viernes, 3 de abril de 2009

Distinciones triviales

La inscripción que remonta los años, bajo el enjuague pertinente de la agonía, tiene su enfoque en la voraz y cabal tribulación de pasajes. Más que reinar un campo legal de trabajo, mi enfoque laboral va desplegado hacia la contemplación de tutoriales promesas. Pero la captación de los mensajes, se forman en distinguidos ramos insólitos; ya sea despertarme a las 11 de la mañana y suspirar la mañana en víspera de tarde, o colocar durante oceanícas horas, la protesta de la actividad en desacuerdo. Mí existencia remontada, al abandono de la escuela, se ve cambiada y olvidada por la tiranía del aburrimiento, clasificada en ornamentas de pequeñas horas por largos lapsos detenidos; colapso en la ironía de mí sustento.

Recuerdo que hace un mes anhelaba colocarme en un escritorio y comenzar a escribir todo el día, pero la necesidad de recortar el triunfo que se esmera por la vía de las obligaciones, me llevaba a esmerar tal acción por guardar otras bajo el reloj. Pero ahora, con el tiempo abierto y el escritorio abandonado, me dedico a más trivialidades que jamás pensé ganar, tales como videojuegos, dormir, huevonear, y con especial ocasión, una dosis de paisaje que refuma las horas esperadas. En pocas palabras, me he dedicado a pendejear. Y eso no es lo peor, lo peor es la insinuante satisfacción que ahora tengo: no hago nada, duermo lo que yo quiero, y soy activamente anti-funcional. Pero bajo dos semanas de cautela, decido cambiar. Tal vez no reaccione bajo ese semblante que ahora tengo, ósea, ¿Quién de nosotros abandonaría una esfera de satisfacción? Y más si esa indudable restauración, lo hace a uno completamente feliz. Sin obligaciones, preocupaciones, estigmas cronológicos, y tener que soportar ese clima de diciembre que endurece la paz estos días.

Pero bajo ese manto de fantasías recicladas… decido cambiar. No por estar en contra de toda la paz reinante del sacrificio de “no hacer nada”, si no algo más distorsionado: me caga eso de no hacer nada, esa satisfacción plebeya de caer en las medianías, y del regocijo que ahora sufro. Y ante esto, yo claudico, no quiero expensar mis horas en furtividades, con las que un imbécil se divierte. Necesito el panorama que me llenaba hace dos años. Una razón, una ocasión que levante mis cerebro sombreado, un sueño que no me haga pagar la penitencia de mis errores, un sedante de realidades, un perico que calle el vacío de mi nombre, una estrella que sólo sea mía, sólo mía.

Basta con la premonición de hacer lo que ante hacía: correr y pensar. Más si ahora, le sumo a esa dieta escribir y buscar, el resultado se expande en todo este año que recorre su comienzo. Una nueva esfera para enfrentar a Andra, y conciliar la luz de los nuevos comienzo de Nada. Renacer, mágica palabra vomitada por Mefistófeles, la necesito fornicar bajo el semblante de la nueva vida. Y así construir al viejo yo, que esconde su elusiva franqueza en una capa del pasado.

Pero en fin, el año acaba y el otro también; ¿Quién me garantiza que podré abrir los ojos del 2010? Aún en el aula de la muerte, que cada noche se asoma, el sepelio grita mi nombre; como una cacería que yo buscaba y ahora escondo. El miedo agoniza con la mezquina carta del fin, que firmada bajo el semblante, recorre mi antifaz, bajo el ceño obscuro de mi vida. Por que en el fondo, mi existencia grita tener vida.

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