiempo viene a hojear la feliz hora de nuestra tristeza; ya sea indicando el fin, o trasladando el comienzo hacia los albores desconocidos, siempre llega tarde en su cometido. El tiempo es impuntual con si mismo, parece que no obedece las entrañables que causa, o en su defecto, puede que cargue los más terribles sustentos. Pero hablar de los sentimientos de las horas, sería acabar felizmente insano, cosa que tal vez, y no por el menosprecio que ahora mi vida cuesta, sería una alternativa bastante racional y emotiva. Eso de vivir en quimeras de sueños jamás alcanzadas por las voluntades, es un sueño; bastante demente y evasivo, pero restaurador y pacífico.

Ahora, más que mañana, tengo la infeliz pregunta de ahogos programados: ¿Qué carajo hago en actuaría?, ¿Por qué no disfruto de los antiquísimos signos que equivalen al universo, como ayer lo hacía?, ¿Por qué me encabrona tanto, y sufro de la trampa certera de irme a dos extras, cuando debí exentar uno?, ¿Qué equivaldría de mi vida, si en lugar de estar sentado durante 6 horas , estaría evaporando la pluma sobre mis blancas hojas?, ¿De qué sirve escribir en medio de un anti-éxtasis, si sé que soy el único lector de mi obra?, ¿Dé qué sirve arriesgarse, si siempre el saco colgante llegará a taparme? Tales interrogantes no me dicen nada, sólo que voy cayendo de poco a exceso, en un campo de completas pendejadas por prorrogas de búsqueda, exclusiva de pretextos a mi vida.

Mi vida… cada día que vivo, más cuenta tengo del error que es pensar, tal vez valdría más dejarse mover por las circunstancias y opacar la razón; en verdad me gustaría ser un animal, un insecto o algo menos infeliz que una basura humana. Debo ser lo que mañana no soy, lo triste es que nunca sé lo que excepto ya ha pasado, y si le restamos que la penitencia del futuro no llegará hasta entrado el presente, sólo basta acontecer en el instinto del destino. Una fantasía no necesariamente empírica y real.

Sólo la voz expresa de la melancolía, advierte a los supersticiosos la realidad meta-empírica, transcriptora de deseos y culminaciones. Un formal y vago pensamiento de los más placenteros miedos; qué sin ellos, mis noches serían una estela olvidada bajo un cielo piadoso, en lugar de un paraíso negro de lo más turbante. Pero la belleza de las premisas nunca las acepte bien, en el fondo me gusta salir bajo ese velo fatalista que se escribe cada año sobre segundo, un viento sensible que arrulla la maya de devociones, sólo comenzar a morir y con suerte, vivir.

Los estragos son ámbito del consuelo, pero el yugo que somete al miedo, va menospreciado sobre los escombros reducidos, que siempre olvidados, penumbra los sueños y abastece la tristeza. A exceso de bien; yo no estaría aquí. En la figura prevalece la inscripción de cada perfección, y también sometida bajo el margen de lo hecho, los sucesos se muestran misericordiosos, al cambiar en las líneas permitidas: la inscripción de lo que es por no existir; una realidad entre la fantasía, que funge su jerarquía, y soborna la noche con los sueños.

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